El consuelo de la escucha de Dios
En un mundo lleno de ruido y distracciones, en el cual todos quieren expresarse y dar a conocer su opinión, ser escuchados es una experiencia verdaderamente trascendente, un lujo tan humano como espiritual. Todos caminamos por la vida con una profunda necesidad de ser escuchados; de saber que lo que pensamos y sentimos tiene importancia para alguien. No obstante, a pesar de este anhelo silente y muchas veces hasta inconsciente, es una realidad que muy pocos somos escuchados. Pasamos la vida tratando de encontrar ese corazón genuino que demuestre el cuidado por nuestro bienestar, por saber quiénes somos, qué pensamos y cómo sentimos; expresamos nuestras preocupaciones en el hogar, en el trabajo, a los amigos o a nuestra familia, buscando alivio en una respuesta que quizás nunca llega. Sin embargo, hay una realidad preciosa que muy pocos hemos experimentado, una realidad que puede transformar la perspectiva de nuestra existencia: Dios nos escucha siempre.
Dios no sólo presta atención a nuestras palabras; también escucha el clamor silencioso de nuestro corazón. Él entiende lo que no podemos expresar con palabras y recibe cada suspiro, cada lágrima y cada pensamiento como una oración. En el Salmo 116 (1-2) dice: “Yo amo al Señor porque él escucha mi voz suplicante. Por cuanto él inclina a mí su oído, lo invocaré toda mi vida”. Si tienes a un amigo que escucha pacientemente tu voz, siempre acudirás a él. A veces con el hecho de poder expresar nuestro corazón como quien derrama agua de una jarra, sin interrupciones, sin apuros, con fluidez, es suficiente para que la angustia de nuestra alma encuentre sosiego. El salmista tuvo esta experiencia como lo demuestra al escribir en el Salmo 34:7. “Claman los justos, y el Señor oye, y los libra de todas sus angustias”. Al acudir a Dios en oración, al elevar a Él nuestros pensamientos es palpable la certeza de que Dios está siempre cerca y escucha no solo nuestras palabras, sino la voz de nuestro ser interior.
La naturaleza de Dios como el oyente genuino.
Escuchar conlleva un proceso de aprendizaje profundo. La escucha humana es primordialmente limitada. Aún el mejor oyente puede olvidar rápidamente nuestras palabras; además, puede interpretar erróneamente nuestras emociones y sentimientos. Nuestras propias limitaciones se convierten en barreras que limitan nuestras relaciones interpersonales. Pero Dios, en su perfección, no tiene esas limitaciones. Él escucha con paciencia, amor y un interés genuino por nuestras vidas.
Dios no se cansa de nuestras oraciones repetitivas, ni se impacienta cuando luchamos por encontrar las palabras correctas. Incluso cuando no sabemos cómo orar, el Espíritu Santo intercede por nosotros, como lo dice Romanos 8:26: “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Su comprensión va más allá de nuestras palabras; Él escucha nuestras intenciones, nuestros anhelos y nuestras necesidades más profundas: “Oh Dios, ¡escucha mi clamor! ¡Oye mi oración! Desde los extremos de la tierra, clamo a ti por ayuda cuando mi corazón está abrumado. Guíame a la imponente roca de seguridad, porque tú eres mi amparo seguro, una fortaleza donde mis enemigos no pueden alcanzarme. Permíteme vivir para siempre en tu santuario, ¡a salvo bajo el refugio de tus alas! Salmo 61:1-4. A lo largo de la Biblia, vemos cómo Dios muestra en su carácter la escucha cómo una virtud inseparable de su naturaleza. Jeremías 29:12 declara: “Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os escucharé.” Esta promesa es un recordatorio de que nuestras oraciones nunca caen en el vacío. Cada palabra que pronunciamos llega al corazón de Dios, y Él responde conforme a su santa voluntad.
Cuando sentimos que Dios no escucha.
Es posible que, en momentos de dificultad, nos preguntemos: “¿Por qué Dios no me responde?” El silencio puede ser desconcertante, pero no significa que Dios no esté escuchando. En ocasiones, su respuesta no es inmediata porque está trabajando en algo más grande que lo que podemos entender. La prioridad de Dios no es meramente responder nuestras oraciones. Más allá de nuestros deseos, Dios quiere cumplir en nosotros Su deseo: formar en nosotros, el carácter de Cristo. Consideremos el caso de Job quien en medio de su sufrimiento, clamó a Dios y sintió que el cielo permanecía en silencio. Sin embargo, Dios no había dejado de escuchar. En el momento adecuado, Él se reveló a Job, mostrando que estaba presente todo el tiempo. De manera similar, Habacuc expresó su frustración al decir: “¿Hasta cuándo, Señor, clamaré, y no oirás?” Habacuc 1:2. Estas historias nos recuerdan que incluso los grandes hombres de fe enfrentaron momentos de duda, pero al final descubrieron que Dios siempre estaba allí escuchando la voz de sus almas. El silencio de Dios no es una negación; a menudo es una oportunidad para crecer en nuestra confianza y paciencia. Aunque no entendamos sus caminos, podemos descansar en su fidelidad, sabiendo que su tiempo para responder cada oración es perfecto.
Cómo acercarnos a Dios en oración.
Hablar con Dios no requiere palabras sofisticadas ni un lugar especial; basta con un corazón dispuesto. La oración es un acto de fe y confianza, un momento de intimidad con nuestro Creador. Para acercarnos a Dios en oración, aquí hay algunos pasos prácticos:
• Al orar revela tu corazón: Dios no espera palabras perfectas, sólo un corazón honesto. “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.” Salmos 51:6.
• Encuentra un lugar tranquilo: Aunque podemos orar en cualquier lugar, un espacio sin distracciones te ayudará a concentrarte en su presencia. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público”. Mateo 6:6.
• Expresa gratitud: Dar gracias a Dios, incluso en medio de las pruebas, transforma nuestra perspectiva de Dios, de las circunstancias y de nosotros mismos. Fortalece y engrandece nuestra fe. “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” I Tesalonicenses 5:18.
La Biblia nos anima a llevar nuestras preocupaciones a Dios con confianza: “No os afanéis por nada, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” Filipenses 4:6. La oración no sólo es un medio para pedir; también es una forma de fortalecer nuestra relación con Él. Cuando somos escuchados, entonces comprendemos la grandeza que hay en estar quietos con la certeza que Él tiene nuestras palabras en su corazón.
Testimonios del poder de un Dios que escucha.
A lo largo de la historia, tanto bíblica como moderna, encontramos testimonios del poder de un Dios que escucha. Un ejemplo conmovedor es el de Ana, la madre de Samuel. Ana oró con fervor y lágrimas, pidiendo un hijo. Aunque en un principio pareció que su oración no era escuchada, Dios respondió en el momento adecuado, concediéndole no sólo un hijo, sino uno que marcaría la historia de Israel. I Samuel 1:10-20.
En nuestra vida cotidiana, también podemos encontrar evidencia de un Dios que escucha. Quizás hemos experimentado momentos en los que, después de clamar en desesperación, sentimos una paz inexplicable o vimos una respuesta inesperada. Estas experiencias son recordatorios de que Dios no sólo escucha, sino que también actúa a nuestro favor. ¿Has sentido alguna vez que Dios ha escuchado tu oración?
Dios siempre está cerca.
En cada susurro y en cada clamor desesperado, Dios está escuchando. Él no está distante ni indiferente; está cerca, prestando atención a cada detalle de nuestras vidas. Aunque a veces no comprendamos sus respuestas, podemos confiar en que Él siempre actúa con sabiduría y amor.
Hoy, te invito a hablar con Dios en oración. El tamaño de tú problema no determina la capacidad de escucha de Dios. Él desea escuchar tu voz. Como dice I Juan 5:14: “Y esta es la confianza que tenemos en él: que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” Acércate con fe, sabiendo que tienes un Padre celestial que te escucha con amor infinito.
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. Jeremías 29:11-12.
Lic. Idiomas Modernos
Traductora-Escritora
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