Hacedores de milagros
En los momentos difíciles, confusos y oscuros que atraviesa nuestro país, tras el desconocimiento de los resultados electorales del 28 de julio, un grupo de personas, muchas de ellas respetables en su ámbito individual, se ha dedicado a sostener que la solución a los males que nos aquejan radica en suavizar los extremismos políticos. Según su visión, el régimen actual es equiparable a la oposición democrática, y ambos serían manifestaciones de un radicalismo confrontacional que solo puede resolverse mediante el diálogo que ellos promueven con una de las partes del «supuesto conflicto». Curiosamente, han llegado a la conclusión de que la raíz de nuestras penurias se encuentra en las sanciones impuestas por el imperio.
Nos preguntamos si su postura responde a una inocente ingenuidad o a un desconocimiento de los hechos históricos que les impiden comprender la naturaleza del Leviatán despótico que nos gobierna. La crisis que ha llevado a más de 8 millones de ciudadanos a abandonar el país no tiene relación alguna con las acciones de la comunidad internacional. La destrucción de nuestro aparato productivo se remonta a un periodo anterior a cualquier intervención exterior, al igual que el desmantelamiento de nuestras instituciones. Todo esto responde a lo que podríamos denominar el ADN de la revolución, un rasgo común en regímenes como los de Cuba y Nicaragua, que en nuestro caso se ha visto exacerbado por la disponibilidad de mayores recursos y una metástasis de la corrupción.
Creer que con meras palabras se logrará un cambio en la naturaleza del régimen es tan ilusorio como pensar que regando el desierto del Sáhara se transformará en un jardín exuberante.
