Evo en el infierno
Bolivia vuelve a estar agobiada por la incertidumbre. El responsable fundamental es, paradójicamente, Evo Morales, bajo cuya conducción un país donde los golpes de Estado eran frecuentes, había logrado estabilizarse en el plano institucional y alcanzar un crecimiento económico moderado, pero sostenido durante varios lustros.
El enfrentamiento abierto con Luis Arce, su antiguo pupilo y actual presidente de la República, por el liderazgo de la nación y del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido fundado por Morales, ha hundido a Bolivia en el caos. A la rivalidad entre ambos líderes, se ha unido la pésima gestión de Arce al frente del Ejecutivo. El exitoso economista del Banco Central de Bolivia (BCB) y ministro de Economía y Finanzas Públicas desde 2006 hasta 2017, escogido por Morales para que le guardara el puesto de Presidente mientras él se tomaba un descanso obligado después de su abrupta salida del Gobierno en 2019, ha dirigido muy mal el Ejecutivo. El PIB de Bolivia ha caído y la pobreza y la informalidad han aumentado. En los meses recientes ha habido escasez de combustible y divisas. El descalabro está siendo aprovechado por Morales para atacar sin tregua a Arce.
El objetivo fundamental de Evo consiste en lograr que se levanten las restricciones legales que le impiden ser de nuevo candidato. Es aquí donde aparece la obstinación del personaje.
Morales ganó por primera vez la presidencia en 2005, cuando obtuvo una glamorosa victoria frente a Jorge ‘Tuto’ Quiroga, convirtiéndose en el primer mandatario indígena de Bolivia, una nación con más de la mitad de su población es indígena. Luego volvió a triunfar en 2009 y en 2013. En 2016 convocó un referendo para aprobar la reelección indefinida. Esta consulta la perdió por estrecho margen. Posteriormente, aprovechó su influencia en el Tribunal Constitucional Plurinacional para que invalidaran los resultados del referendo que había perdido. Esta acción le posibilitó participar de nuevo como candidato en los comicios de 2019. Le parecía que haber gobernado trece años de forma consecutiva no era suficiente. En esa cita salió triunfante frente a Carlos Mesa, el candidato opositor. Sin embargo, los resultados fueron objetados por numerosos sectores. Una comisión de la Organización de Estados Americanos (OEA) certificó que durante los comicios se habían cometido un amplio conjunto de irregularidades y, por lo tanto, que la victoria de Morales no podía ser convalidada.
La crisis y la enorme presión que se desató sobre el mandatario, especialmente de los militares, condujo a la renuncia de Morales y su sustitución por Jeanine Áñez, quien se desempeñaba como presidenta de la Cámara del Senado. Luego, en 2020, fueron convocadas las elecciones en las que resultó electo por amplio margen Luis Arce, con el apoyo de Evo Morales y el MAS.
Para la próxima cita presidencial de 2025, Evo Morales pretende concurrir como aspirante, a pesar de los resultados del referendo popular de 2016, cuyo veredicto fue negar la reelección indefinida o la de un gobernante que haya estado más de dos veces en el poder, sea de forma continua o interrumpida, como es el caso de Morales. La decisión popular fue ratificada por el Tribunal Constitucional. El jefe cocalero, como todo líder autoritario, intenta ignorar el Estado de derecho e imponer su capricho pasando por encima de las instituciones. Morales se considera un predestinado, elegido por alguna deidad aimara para conducir los destinos de Bolivia de forma perpetua. Cree ser una figura imprescindible e insustituible, que carece de relevo.
Para demostrar su fuerza, ha convocado marchas de protestas en distintas regiones de Bolivia, ha amenazado con tomar La Paz, ha bloqueado carreteras y otras vías de comunicación. Chantajea y extorsiona con la posibilidad de incendiar al país. Y en gran medida lo ha logrado. Morales ha pasado de los anuncios a los hechos, sembrando la anarquía en buena parte del territorio boliviano. Hasta mantuvo una huelga de hambre bufa, que apenas duró tres días. El caudillo mesiánico aspira a someter las leyes a sus deseos invocando la peregrina tesis de que tiene el ‘derecho humano’ a presentarse cuantas veces se le antoje a optar por la presidencia de la República, prescindiendo de lo establecido en la Constitución Política del Estado y en los dictámenes del Tribunal Constitucional, máxima autoridad en la materia.
A pesar de la presión indebida de Morales, el Gobierno de Arce y las instituciones del Estado se han mantenido firmes. Por ahora, perdió el control legal del MAS y ha sido ratificada la decisión de impedirle concurrir como candidato a los comicios de 2025.
De esa manera deben actuar las sociedades democráticas frente a los caciques que tratan de imponer su voluntad de forma arbitraria. Esperemos que el Gobierno de Luis Arce logre superar la crisis económica para que el cerco sobre Morales no sea solo institucional, sino que, además, esté avalado por conquistas en el plano económico y social.
@trinomarquezc