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A 39 años de la muerte de Carlos Figueredo Agreda

La historia de la música la escriben los compositores. Son quienes producen la materia prima con la que se forma la vida musical de un país. Sin su creatividad, toda actividad musical es superficial e intrascendente. E indudablemente, la historia musical está repleta de ejemplos en los cuales hay momentos y países en los que la composición musical ha tenido un auge excepcional. En Venezuela podemos hablar de nuestra época colonial, cuando nos erigimos como “gloria musical de América”. Igualmente, entre 1940 y 1964, los músicos de la llamada Escuela de Santa Capilla, es decir, los que realizaron estudios en la hoy llamada Escuela José Ángel Lamas, ubicada justamente en la caraqueña esquina de Santa Capilla y discípulos de Vicente Emilio Sojo, produjeron importantes obras consideradas pilares de nuestro acervo musical.

Uno de los compositores de esta Escuela fue Carlos Figueredo Agreda. Varios de nuestros lectores recordarán la imponente figura de Carlucho sentado frente al piano de la Casa Club interpretando magistralmente obras muy complejas del repertorio pianístico de todas las épocas por el simple placer de hacerlo. Siendo yo muy joven, muchas tardes me escapaba de las clases de tennis para sentarme en el salón a escucharlo, y gracias a su amistad con mi familia, logré que me enseñara algunos secretos de las composiciones que interpretaba. Incluso me regaló algunos de sus libros que resultaron ser las primeras obras contemporáneas a las que tuve acceso. Aún los guardo celosamente. Este ha sido un país en el cual es y ha sido complicado acceder a partituras de música académica nueva; había y hay que importarla, o “serruchar” (fotocopiar) la de algún amigo, por lo que sus lecciones significaron el descubrir nuevos lenguajes que como estudiante de la carrera de música no había tenido oportunidad de conocer.

Figueredo nació en Tocuyito, Estado Carabobo, en 1.909, donde su padre, Faustino Figueredo Boggio, notable médico procedente de San Carlos, Estado Cojedes, ejercía su profesión. Inició sus estudios musicales a los cinco años con Henrique Muckenhear, continuándolos con Emilio Sánchez Martínez. En 1924 se trasladó a Caracas para ingresar en la Escuela de Música y Declamación, hoy Escuela Superior de Música José Ángel Lamas, donde realizó estudios de piano con Salvador Llamozas y composición con el Maestro Vicente Emilio Sojo, presentando un excelente Cuarteto de Cuerdas como su trabajo de grado en 1947.

Obtuvo el Premio Nacional de Música en la categoría Música Vocal en 1947 con su obra Nocturno, y en 1954 el Premio en el Concurso Vicente Emilio Sojo creado por la Orquesta Sinfónica Venezuela con su Sinfonía Nº 3.

Fue el más notable sinfonista de su generación, no sólo de Venezuela sino a nivel latinoamericano; de hecho, es el único compositor venezolano de esa época que compuso cuatro Sinfonías. “En la carta te hablaba de la entusiasta acogida que tuvo del público numeroso que había en el (Teatro) Municipal, y la ovación al final que obligó a Sauce (el director de la orquesta) salir tres veces a escena. En la segunda presentación de la obra, el Teatro estaba absolutamente lleno, y la ovación fue estruendosa.” Así Sojo, su maestro, describe el éxito de la segunda Sinfonía de Figueredo.

Sus sinfonías 1, 3 y 4 fueron interpretadas en los Festivales de Música Latinoamericana que se realizaron en Caracas en 1.954, 1.957 y 1.966, siendo muy bien recibidas tanto por los críticos musicales como por parte del público.

Estos Festivales cambiaron la panorámica musical del país. La modernidad musical venezolana por fin pudo expresarse, gracias a la iniciativa de Inocente Palacios, Alejo Carpentier, Juan Bautista Plaza y José Antonio Ríos Reyna. La Concha Acústica de Bello Monte fue el escenario en el que compositores de la talla de Alberto Ginastera, Heitor Villalobos, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Aaron Copland y Elliot Carter, entre otros, exhibieron sus obras ante los caraqueños junto a la de sus pares venezolanos, entre quienes Figueredo descolló por sus excelentes trabajos.

Pero Figueredo no se limitó a componer. En 1.945 creó, junto a Juan Bautista Plaza, la Escuela Preparatoria de Música, que, en 1958 pasó a ser la Escuela Juan Manuel Olivares, institución de la que han egresado muchos de los músicos que hoy hacen vida en el país. Gracias a sus contactos en París, donde estuvo en un importante cargo diplomático durante varios años, logró traer a Venezuela a connotados pedagogos sobre todo en el arte de la interpretación, quienes hicieron de Venezuela su segundo hogar y crearon una escuela de virtuosos que son y han sido reconocidos en el mundo.

Falleció en 1985, dejando un legado de obras para piano, música coral, piezas para voz y piano, poemas sinfónicos y las ya nombradas Sinfonías.

Los venezolanos nos caracterizamos por nuestra desmemoria. Por ello, aunque sea sucintamente, y sin poder ofrecer la música de nuestros autores, me he propuesto seguir escribiendo sobre nuestros compositores, creadores de la venezolanidad de la que tanto nos ufanamos».

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