No es fácil dejar de comer grasas y dulces pero si usted no lo hace podría morir muy joven
No existe ser humano a quien no le agraden los alimentos dulces o grasos, porque éste es un mandato genético destinado a garantizar la supervivencia de nuestra especie: el Homo sapiens sapiens, el ser humano; pero el de un ser humano con una esperanza de vida promedio de apenas unos 40 años—revise la historia para que compruebe que no existieron antepasados humanos como el tal Matusalén; todo lo contrario, la gente moría de “ancianidad” aproximadamente a los 40 años.
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Existieron excepciones; por supuesto, debido a que el genoma y epigenoma de cada ser humano es único; sin duplicado, y algunos nacían—y todavía nacen—con tal fortaleza física, mental y metabolismos tan diferentes, que podían y pueden vivir más allá de los 40 años abusando constantemente de los alimentos grasos y dulces—pero sin duda son excepciones.
La predilección humana por los alimentos grasos y dulces tiene una sencilla explicación genética: tanto las grasas como los dulces son importantes fuentes de la energía que necesita el cuerpo humano para funcionar eficientemente.
Los dulces son una fuente de energía “instantánea”, mientras que las grasas—que el cuerpo humano no consume rápidamente, sino que la almacena en las “revolveras” de las caderas femeninas y en los “rollos”, “cauchos” y “barrigas” protuberantes de hombres y mujeres, y que les permitía a los seres humanos nómadas; quienes vivían sólo de la caza, la pesca y la recolección, tener energía almacenada que les permitía seguir vivos en tiempos de escasez, cuando no sabían cuándo ni dónde iban a obtener su próxima comida.
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En ese predicamento vivió el ser humano entre 50 y 65 milenios (entre 500 y 650 siglos), hasta que inventó la agricultura y la domesticación de animales hace aproximadamente unos 10 mil años (100 siglos)—lo que le permitió abandonar su comportamiento nómada; fundar asentamientos permanentes y tener a su disposición no sólo suficientes alimentos todos los días de todos los años, sino que liberó del trabajo constante a muchos de sus individuos quienes ya no tenían que dedicarse al cuidado de las cosechas ni de los rebaños—y tuvieron tiempo libre para sentarse a pensar: marcando el inicio de la civilización o humanidad moderna.
En esa civilización de hoy, sólo una minúscula porción de cada sociedad se dedica a atender los cultivos y los rebaños; la inmensa mayoría sólo debe trasladarse a la bodega, mercado, supermercado o hipermercado más cercano—o hasta el tarantín más cercano dedicado a la venta de todo tipo de “comida rápida”—desde helados, arepas, empanadas y sándwiches, hasta cachapas con queso, cochino frito y chicharrón; o simplemente usar su teléfono celular para ordenar una pizza.
Y por supuesto; por la innata predilección genética por dulces y grasas, ocurren verdaderas epidemias de obesidad y / o alarmantes aumentos de los accidentes cerebro vasculares, infartos y todo tipo de padecimientos graves estomacales e intestinales.
Pero nadie quiere morir a los 40 años—antes, o unos pocos años después—porque como dijo el poeta: “lo que se arruga es el cuero; el alma se mantiene permanentemente joven”.
Pues para lograrlo es obligatorio controlar los antojos y los abusos de grasas y dulces y aprender que uno realmente puede deleitarse y realmente disfrutar de muchas comidas sanas basadas en un menú que contenga el apropiado balance—para cada quién—de frutas, vegetales, carbohidratos y proteínas—acompañados de una vida activa y de ejercicios; que no tienen que ser “torturas” obligatorias, sino tomar la forma del deporte o actividad en el exterior de nuestros hogares y lugares de trabajo que realmente disfrutemos.
Por ejemplo: una rueda de pescado al ajillo; un pasticho de berenjena, ravioles o tortelonis de espinaca, y muchas otras comidas deliciosas—y por lo menos caminar.