¿Proteccionismo ecológico?
La Unión Europea aprobó recientemente una disposición que obliga a los productos agropecuarios y forestales que quieran entrar a su mercado a certificar que dicha producción proviene de tierras que no han sido objeto de deforestación a partir del año 2020. Esa disposición se debía hacer vigente desde fines del año en curso, pero aquello se postergó por un año, por las dificultades técnicas y políticas que esta medida entraña. Los productos latinoamericanos que se verían mayormente afectados por esta disposición son el café, cacao, aceite de palma, carne, madera, caucho y soya.
Aparentemente esta disposición nace de una alta preocupación por el estado del medio ambiente a nivel mundial, en la medida que protege los bosques existentes a lo largo del planeta. No se puede seguir deforestando, parecen decir los europeos al resto del mundo. El que deforesta – y produce en esas tierras otros productos – se arriesga a que estos últimos se queden sin mercado. Sin embargo, Europa es la tercera región más contaminante del mundo, después de China y de Estados Unidos, lo cual ameritaría – si la actitud protectora del medio ambiente fuera real y sincera – a tomar en su propio territorio medidas más radicales en aras de reducir la contaminación de CO2. Cuidar el medio ambiente tirándole la pelota a otros países en desarrollo es muy fácil, pero no se puede ser en esta materia como el cura Gatica, que predica pero no practica.
Como esta medida solo tiene vigencia – hasta ahora – en el ámbito de la Unión Europea, y no ha sido seguida o imitada ni por los norteamericanos, ni por los chinos, ni por nadie, lo más probable es que la deforestación siga su marcha – combatida solo por las medidas que los países afectados implementen en ejercicio de su soberanía – y que los productos resultantes se canalicen hacia estos mercados no europeos. Lo que se produce en terrenos que no han sido objeto de deforestación podrán seguir canalizándose hacia el mercado europeo, previa tramitación de la certificación correspondiente. Los otros, se canalizarán hacia otros mercados. Todo seguirá más o menos como hasta ahora, con algunas leves modificaciones en los circuitos comerciales internacionales. Lo peor que podría suceder – para la propia Europa – es que se generen en el mundo dos tipos de productos de la misma especie: los que cuentan con la certificación forestal europea, y los que no cuentan con esa acreditación, los primeros, obviamente, más caros que los segundos. Europa, se vería así, por sus propios méritos, obligada a comprar lo mismo que hoy, pero a un precio más elevado.
Sin embargo, hay dos cosas que debieran ser motivo de preocupación para nuestros países latinoamericanos. La primera, es que este tipo de restricción comercial se generalice, y que los países desarrollados se sientan autorizados no solo a poner restricciones o condiciones a los productos de los países en desarrollo por razones medio ambientales, como ahora, sino por muchas otras circunstancias que a ellos se les ocurran. Ya hoy en día la Organización Mundial de Comercio avala las restricciones comerciales que apelen a razones de tipo fitosanitario, basados en el criterio de que cada país tiene derecho a defender o preservar la vida y la salud de las plantas, de los animales y de los seres humanos, en la forma que considere conveniente. Eso implica, ya hoy en día, por ejemplo, que no se pueden exportar productos alimenticios a USA que no tengan la composición química que Estados Unidos impone, o que no hayan sido producidos de acuerdo a las normas y procedimientos que ellos consideran necesarias. Si eso se extiende no solo a las normas ecológicas o medio ambientales, sino también a normas sindicales, políticas, electorales, culturales, tecnológicas, fiscales, monetarias, organizacionales, o a cualquier otro tipo de normas que se les ocurra, eso abriría las puertas para un comercio mundial con elevados grados de proteccionismo y con graves mermas en materia de soberanía nacional.
Lo segundo es que las medidas europeas afectan hoy en día a una cantidad importante de productos procedentes de una docena o más de países de la región. La respuesta latinoamericana ha sido hasta ahora que cada uno vea como se defiende. No hay ni un asomo de solidaridad regional, ni de búsqueda de una respuesta colectiva, lo cual deja muy mal parados a los múltiples organismos integracionistas que coexisten y languidecen en nuestra América.