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Gente Buena…Buena Gente…(3)

Iba camino a Villa de Cura a una reunión de trabajo.  Tenía que llegar allá a la 1:30 pm. Salí de Caracas planeando que haría mis otras dos reuniones del día “online” por el camino.  Pararía en Maracay, o cerca, para tener mi primera reunión “online”. Luego seguiría avanzando hacia Villa de Cura, buscaría un sitio con internet, participaría en mi segunda reunión “online”, y seguiría hacia el lugar de mi reunión.  En caso de no conseguir internet, tendría mi segunda reunión utilizando los datos de mi celular.  

Todo iba saliendo color de rosa.  Aunque había llovido por el camino, habíamos tenido un viaje tranquilo el Señor Oswaldo y yo. Participé sin problema en mi primera reunión que terminó alrededor de las 11 a.m.  Continuamos el viaje hacia Villa de Cura pensando que cerca de las 11:25 a.m. pararíamos para tener la segunda conferencia.  Así lo hicimos.  Lo que yo no sabía era que ya por esa parte del camino no había muchos negocios y había muy poca señal.  Paramos en varios lugares pero ninguno tenía internet.  La señal para usar datos no llegaba tampoco.  Después de varios intentos llegamos a un lugar donde sí había internet.  Me permitieron conectarme muy amablemente pero, lamentablemente, la señal estaba muy débil.  Se acercó a mí entonces el Sr. Cristóbal, que era el dueño de un taller cercano a cuya señal se conectaban otros negocios.  Al principio su internet funcionó y me conecté perfecto a la conferencia.  Sin embargo, unos minutos después se cortó la señal.  El Sr. Cristóbal que estaba pendiente, me ofreció cruzar un lado de la autopista conmigo hasta un restaurante llamado “La Casona del Rey” para pedirle al Sr. Antonio que me permitiera conectarme a su señal.  Efectivamente, me acompañó y cruzamos.    El restaurante es muy grande y queda en el medio entre la autopista de ida y la de venida. Todas las personas con quienes me crucé fueron amables conmigo, tuvieron empatía y me ayudaron.  El hijo del señor Antonio me conectó a su internet.  Me senté en una silla y allí estuve cómodamente por una hora y media hasta que terminó la conferencia.

Conocí al Sr.  Antonio, el dueño del restaurante.  Compré un combo que consistía en un pollo entero (que más bien, como él decía, parecía un pavo), yuca frita y un refresco de 2 litros.  Me brindaron por la casa un delicioso golfeado.

Salí de allí feliz, despidiéndome del señor Antonio, de su hijo, de los caballeros que me habían servido y del señor Cristóbal, quien desde el comienzo de mi odisea  había sido especialmente amable y colaborador.

Me tomé una foto con el Sr. Antonio y con el Sr. Cristóbal, con la idea de que escribiría un artículo para poner de relieve lo que sentía en ese momento, que es lo que he sentido un sinnúmero de veces en mi vida, y que siento ahora mientras escribo.  Se trata de esa certeza de saber que mi pueblo, el pueblo venezolano, es un pueblo solidario.  Esa solidaridad nos caracteriza.  Somos empáticos por naturaleza y, pase lo que pase, siempre encontraremos en nuestro camino gente buena…buena gente…, como los señores Antonio, su hijo, el señor Cristóbal y las otras personas que colaboraron, sin ningún interés, para lograr que yo pudiera participar en mi reunión.

En el camino de vuelta me deleitaba con los diferentes matices de verde y con los maravillosos colores pastel de los Valles de Aragua mientras mi mente repasaba los acontecimientos del día. Agradecí los encuentros del camino mientras regresaba a Caracas.

Concluí mi viaje pensando:  “Si tratamos a los demás como nos gustaría que nos tratasen, el mundo será mejor”. Me propuse, conscientemente, tratar de vivir diariamente cumpliendo con esa premisa.

¡Prendamos una vela y pasemos la luz!

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