El poder de la desobediencia (en política)
No siempre la desobediencia que registra el ejercicio de la política, se contrapone al concepto de “obediencia”. Pero si por “obediencia” se entiende lo que supone ajustar el comportamiento personal a la norma, la cuestión a debatir en esta disertación es otra. De hecho, hay situaciones en que la obediencia es tan temeraria como la desobediencia.
En el alboroto que la política marcada en medio de situaciones de confrontación entre ideologías que difieren al momento de poner a prueba sus praxis políticas, la “desobediencia” se asoma cuantas veces es necesitada por el clamor de las coyunturas o quiebres de la normalidad acontecida. Particularmente, es lo que deja ver el estado de hechos que ocurre en medio de los procesos electorales. Causados generalmente, por la exaltación que los mismos comportan.
Ni siquiera, las leyes que regulan los principios y derechos de la participación política de la ciudadanía, son capaces de contener la pasión política que se desarrolla alrededor de las actitudes y decisiones asumidas en nombre de los ideales políticos en pugna. No obstante, existen momentos en donde la voluntad se percibe más fuerte que la misma obediencia.
Situaciones de atención
Sin embargo, hay situaciones en que la obediencia procede por obligaciones y lealtades forjadas. Incluso, muchas veces la obediencia es cumplida sin pensarse en sus consecuencias. Es decir, como proceso infundado o acto–reflejo incitado por un desatino irreflexivo
Cuando las realidades políticas así se comportan, la obediencia pretendida se vuelve irracional. Es el momento en que la desobediencia adquiere razón por cuanto irrumpe con la justificación que acredita el problema político surgido. Cabría acá la intercesión de lo manifestado por Jean Paul Marat, científico francés, más conocido como periodista y político durante la Revolución Francesa. Señaló que “siempre, una obediencia ciega, supone una ignorancia extrema”.
La “obediencia” no es como se supone
La “obediencia”, más que una virtud cívica, puede verse desde una perspectiva bastante diferente. Por ejemplo, aquella apegada a la causalidad humana. Por dicha razón, vale la aludida por la historia cuando la ha considerado asociada a los controvertidos avatares por los cuales ha transitado la dinámica política.
Particularmente, cuando es vista como proceso sociológico incitado por el carácter undívago característico de la realidad política propia del mundo deliberante. Donde cada quien responde a su proyecto personal de vida. Además, una obediencia que tiende a comportarse sumisa a la subordinación, humillación y a la resignación.
La “desobediencia” es reconocida
Por ahí podría indagarse la lógica que permitió justificar las razones que dieron forma a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la Organización de las Naciones Unidas, durante su sesión plenaria 183 ocurrida en Paris en diciembre de 1948. Tanto así, que su primer precepto refiere que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Y dotados como están de razón y conciencia (…)”
De ahí podría deducirse que no siempre la obediencia voluntaria es un valor esencial en una sociedad. Podría inferirse que es el punto donde la libertad y los derechos humanos, invitan a asumir posturas que rayan con la desobediencia cívica. Incluso, con la desobediencia política. Justo es el terreno en que la obediencia (obligada) roza los límites del servilismo hacia el poder.
En el espíritu constitucional
No hay duda de que el espíritu combativo del Libertador, Simón Bolívar, no faltó la comunión con la desobediencia. Aunque para entonces, fue entendida como rebelión o resistencia demostrada ante la opresión imperial ejercida por la monarquía española.
De hecho, la Constitución venezolana, asoma algo importante a dicho respecto. Particularmente, cuando en aras de defender la soberanía popular, declara que “el pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticas o menoscabe los derechos humanos” (Subrayado es propio).
Primeras inferencias
Sin duda, toda actitud de desconocimiento o resistencia, traduce “desobediencia voluntaria o razonada”, pues entraña la significación del término “crítica”. A decir del filósofo Friedrich Nietzsche, “criticar es definir”. Pero si por otro lado se acepta que criticar es disentir o no concordar con algo existente, entonces debe considerarse que es innegable resistirse a toda realidad que luzca problemática.
Pareciera más honesto contravenir (desobedecer) las imposiciones de una propuesta política en ejecución o estamento de poder desde la crítica, que desde el enfoque del fanático vanidoso o de un juicio parcializado que elogia las cuestionadas ventajas y virtudes de la susodicha realidad. Ya que el hecho de impugnar o resistirse a las decisiones de la aludida contingencia, es un tanto equivalente a descubrir lo oculto. Y ante lo cual, la vista o apreciación de muchos, no atinan a descubrir los descalabros y menguas que disimula la oscuridad. Más, porque la crítica lleva a dar cuenta de que algo no coincide con los espacios a reivindicar, con libertades propias de ser gozadas o con derechos de legítimo usufructo.
Inferencias finales
No se trata de mal poner la sociedad que no acata obedientemente las medidas trazadas por la gestión gubernamental de turno. Para luego acusarla de que se halla al borde del desastre.
Porque como asintió el filósofo chino Confucio, “si quien gobierna no es justo, aunque ordene que se practique la justicia, no será obedecido” Entonces esta disertación podría finalizar reconociendo que, así como la autoridad incita a obedecer (respeto al paradigma de la esclavitud voluntaria), la racionalidad induce a actuar según los principios cultivados en la honestidad, la verdad, la honradez, la sinceridad, la educación y los valores trascendentales de la vida.
Aseguraba el dramaturgo irlandes, Premio Nobel de Literatura, George Bernard Shaw que “(…) la pobreza, la obediencia y el celibato, son vicios canónicos”. Una razón más para advertir con cuánta cautela debe movilizarse el ser humano ante todo lo que puede potenciar el poder de la desobediencia (política).