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Las cosas son como son

La vida es única. No hay manera de modificarla. Es tal cual lo prescribe la Ley Divina. No puede revertirse ante hechos que resulten mal en un primer momento. Precisamente, la gran lección de la vida es asumir que las cosas no son como pueden imaginarse, sino que son exactamente como las decide el destino que cada quien pueda plantearse y alcanzar. 

Benjamín Franklin, político y científico, estadounidense, expresaba que: 

si me dejaran elegir, yo no tendría ningún inconveniente en repetir la misma vida desde su principio. Lo único que pediría es el privilegio que se concede a los escritores cuando hacen una segunda edición de sus obras de corregir algunas fallas de la primera. 

Un problema polifacético

Esta reflexión vale a propósito de los problemas de salud que viven muchos. Aunque especial atención merece cuando se ve afectado alguien cercano o conocido. De situaciones así, devienen opiniones encontradas. Ejemplo de ello, puede hallarse de casos de reconocidos hombres públicos cuyos problemas tienden a ser manipulados por la desinformación motivada por el amarillismo, fenómeno éste hoy más que nunca, acentuado por la ruta de las redes sociales que se apropiaron del interés y el merodeo que muchos ejercitan. 

Este problema ha demostrado incomprensión e irrespeto no sólo ante el derecho a la información que prevé la propia Constitución. También, ante cualquier consideración de vida que toque al ser humano. 

Es así como luce insensato aprovecharse de coyunturas para obtener prebendas de la situación. El historiador y geógrafo griego, Herodoto, considerado como padre de la historia en el mundo occidental, afirmaba que “las pruebas de la vida y los dolores de la enfermedad hacen demasiado largo hasta el breve período de la vida”. 

Al cierre

Las calles que recorren la vida, a pesar de estar llenas de la más recia incertidumbre, no deben ser ámbitos para la confrontación dramática entre posturas ideológicas que sólo dejan profundas heridas no sólo en el cuerpo de la ciudadanía. También en la moralidad y en la ética social y política. El hecho de que el país no está nada bien, no justifica cometer excesos por nadie. 

Reconocer lo difícil que resulta pasearse por oscuros laberintos donde por ratos se esconde la veracidad de los hechos, quizás por temor al eco infundado con alevosía y artimaña, debería constituirse en oportunidad para afrontar las realidades con comprensión, voluntad y tolerancia. A pesar de que muchos conflictos de aviesa naturaleza, resultan fuera del control organizado que la vida sabe proveer. Se desconoce que la vida corre su curso sin que nada ni nadie pueda cancelar sus consecuencias. Pues, sin duda, las cosas son como son

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