¡Qué bestias!
“Preguntaron al Faraón qué lo había convertido en un tirano, y él respondió: nadie me detuvo”. Proverbio árabe
Me duele Venezuela, y mis pronósticos en relación a su futuro no podrían ser más negativos. Los hechos allí ocurridos desde el domingo confirman las previsiones más pesimistas sobre el proceso pos-electoral si, como era esperable, la oposición triunfaba. De todas maneras, salvo quienes lo conocen bien, nadie suponía que el régimen chavista se comportaría con tanta bestialidad asesina, que lo ha dejado desnudo ante el concierto internacional e intentaría robar, impunemente, la ventaja de más de cuarenta puntos que obtuvo Edmundo González Urrutia.
El alud de votos que cayó encima de Nicolás Maduro Moros fue de tal magnitud que dejó a la nomenklatura en estado de shock y en crispado silencio, con violentos manotazos y cifras torpemente dibujadas, que resultan imposibles de creer aún para sus más fanáticos aliados en el mundo; no ha podido siquiera exhibir las actas de escrutinio, mientras que la triunfante oposición las ponía, en línea, a disposición de quien quiera verlas.
Maduro y los otros dos miembros de la cúpula, Diosdado Cabello y Vladimir Padrino, no tenían entre sus opciones respetar el veredicto de las urnas, por muy masivo que éste resultara en su contra por varias razones: la enorme cantidad de generales, testaferros, traficantes de drogas y de personas, contrabandistas de oro y petróleo, además de sicarios asesinos, que sería necesario amnistiar; las enormes fortunas que todos ellos han acumulado y escondido; la persecución penal internacional en Estados Unidos y La Haya; y sobre todo la imposibilidad de que una sociedad, tan masivamente víctima y hambreada, admitiera un tan generalizado perdón.
Tampoco el juego geopolítico internacional de esta re-edición de la guerra fría cada vez más caliente que afecta al mundo entero permitía hacerse ilusiones acerca de la posibilidad de una transición pacífica en el país caribeño, ya que hace ya años tanto Hugo Chávez Frías cuanto Maduro lo han convertido en la principal cabeza de playa (secundada por Bolivia) en América Latina para los regímenes totalitarios de Rusia, China e Irán.
Pero, a pesar de que el régimen entregó la conducción de todo su aparato de inteligencia y represión a Cuba, a diferencia de lo que hizo Fidel Castro en la isla, Maduro y sus cómplices cometieron un garrafal error: con las elecciones del domingo permitieron que la sociedad entera tomara conciencia cierta de la cuantía numérica de su fuerza. Ahora, toca esperar a ver cómo reacciona ésta y, sobre todo, los empobrecidos cuadros medios e inferiores de las fuerzas armadas y de seguridad ante la seguramente salvaje y despiadada contraofensiva del Gobierno. ¿Aceptarán éstos, de buen o mal grado, seguir fusilando multitudes? Tal vez, hoy mismo tengamos una respuesta cuando se produzcan las manifestaciones pacíficas a las que, desde la clandestinidad, ha convocado María Corina Machado, indiscutida líder de ese 70% de voluntades.
Si bien la época de las intervenciones militares ya ha pasado, también cabe preguntarse qué harán los Estados Unidos que hasta ahora, por la necesidad del petróleo venezolano por la crisis energética que produjo la invasión a Ucrania y los consecuentes impedimentos para contar con el suministro ruso, tanto han fingido creer en la buena fe de Maduro y sus secuaces en los acuerdos para permitir elecciones limpias y libres. ¿Permitirá, sin reaccionar militarmente, que continúe siendo Caracas la plataforma que utilizan sus enemigos globales para desestabilizar a todo el continente? Las elecciones norteamericanas se llevarán a cabo en noviembre, y esta cuestión no será, en modo alguno, ajena al duelo mortal entre Donald Trump y su contendiente demócrata (¿Kamala Harris?).
El clima global está lo suficientemente tenso ya (por la guerra abierta entre Rusia y Ucrania y las más o menos solapadas entre Israel e Irán y China y Taiwan, a lo que hay que sumar los ataques al comercio internacional que producen las milicias yemenitas que responden a los ayatollahs iraníes), como para imaginar que enviar un ejército para desplazar a Maduro, aunque fuera bajo la bandera de la ONU o del TIAR, no implicará asumir riesgos bélicos peores que los que soportó John Kennedy durante la “crisis de los misiles”. Por lo demás, los organismos internacionales han demostrado, una vez más, que son incapaces de cumplir sus roles, ya que los fieles del “socialismo del siglo XXI” impidieron a la OEA emitir una declaración condenatoria, y el húngaro Viktor Orban bloqueó una medida similar de la Comunidad Europea.
Seguramente, se reimplantarán y hasta se agravarán las sanciones económicas, que se habían suavizado recientemente, a punto tal de permitir un canje de prisioneros, pero resultarán inocuas porque Maduro cuenta con el sostén de las autocracias ya enumeradas. Con ello, la tragedia caribeña, que se traducirá en nuevas migraciones que se sumarán a los 8,8 millones de venezolanos que ya han abandonado su país, puede prolongarse en el tiempo aunque, como dije más arriba, todo dependerá de la reacción ciudadana en la calle. ¿Estará la sociedad, que ahora conoce la verdadera dimensión de su hartazgo, dispuesta a seguir poniendo su sangre y su vida para evitar que su país continúe siendo un remedo de esa Cuba que lleva 60 años reprimiendo con extrema brutalidad a su población y violando todos los derechos humanos?.