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“Pisotear derechos humanos”, es la orden

¿Habrá modo de impedir que las contingencias inducidas por la ingobernabilidad alcanzada por el régimen político venezolano, sea mero devenir, sin significado ideológico puntual? O acaso, ¿tanto desarreglo gubernamental o desbocamiento de insensatos y necios, anuló el concepto de política e ideología?

Nunca la historia política venezolana, ni siquiera en el siglo decimonónico, caracterizado por tan seguidas equivocaciones y desmanes, ha referido episodios tan inauditos como el que Venezuela ha alcanzado en estos tiempos. El nivel de degradación es descomunal. 

Los vicios del sectarismo, la exclusión y el autoritarismo adoptados como criterios de coerción y opresión, además perfeccionados por el ejercicio político de un poder obeso, nauseabundo y corrupto, se afianzaron en el plano de la administración pública. Especialmente, a medida que dichos vicios fueron narcotizando el ejercicio de gobierno. Así logró sembrarse en la población, el miedo que debilitó esperanzas, libertades, derechos y potencialidades ganadas a punta de esfuerzos personales y colectivos. 

Consecuencias catastróficas

El régimen político venezolano enredado en un terreno enmarañado por estilos, intereses y conveniencias modeladas a gusto de las apetencias de gobernantes indolentes, indecentes y sarcásticos, comenzó a verse atrapado en problemas. Enredos que no supieron desenmarañar. Tampoco, supieron desafiar las complicaciones. Ni por la vía política. Menos, apelando a la democracia que dice comulgar.

Tal crisis, llevó al régimen a transitar de la desesperación (que consumió su resistencia para aguantar la presión de una ciudadanía contestataria), a la estupidez (que avivó turbulencias y conflictos irresolutos ante sus ya gastadas promesas anunciadas a los cuatro vientos). 

Según la jerga popular: al régimen le cayó “gusanera”. En sus predios políticos, se instaló una idiotez de tal magnitud, que pesó más que la soberbia que caracterizó a ostentosos funcionarios que brincaron o encaramaron en cuantas estructuras de poder pudieron. Siempre, para deleite de sus bolsillos. 

Malcriada decisión

El problema que se anegó en sus narices, se acentuó ante la proximidad de las elecciones presidenciales decidida por el régimen político mismo. La decisión tomada para organizarlas, resultó profundamente equivocada. A decir del refranero público el “tiro le salió por la culata”. ¡Y vaya, qué tiro!

El análisis político elaborado por la Sala Situacional del régimen, debió saltarse los criterios o directrices operacionales que habrían conducido a trazar una mejor estrategia política. Menos intolerante Pero no fue así. Sus operadores, no adoptaron el buen juicio necesario para lidiar con la complejidad del sistema en el cual el gobernante resuelve, evita o minimiza las acciones que mejor se corresponden con la magnitud de las dificultades que toda propensión política enfrenta y confronta. O quizás, esos operadores prefirieron desconocer la ruta que menos caos causaría al país. Aún más, en momentos tan susceptibles como los actuales eleccionarios

En consecuencia, el régimen político ha pretendido (Infructuosamente) esquivar tan grave revés. Sólo que lo ha intentado, pero a ciegas. Para ello, no midió la magnitud de los resultados que iban a reflejarse. Desconoció la metodología que traza la Prospectiva Política toda vez que se apoya en la teoría de las racionalidades continuas para así haber advertido el carácter retorcido de lo sobrevenido.

Cuando el poder asfixia la razón

Prefirió actuar sin distinguir problemas bien estructurados de problemas no bien estructurados. Esto repercutió en la tarea de haber diseñado las estrategias debidas para construir la viabilidad que bien merece el cometido exacto de proyectos de acción y operaciones propiamente formuladas para enfrentar los problemas que debieron calcularse con el auxilio de un modelo de planificación política y organización en la contingencia. De esa forma, habría elevado la capacidad de gobierno. Pero no lo hizo. O no quiso hacerlo.

El desconocimiento de la ruta metodológica correcta, llevó al régimen a actuar sorda y ciegamente. Escogió el peor camino de todos. El más empedrado y zigzagueante el cual resultó ser el error político más garrafal cometido. 

Pero para el adversario, eso se convirtió en la oportunidad del siglo XXI por cuanto le ha producido los réditos o utilidades que bien merecía obtener. Fue el premio a la lucha política que el adversario, liderado por una combativa mujer, venía apostando o cazando desde años atrás.

Es ilegal, antidemocrático y arbitrario que el régimen, a consciencia de lo mal que está yéndole, por causa de la soberbia e indolencia de sus gobernantes, que llevó a tan obtusos personajes de marras, a que vieran cómo se asfixia la razón. El desespero por seguir enroscados al poder político, hizo que siguieran equivocando la gestión de gobierno pretendida. Así, ahora se habla de (des)gobierno. Sus decisiones provocaron el descalabro de Venezuela que hoy padece Venezuela.

Inferencias de último momento

Ahora estos gobernantes, están revolcándose en el charco que su prepotencia e ignorancia, crearon. Por cuanto decidieron actuar al margen de los postulados constitucionales. En un marco de gobierno sin libertades, garantías, ni derechos humanos. Reconociendo que están perdidos políticamente, el régimen optó por impedir el normal desenvolvimiento del proceso político-electoral convocado para el 28 de Julio próximo. Lo que prevalece, son las persecuciones, la arbitrariedad, la intimidación hacia quienes contraríen la voz gubernamental traducida en represión e injusticias contra las libertades que sustentan los derechos políticos y económicos.

No cabe duda de que la autoridad pública extravió el poco pundonor que una vez tuvo. Los desmanes que ha ocasionado el miedo gubernamental en la víspera de la defenestración que le espera, inspiró al régimen a ordenar los desmanes que animan la desconfianza hacia quien  de nuevo promete lo incumplible. O sea, la candidatura oficialista. 

Desde el poder político, se empeña en actuar con base en un ventajismo inventado a punta de violencia política. Particularmente, cuando se plantea el “triunfalismo” como excusa para reivindicar la fuerza política que ya no posee. 

A costa de la inmolación de la ecuanimidad que debe reinar en el fragor de toda contienda eleccionaria, el régimen político venezolano se desbocó sin pena, vergüenza, ni gloria alguna.  Más, cuando el susodicho proceso político-electoral tiene la máxima categorización que confiere la Constitución y la ley de Procedimientos Electorales al mismo. 

Es así como el régimen, con la impunidad que se arroga cuando advierte que está a punto de perder el poder, dispuso de su fuerza de tarea político-administrativa a “pisotear derechos humanos”, es  la orden.

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