Monsieur Marsay y Tosca
Iba a ser una cena muy agradable, distendida, cena de reencuentro con platos de alto nivel y vinos insuperables, contubernio postnavideño propuesto entusiastamente por M. Marsay, quien especificó, en su caraqueño gangoso y afrancesado, que era su invitación y pagaría él.
Hubo que esperar a que pasasen los escuálidos días festivos de las Navidades y Año Nuevo venezolanos, tan húmedos de lodo, estupor y desesperanza esta vez, para que abriesen los restaurantes que le gustan al muy exigente Jean Baptiste Marsay –no por llevar décadas en Venezuela deja de ser un parisino gruñón-, quien mantiene una terca opinión de que, en Caracas, sólo hay tres restaurantes auténticamente parisienses: Aventino, Laserre y La Belle Époque. En cuanto a otro que fue también de sus favoritos, Le Petit Bristrot de Jacques, M. Marsay no termina de tragarse la falta de buena decoración y ambiente en sus nuevas instalaciones, más de comedero popular que de bistrot. Yo opino que la cocina es la misma, pero M. Marsay –no se olvide que es hombre de teatro- valora mucho el entorno.
Así, finalmente, nos encontramos para lo que iba a ser un reencuentro entre dos alegres compadres, en el siempre grato Aventino, seducido M. Marsay, comme d’habitude por la espectacular cava que mantiene Gianni contra viento, marea y costos.
Bebida ya la mitad de la primera botella, el ambiente cambió, pues mon ami no pudo evitar ponerse sentimental –muy triste y decaído, de hecho- al recordar inevitablemente a quien nuestro amigo por años, el lamentablemente fallecido Héctor Myerston, actor de clase, amigo leal y caballero a carta cabal. Brindamos por su memoria, recordamos viejas anécdotas y pusimos una copa de vino para él.
El decaimiento mutuo se agravó al comentar también la muerte terrible de Jorge Tuero, uno de los pocos cómicos de la televisión que M. Marsay admira y respeta, hombre bueno, excelente profesional y hermano de un gran amigo mío. Pero la velada no podía continuar por esos caminos tan tristes, de manera buscando cambiar de tema, mencioné la para ese momento anunciada presentación de Inés Salazar con Tosca, en la función para celebrar los cien años del estreno de la, para M. Marsay, mejor ópera de Giaccomo Puccini.
No hay que olvidar –debo explicar a quienes esta crónica leen- que M. Marsay ama la ópera, pero ama aún más al teatro y no puede evitar verlo todo con ojos teatreros. Digo esto porque mi mención de esta función, sin duda consagratoria de la estupenda soprano venezolana, provocó una reacción violenta por parte de mi anciano pero siempre apasionado amigo.
Por una parte, porque M. Marsay detesta a Pavarotti, de cuyas habilidades como cantante no duda –aunque se atreve a afirmar que esas cualidades han disminuido un tanto, M. Marsay dixit- pero a quien considera un mercader de la música por su increíble variedad de conciertos, canciones, películas y frivolidad.
“Lo mismo podría decirse de Plácido Domingo”, arguyo mientras trato de esconderme tras mi copa, porque se que tanto detesta M. Marsay a Pavarotti como respeta al tenor mexicanoespañol.
M. Marsay gruñe y se escabulle admirándose del talento de Inés Salazar y del trabajo serio, persistente y siempre deslumbrante de Franco Zefirelli. Pero yo se que lo que realmente le molesta a M. Marsay del tenor italiano son dos pecados para mi amigo francés imperdonables.
El primero es su incapacidad de actuar, a diferencia de Domingo que es un buen actor, y a diferencia del amado Alfredo Kraus, uno de los grandes favoritos de M. Marsay, y al recordarlo, también fallecido en 1999, se le nubla la mirada. Pero se recupera y describe que Pavarotti despliega su voz extraordinaria “…como una escultura de Botero”, compara irónicamente, “gordo, redondo e inmóvil”.
Lo otro que molestó a M. Marsay, finalmente lo dijo, es que casi ninguna de las crónicas publicadas por los medios en Venezuela menciona al excelente barítono catalán Joan Pons, quien haría el papel del Baron Scarpia. Y es que para él, hombre de teatro, hombre de drama, los dos personajes esenciales de Tosca son la cantante Floria Tosca, papel de fuertes exigencias vocales y dramáticas, y Scarpia. M. Marsay reconoce que Puccini, italiano al fin –no olvidemos que M. Marsay es francés- dio las mejores arias a las voces líricas; pero es tal la fuerza del personaje Scarpia que se adueña realmente de todo el segundo acto.
M. Marsay piensa que el pintor Mario Cavaradossi, es, más allá de la belleza de las arias encomendadas al tenor, un necio, un artista tonto que no sabe manejar la situación en la cual se ve involucrado. Floria Tosca, en cambio, es un personaje vigoroso, una mujer toda pasión dispuesta a la tragedia, una mujer que da todo y lo exige todo.
Scarpia, por su parte, es un personaje total, poderoso, implacable, el villano férreo y absoluto, cruel y despiadado y por eso mismo, fascinante, un personaje perfecto para un gran barítono como Pons, como Milnes, como Raimondi, como Fischer-Diskau, como Hermann Prey. Debo aclarar, si es que quien esto lee no lo ha concluido todavía, que M. Marsay prefiere las voces fuertes –baritonos y bajos- a las altas de los tenores.
En cualquier caso la frustración de M. Marsay venía también de que no sólo las crónicas hacían caso omiso de Joan Pons, sino que además prácticamente todas, incluyendo las de los conocedores Einar Goyo Ponte y M.I. Brito Stelling, daban –según él- más importancia a Cavaradossi que a Scarpia. Y eso, para M. Marsay, es un grave pecado.
Avanzó la cena de elevada calidad y terminamos brindando entusiastamente por el éxito seguro de Inés Salazar y soñando con el triunfo de otros cantantes operáticos venezolanos, como esa voz maravillosa y buen actor que es el joven discípulo de Alfredo Kraus, Aquiles Machado.
“Pero es un tenor lírico, M. Marsay”, me atreví a recordarle. Fui aplastado por el entusiasmo de mi amigo, quien ha disfrutado personalmente las dos “La Boheme” de Machado, en Caracas y en Madrid, y especifica que es un tenor que llegará a tener la calidad de su maestro, en dimensión de voz y en habilidad actoral. “Lástima”, se relame M. Marsay al compás de una copa de poir, “que sea tan bajito y ya tan gordo”.
“Nadie es perfecto”, le recuerdo mientras enciendo un habano que me obsequió mi amigo Gianni, propietario del Aventino.