Cómo acabar con la piratería de discos
(%=Image(4304517,»L»)%)No siempre fue obvio el derecho del autor. Grandes inventos no tienen autor conocido: la rueda, el alfabeto. No solo porque se hunden en la madrugada de los tiempos, sino porque eran épocas en que el individuo tenía menos trascendencia. No era protagónico y su identidad se licuaba en el grupo. Nadie tenía fe en el individuo como unidad diferenciada sino como tuerca anónima de la máquina social.
Las cosas cambiaron con Grecia. La identificación individual no solo era cosa de egolatría, sino que es instrumento básico para orientarse en el océano de las letras: no significa lo mismo una idea firmada por Platón que por Aristóteles. En la Edad Media el individuo se hundió de nuevo, las religiones lo diluyeron de nuevo en el seno del grupo. Cuestión de humildad.
El individuo recuperó sus orgullos en el Renacimiento y tuvo su apoteosis con los románticos. Y en eso llegó el capitalismo, que vive en gran parte de patentes y otros derechos. La industria cultural respira esa sustancia intangible insertada en discos, libros, películas, fotografías, etc. Vive de la protección de los derechos del autor. No así siempre los autores mismos, que raras veces se benefician de riqueza tanta. Salvador Garmendia, que tan cuantiosa fortuna produjo con sus radionovelas y telenovelas, murió en la pobreza. Como él, millones de músicos, escritores, pintores, actores y otros productores de sentido, viven un anonimato medieval, para no hablar de su precariedad económica. La industria cultural ha impuesto leyes draconianas que en la práctica confiscan los derechos intelectuales. Hay que ganarse un Disco de Oro para comenzar a devengar algo. No te confundas con la suerte de los Beatles, por ejemplo, pues ellos precisamente, como otros muchos artistas, tuvieron que lanzar su propio sello disquero para defenderse de las maldades de las empresas que los estafaban y que ahora claman contra la piratería.
Por eso desconfío de la alharaca armada con la piratería. Raras veces la arman los autores. Casi siempre lo hacen las empresas. Amontonan celosamente un tesoro producido por otros y luego lo explotan de los modos más radicales. Dos artistas quieren grabar una canción juntos, pero si son propiedad de sellos distintos tienen que pedir permiso. Si no se lo dan, la libertad de creación pierde. La esclavitud no ha sido abolida, dicho sea sin ánimo de alarmar. Los contratos leoninos a que se somete a los artistas les decomisan la libertad creadora. Como contaba Rubén Blades, si Cervantes hubiera querido publicar a través de un sello disquero, le hubieran alegado que un argumento de un viejo flaco y loco acompañado por un gordo glotón, sin sexo ni violencia, no vendería ni un ejemplar. La libertad de creación debe gambetear mil obstáculos para reinar por unos minutos. Libertad y fines de lucro se han vuelto opuestos bajo este plan de negocios. Solo coinciden por excepción. Las constituciones garantizan la libertad que luego incautan las empresas. Los artistas deben valerse de mil astucias para hacerla prevalecer. Lee Strassberg luchó durante décadas para que Hollywood entendiera que su método de actuación era tan rentable como sus alumnos James Dean, Marlon Brando, Paul Newman, Al Pacino, Marilyn Monroe. Parecido tuvieron que hacer Lucas y Spielberg. No es fácil convencer a un productor de correr riesgos. Tiene razón, pues es responsable de la salud de miles de millones que no siempre son suyos.
Pero en esto de la piratería no tienen razón, pues se ingenian para poner toda clase de obstáculos al producto legal. Examinemos solo tres.
1. Los soportes son de pésima calidad
Luego de pagar el alto costo te encuentras con que la caja del CD se quiebra de solo mirarla recio. Está diseñada para que te salte de las manos y caiga al piso, donde se quiebra la bisagra de modo irreparable. El plástico es tan quebradizo que a veces viene ya roto de la tienda. Tratas de quitar el plástico que lo envuelve y pierdes minutos de tu vida, pues está hecho para crearte todos los trastornos.
Superado esto, te encuentras con un problema peor porque es esencial: el disco se daña demasiado fácilmente. El CD y el DVD se atascan. Para no hablar de la pésima calidad del sonido del CD, comparada con la del viejo y venerable disco de vinilo tocado en buenos tocadiscos con buenas cápsulas. Era ruidoso, pero sonaba mejor.
Y el disco compacto no cumple su promesa de invulnerabilidad en uso normal, pues con frecuencia se raya al roce más inocente y de un modo tan irrecuperable como tu dinero.
Las cintas VHS se enredan, se estiran, las cajas se dañan porque, entre otras cosas, vienen en envases de cartón diseñados para que se caigan de tus manos.
2. El miedo a la globalización
Compras un DVD en Europa y no puedes verlo sino en Europa porque las empresas globalizadas que los venden temen tanto a la globalización, que protegen sus mercados poniendo una codificación que divide al mundo en cinco áreas. Ahí pierdes todo tu dinero, a menos que compres un reproductor de DVD para cada área, si es que los consigues sin dar la vuelta al mundo. O usas programas decodificadores que se consiguen gratuitamente por Internet.
3. El alto costo
Los CDs son tan malos porque los hicieron baratísimos. Pero solo para el productor. A ti te los cobran carísimos. Su bajo costo está destinado a reducir los desembolsos de producción, no el precio de venta.
La empresa amortiza el costo de producción y te lo sigue cobrando en los discos viejos. En muchos países los importadores venden más caro que en el de origen.
¿Es extraño que los piratas triunfen en estas condiciones?
El capitalismo tiene sus reglas y una de ellas es la lógica del comprador. Si este consigue el mismo producto por un precio menor, su tendencia elemental es preferir este que pagar altos precios por prácticamente lo mismo, sobre todo en esta era digital, en la que el sonido (lo esencial) es indiferenciable del original.
Y, por cierto, ¿conoces algún país en donde la policía haya acabado con los piratas?
Pero el mayor peligro para las grandes empresas no es el pirata, sino el vendedor legal. Hay un millón de ofertas de grabaciones a costo bajo en los kioscos de periódicos del mundo entero. Hay además pequeñas empresas nuevas que buscan romper esta lógica con productos de bajo precio.
Y finalmente está Internet. Las casas disqueras se ensañaron con Napster, ese servicio de distribución gratuita de música a través de Internet, con la ventaja sobre el CD de que lo que está en tu disco duro no se daña respáldalo, eso sí. Pero quedan mil distribuidores gratuitos e incontrolables, porque no dependen de un servidor central que cualquier juez puede incautar. Con Gnutella, por ejemplo, no se puede, porque son millones de computadoras conectadas entre sí. Es decir, en Napster ponías música a la orden de cualquiera, pero había que pasar por su servidor central. En Gnutella el que quiera tu música la obtiene directamente de tu computadora, sin pasar por un servidor central. ¿Cómo controlar eso? ¿De qué tamaño será la cárcel en que van a meter a los millones que hacen esto?
Esto obliga a un plan de negocios completamente nuevo. No hay espacio aquí para describir las posibilidades, pero son millones. Lo malo es que hay que tener la imaginación que las empresas tradicionales no necesitaron en las condiciones en que operaban hasta ahora.
Una idea: bajar los precios. Algunas empresas lo están haciendo ya.
Otra: vender la música (y pronto el cine, cuando aumente el ancho de banda) por suscripción a través de Internet. Algunas empresas comenzaron ya. No solo aumentarán sus ventas, sino que el consumidor tendrá más opciones, afinará su gusto y todos seremos más ricos.
Como en el deporte, en los negocios si no la haces te la hacen. Más les vale irse apresurando porque si no la hacen las disqueras tradicionales la harán mil empresas pequeñas, los piratas y ¡mira tú qué cosa! los propios artistas, que ya venden sus productos directamente. Entonces la libertad creadora no será incompatible con los fines de lucro sino su principal aliado. Las empresas pueden salir ganando si imaginan nuevos canales de comercialización. O sufrirán el destino de los dinosaurios, aquellos poderosos gigantes que se extinguieron porque no se adaptaron a los nuevos tiempos.
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