Jesús y el trato con los hermanos
En el corazón del Sermón del Monte encontramos un apartado dedicado al trato entre hermanos. Muchos han titulado este apartado como Jesús y la ira y otros como Jesús y el homicidio. En primer lugar, debemos considerar la importancia de la palabra “hermano” en este contexto. Según eruditos de la Biblia la palabra hermano aparece 343 veces en el Nuevo Testamento; es usada mayormente para referirse a personas que profesan una misma fe, además del hecho de la consanguinidad. Para los judíos los hermanos son aquellos que pertenecen a su mismo pueblo, raza o nación, a su misma fe y a su misma familia.
En nuestra lengua castellana la palabra “hermano” se origina en el catalán “germá” la cual se origina del latín “germanus”, que proviene del vocablo Geno que significa carnal, en el sentido de ser pariente consanguíneo. Por otra parte, la palabra “germanus” también se usa para significar verdadero o exacto. De tal manera que al leer el evangelio podemos inferir que Jesús nos habla del trato a aquellos que profesan nuestra fe, a los hijos de Dios, nuestro Padre celestial; sin dejar de lado a aquellos a quien Dios nos dio como familia consanguínea.
El evangelio según Mateo nos expresa las palabras de Jesús a este respecto de esta manera: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante”. Mateo 5:21-26.
Una vez más vemos que la columna vertebral del Sermón del monte es mostrar a todos el Reino de los cielos; es decir, la manera cómo Dios quiere que vivamos nuestra vida terrenal. Es trascender de la mera acción de cumplir la ley mosaica a la trascendencia espiritual de nuestras acciones en esta Tierra. No se trata solo de no matar, de no halar el gatillo y disparar un arma para herir de muerte a alguien. Una vez más, Jesús recalca que lo que hemos escuchado, que lo que los antiguos nos contaron no es suficiente. Por esa razón enfatiza diciendo: “Pero yo os digo”. En otras palabras, aquello que escucharon es importante; sin embargo, ustedes están llamados a trascender. No se trata solo del acto de quitarle la vida a alguien, se trata del manejo diario de tus emociones negativas, de la ira y el enojo con el cual pretendes tratar a tu hermano, a tu familia, a la gente de tu fe, de tu pueblo o nación.
Según la psicología el enojo es una emoción que se produce de manera natural ante una situación que compromete la integridad del individuo, una situación de amenaza que vulnera la paz interior. Por lo tanto, es casi imposible no sentir enojo en circunstancias determinadas. Por esa razón, el apóstol Pablo nos insta a que no se ponga el sol sobre nuestro enojo (Efesios 4:26) ; es decir, a no perpetuar la emoción del enojo convirtiéndola en un sentimiento de odio que nos lleva ineludiblemente a la violencia verbal, física o a la violencia pasiva en sus muchas y diferentes manifestaciones, como la indiferencia y el desconocimiento adrede de los derechos del otro.
Jesús nos muestra aquí que al enojarnos y darle rienda suelta a la violencia verbal, diciéndole necio o fatuo a nuestro hermano, ya somos culpables de juicio y más aún estamos expuestos al infierno. ¿Quién no ha estado expuesto al infierno al darle rienda suelta a la lengua con todo su veneno de maldiciones? Sabemos que la rabia y la ira magnificadas pueden dar lugar a cambios fisiológicos en el cuerpo que podrían traer graves consecuencias a la salud. Son muchos los accidentes cerebro-vasculares, los infartos, las hemorragias digestivas y otros tantos cuadros más que han sobrevenido luego de dejar que la ira tome el control. Tener esta actitud es como tomarse un frasco de veneno y esperar a que el otro muera. Jesús nos reta a trascender, a salirnos del molde del mundo, a dejar las costumbres y actitudes supuestamente normales. Él nos da la receta no solo para no matar a nuestro hermano sino para no matarnos a nosotros mismos.
Y no solo nos hace referencia a lo que nosotros podemos sentir sino que nos recalca que si sabemos que nuestro hermano tiene algo contra nosotros, no llevemos la ofrenda al altar, no tomemos la comunión o santa cena, no vayamos a la iglesia a adorar a Dios, sin antes haber ido al hermano a pedirle perdón; aún a sabiendas que él o ella fueron quienes nos ofendieron. Porque Jesús está siempre muy interesado en tu corazón. Y tú dirás ¿Pero, cómo voy a ir a pedir perdón a alguien que me ha humillado? Si, es una manera extraña, no razonable humanamente. Porque Dios desbarata nuestros argumentos y nos reta a caminar la segunda milla, a romper patrones. El nos eleva espiritualmente a un plano que la mente no entiende, pero que sana al corazón y libera al alma.
Literalmente, nos reta no solo a la reconciliación sino a la negociación: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino”. En otras palabras, como lo expresara el apóstol Pablo a los Romanos: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Romanos 12:17-21.
El Señor nos apura a resolver los conflictos, a llegar a acuerdos, mientras sea posible, mientras tu hagas lo posible en oración, en ayuno, en una actitud de un carácter afable y apacible que es de gran estima delante de Dios (I Pedro 3:4). A no usar armas emocionales como insultos, ironía y cinismo. El Señor nos dice: Primero, ve y haz tú lo que te sea posible, lo demás, déjalo en Mis manos. De otra manera, vivirás en la cárcel por el resto de tu vida. En la cárcel de tus pensamientos, de tus emociones tóxicas y de tus sentimientos negativos que serán cadenas que te mantendrán atado a la amargura y el dolor, hasta que pagues el último cuadrante.
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
Efesios 4:31-32.
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