¿Por qué cuesta tanto abandonar el poder?
El poder tiene una atracción adictiva, una vez que se prueba, resulta difícil imaginar la vida sin su influencia. Genera una sensación de control, importancia y autoestima que puede compararse al efecto de una droga. El miedo a perder ese poder puede generar una crisis de identidad y dificultades para adaptarse a un nuevo rol en la sociedad.
La renuncia al poder puede ser percibida como un signo de debilidad o fracaso, lo que puede dañar permanentemente la reputación construida durante el ejercicio del cargo.
Ejemplos extremos como el de Hitler, quien optó por el suicidio en lugar de la rendición, o el de Ceaucescu y Gadafi, quienes confiaban en el amor eterno del pueblo y terminaron trágicamente, ilustran esta dificultad.
El proceso de abandonar el poder es complejo tanto a nivel psicológico como social. Figuras como Pinochet, De Clerk y Jaruselski, entre otros, requirieron garantías sólidas de que ellos y su entorno no sufrirían consecuencias negativas si renunciaban pacíficamente al poder.