Abrir la universidad: arma de doble filo
China comenzó hace años a intentar posicionarse como un destino de calidad para estudiantes universitarios de otros países. La cuantiosa inversión realizada en educación superior – 179 billones de dólares en la última década- se ha orientado no solo a ofertar carreras con acreditaciones válidas para sus nacionales. Hoy sus autoridades se empeñan en atraer un volumen creciente de estudiantes internacionales a través de la transformación de un número significativo de sus casas de estudios en centros reconocidos como “world class”.
Pekín no está haciendo más que emular a Washington en la apertura de sus instituciones de educación a los extranjeros. De acuerdo con los órganos competentes de las Naciones Unidas ( UNESCO), mientras Estados Unidos puede asegurar que el 6% de sus estudiantes universitarios son extranjeros, en China el volumen de alumnos universitarios que no son nacionales alcanza a menos del 0,4%. Para el año 2022, del volumen global de estudiantes de terceros países presentes en los Estados Unidos 38% era chino, es decir mas de uno de cada tres. En lo que va de este siglo, los estudiantes universitarios chinos en las universidades estadounidenses se han multiplicado por 6, sobrepasando hoy medio millón de alumnos.
China, sin embargo, se encuentra muy a la zaga de otros países occidentales en este terreno pero la política de globalización de la presencia china en la esfera internacional ha llevado a sus autoridades a desplegar una estrategia de captación de estudiantes en universidades bien seleccionadas en suelo chino. De las 3300 universidades e instituciones profesionales de formación de estudios superiores existentes en suelo chino menos de un 10% están habilitados para ofertar disciplinas atractivas al extranjero y su principal barrera continúa siendo la lingüística. Aun así, ya sobrepasaron los 500.000 jóvenes extranjeros haciendo estudios universitarios en alguno de los 300 establecimientos habilitados para ello.
Solo que la apertura de las fronteras chinas en el campo educativo plantea desafíos de envergadura tanto si se trata del joven chino que emigra, como del extranjero que se instala a estudiar en una universidad en China. Por paradójico que pueda resultar, el atractivo de la movilidad internacional, fiebre que también ha impactado al joven estudiante chino, está pudiendo ser monitoreada, si no controlada, por sus autoridades. Los estudiantes chinos cada vez más se animan salir a hacer estudios fuera del país, pero a escala planetaria se ha demostrado que son también los estudiantes chinos quienes más retornan al terruño a hacer carrera.
En el sentido inverso, la estrategia aperturista de sus campus parte del principio de que la vida universitaria es el medio ideal para la provocar la transculturización de los visitantes a China en edad de consolidación intelectual. Todos los gobiernos del coloso de Asia han apuntado hacia ese objetivo al promover la entrada y la beca de estudiantes extranjeros. Solo que tradicionalmente la juventud en etapa universitaria se ha estado convirtiendo en China en un motor de generación de ideas propias e independientes que no son más que la adaptación de lo que el joven autóctono observa, capta y asimila del visitante externo y de lo que extrae de sus propios estudios en el exterior.
Conseguir un equilibrio entre ambas cosas es esencial para el gobierno de Pekín y lo está siendo más aun para la administración de Xi Jinping, quien, a pesar de los beneficios, lo percibe como un riesgo. Aun así, desde 2017 este sector es visto como clave para la modernización, para el crecimiento económico y para el poder global de China.
Todo imperio con vocación de expansión mundial busca convertirse en referencia universitaria internacional y para ello busca que sus centros de enseñanza universitaria atraigan a estudiantes de pregrado, postgrados e investigadores, no solo por los ingresos económicos que puedan percibir, lo más importante es el enriquecimiento que significa las distintas y múltiples visiones y perspectivas de los mejores estudiantes y talentos de otros países y culturas y el hecho de ganar amigos, voluntades y hasta parciales en el proceso de aceptación y expansión de las influencias chinas en el exterior. Esto explica porque las universidades británicas son polos de atracción para los estudiantes de sus antiguas colonias y que las universidades de Estados Unidos son polos de atracción para casi todos los estudiantes del mundo y si tenemos en cuenta que el siglo XIX fue el siglo del poderío británico, el siglo XX el siglo del poderío norteamericano y China Comunista busca que el siglo XXI sea el siglo del poderío chino, entenderemos los esfuerzos de la Dictadura Comunista de China de abrir sus universidades a los estudiantes extranjeros y seguramente logrará éxitos en extender sus influencias en los países de África, Asia y América Latina, en los que busca establecer sus empresas (controladas por el Partido Comunista Chino) para asegurar las materias primas para sus industrias y sus mercados para exportar sus productos y servicios, y en muchos de estos países, por la mediocridad de sus gobernantes, logrará imponer su control financiero y económico, pero no logrará imponerse en los países más avanzados del mundo con democracias sólidas (Estados Unidos, Canadá, los países de Europa, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, entre otros) porque allí no podrá desplazar las preferencias por las universidades norteamericanas y europeas y porque sus habitantes, más informados, más cultos o menos ignorantes que las empobrecidas masas asiáticas, africanas y latinoamericanas, entienden que China está sometida al yugo de un sistema híbrido que combina lo peor de dos mundos: En lo político la Dictadura del Partido Comunista Chino, negador de todo Derecho Humano, y en lo económico el más bestial Capitalismo Salvaje, que niega todo derecho a los trabajadores, sin sindicatos ni protección para las mujeres ni para los niños y sin legislación protectora del medio ambiente, porque en China los gobernantes comunistas entendieron que la economía comunista los llevaría a nuevas hambrunas y que los mantendría eternamente en la pobreza y el atraso, pero no renunciaron a los privilegios del poder político y aunque reconocieron el fracaso de la economía comunista consolidaron su dictadura unipartidista, y transitan el camino de todo «Socialismo Real»: Convertirse en una Monarquía Absoluta, ya de carácter dinástico, en los países donde el poder del Partido Comunista cede ante el poder de los caudillos o autócratas vitalicios y el Partido pasa a ser monopolio de la familia del Monarca Comunista, como Cuba y Corea del Norte; o de carácter electivo, en los cuales el poder del Partido Comunista es ejercido por un grupo poderoso que designa de su seno, fuera de influencias familiares, al Monarca Comunista, como en Vietnam y antes en la extinta Unión Soviética y en la mayoría de sus estados satélites de Europa Oriental. Y la Historia registra cómo el Comunismo Marxista, un proyecto utópico (aunque presumió de ser «científico»), se convirtió en un mecanismo reaccionario para reinstalar a la Monarquía Absoluta como sistema de gobierno personal, irresponsable, vitalicio, elitesco, autocrático y tiránico, en sustitución del verdadero sistema de gobierno revolucionario: la Democracia, de gobierno colectivo, responsable, por periodos de tiempo limitados, popular y electivo. Lo demás son «cuentos chinos»*. (*) Expresión popular nacida en Italia y extendida al resto de Europa y después a América, para significar que se está ante mentiras increíbles por exageradas y contrarias al sentido común, expresión surgida a raíz de la publicación del libro «De los Millones» como se llamó popularmente en la Italia medieval (aún no unificada) al libro sobre Marco Polo y sus viajes y estadía en China.
Nota: Las Monarquías de carácter electivo (no dinásticas) son aquellas en las que el Monarca es electo por un número muy restringido de electores quienes conforman una especie de nobleza o aristocracia que tienen asignado el poder de escoger de su seno o fuera de este a quien ejercerá como monarca en forma vitalicia y ante su muerte, renuncia o incapacidad permanente se produce la nueva elección del sustituto en el trono, tal como se elegía al Emperador del Sacro imperio Romano Germánico por los Electores y como se elige al Papa por los Cardenales, ya que El Vaticano es un Estado regido por una Monarquía Absoluta de carácter electivo, el Papa tiene carácter de Monarca de la Iglesia y los Cardenales, quienes integran el Colegio Cardenalicio (órgano elector del Monarca), son «Príncipes de la Iglesia». Antes de reducir la República de Italia el poder temporal de los Papas, antes de la unificación de Italia a mediados del siglo XIX existieron los Estados Pontificios o Papales y los Papas tenían Ejércitos y combatían en guerras como cualquier otro monarca cristiano, recuérdese el caso del Papa Julio II, el Papa Guerrero. No se piense que las «guerras santas» eran exclusividad de los integrismos musulmanes, y ni fueron solo las Cruzadas, «Guerras Santas Cristianas», los Papas actuaban como cualquier Rey cristiano en guerras de conquista y ejercía la tiranía doméstica sobre sus siervos y vasallos, razón de la generalizada irreligiosidad y descreimiento en los Papas y jerarcas de la Iglesia Católica de los italianos, según expuso el tratadista de Filosofía Política Nicolás Maquiavelo en su obra «Las Décadas de Tito Livio».