Venezuela con petróleo peligroso
Venezuela también le ha dado a las letras universales muchos hombres y mujeres valiosas y de enorme talento con una sobresaliente figuración mundial. Uno de ellos fue Arturo Uslar Pietri, un intelectual de proyección literaria dentro y fuera de su país y quien, entre tantas verdades con referencia a la producción petrolera, propuso que los venezolanos debían sembrar el petróleo. Por supuesto, “nadie es profeta en su tierra”, expresa un dicho popular. Y, hasta el presente, sus coterráneos han hecho caso omiso a su propuesta.
Su propuesta se basó en una opción sencilla, de fácil comprensión: invertir en áreas productivas los excedentes o parte del dinero devengado de la explotación petrolera para diversificar la economía, estimular el desarrollo del país a partir de la transformación de todas las áreas, comenzando por la industrial y por la agropecuaria. Han transcurrido muchas décadas desde aquella recomendación que sigue vigente.
Hasta el presente, en poco más de un siglo, los venezolanos apenas han rasguñado sus reservas de hidrocarburos. Pero ha sido una actividad que ha producido mucho dinero, especialmente durante los últimos 16 años. Vergonzosamente, hay que admitir que de haber «sembrado el petróleo», Venezuela estaría hoy formando parte del club de países del primer mundo.
Lamentablemente, lo que hoy pueden exhibir gobernantes y gobernados, es un país del tercer mundo, incapaz de producir los alimentos que necesitan sus ciudadanos; hipotecado; con una deuda externa que sobrepasa los doscientos mil millones de dólares, un parque industrial diezmado y un horizonte cubierto de nubarrones.
El país, en contraposición con dicha realidad, exhibe grandes reservas naturales por explotar, abundantes fuentes hídricas que representarán el tesoro más valioso del futuro. Es una parte del planeta inmersa en un ambiente tropical, apoyada sobre tierras fértiles, todo lo cual le permite poder producir alimentos, garantizar su seguridad agroalimentaria. Asimismo, bellezas naturales y condiciones excepcionales para un desarrollo turístico competitivo en el Continente y fuera de él. Por supuesto, y lo que es más importante, también cuenta con recursos humanos capaces de revertir procesos adversos, además de más de un millón y medio de compatriotas formándose en el exterior, muchos de los cuales estarían dispuestos a regresar si se les garantizara la alternativa de poder vivir en un país seguro, confiable, con alternativas de superación personal, profesional y familiar. Es decir, lo que hoy trata de lograr fuera de su Patria la gran mayoría de los que han migrado.
Las luces amarillas del país están encendidas actualmente. La caída de los ingresos provenientes del negocio petrolero obliga a revisar el punto de partida de dicho problema. No es otro que ese negocio está enfrentándose a una nueva realidad: a nivel mundial se está entrando a producir con nuevos procesos y actores un considerable excedente volumen de petróleo, y eso ha disminuido el valor comercial del citado recurso energético. Para Venezuela, cuyos ingresos dependen en un 97% de su venta para obtener divisas, esto es sinónimo de un grave déficit presupuestario.
Por supuesto, es un cuadro que se complica a futuro, ante los últimos acuerdos a nivel mundial, especialmente en lo relativo a la descontaminación ambiental y al compromiso de las grandes potencias, en particular Estados Unidos y China, que son los principales consumidores de combustible. Se trata de potencias económicas ganadas a la tesis de limitar o regular el consumo de petróleos extrapesados en el mundo -entre otras tantas limitaciones- por ser altamente contaminantes, especialmente el coque, que es un residuo del proceso de mejoramiento de estos crudos.
Es decir, la Venezuela petrolera, sola o unida a sus socios de la Opep, tiene que estar consciente de que dicha situación inducirá a generar nuevas fuentes de energía limpia. Y eso limitará la venta del producto bandera nacional. Pero, además, de que sobre su actividad también se cierne la amenaza del gigante del Norte. Porque para el año entrante, Estados Unidos de América dejará de ser el gran importador, para convertirse en un productor mundial con capacidad exportadora. Y eso plantea el cierre parcial del otrora mercado comprador del crudo venezolano.
Sorprendentemente, mientras todo eso acontece alrededor del negocio petrolero del que vive y come Venezuela, el país se sume entre la angustia y la justificada preocupación. Y quienes conducen dicha actividad, optan por la continuidad de una rectoría oculta, opaca, desde la oscuridad para el resto de los venezolanos. Les basta con insistir en vender un eslogan ideológico: “el petróleo es del pueblo”, a la vez que cuestionan toda posibilidad de impedir que dicho problema siga alimentando diferencias entre venezolanos, fortaleciendo odios y avivando diferencias ideológicas.
Saber cómo se enfrentarán el 2015, las necesidades que provocará y las de los venezolanos que no saben cómo impedir que la inflación y la escasez les sigan poniendo al borde del hambre y de la hambruna, es un misterio para quienes no forman parte del cenáculo gubernamental. Por supuesto, mientras las esperanzas de la mayoría por vivir mejor se diluyen como el agua entre los dedos, el clamor es que la estupidez de la división se deje en el olvido. Lo imperativo, definitivamente, es reunir voluntades conciliatorias e instalar el gran y definitivo diálogo de entendimiento. Ya no se trata de quién vence o saca el mejor partido de los errores ajenos. El país está en quiebra técnica. Los niveles de escasez son de alta peligrosidad. La barbarie e inseguridad, poco a poco, avanza, se impone, domina la conducta de todos los venezolanos dentro. Y Venezuela no se merece tanta desidia.
El Gobierno no puede continuar actuando para una minoría, mientras desarrolla un acorralamiento del resto de los ciudadanos, en un intento desesperado por insinuar gobernabilidad a partir del culto al miedo y al terror.
Entre la inflación, el desempleo y la desesperación por no saber cómo alimentar niños y enfrentar enfermedades, no hay acorralamiento familiar ni particular que valga. Es una provocación a la violencia. Y la violencia no conduce a nada distinto que a dolorosas y lamentables consecuencias de odio entre hermanos.
¿Es que alguien conoce en la historia del mundo que haya habido una guerra buena que desplace lo malo de toda guerra?.
Presidente de Fedecámaras Miranda y
Director de la Federación Nacional de Ganaderos
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