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Una acusación generalizada, además de ser injusta, es intimidante

Seguidamente, sin saber, sin investigar, sin tener ninguna veracidad sobre el hecho abominable, el alto gobierno  lanza toda clase de improperios y acusaciones contra la oposición, sin medir consecuencias. Bolívar, dijo alguna vez: “Precipitarse es perder.” Y Nicolás Maduro, se precipitó. A la opinión pública le ha llegado la información oficial y la trasmitida por los medios impresos y digitales privados que siguen la versión gubernamental; pero también está la otra versión,  la de los caminos verdes; mas ninguna deja de señalar el ensañamiento y la extraña forma en que perdió la vida el diputado Robert Serra.

Lo que está fuera del derecho deja de ser, solo son conjeturas sin valor. Jamás, un presidente de la República, ni habiendo sido juez, puede acusar sin fundamento y menos sentenciar. Eso sería abuso de poder y un disparate. Pero en la Venezuela actual, la voz del Poder Ejecutivo se torna intimidante, no hay separación ni libertad de los Poderes Públicos. Esto obstaculiza a la verdad real. La inmediatez sin contenido ni conducta comedida, desmejora toda prueba, es un túnel que no deja pensar con claridad, mantiene la ilusión de ver la luz cercana, cuando de verdad  se está lejos. El político, profesor y abogado mexicano Raúl Villanueva escribe: “El principio de inmediación hace referencia a la conducta que debe adoptar el juzgador ante los medios de prueba en su doble aspecto subjetivo o formal y objetivo o material.” Muchas veces el desconocimiento del derecho y de la Constitución, entre otras materias, pueden llevar fácilmente a otros delitos. Una acusación generalizada contra toda una comunidad, además de ser injusta, es intimidante. La intimidación oficial, cuando no conduce a la desesperación, deviene en quietismo, en resignación perniciosa o al más demoledor de los escepticismos. Pero en cualquier momento, todo estalla para dar paso a una crisis más destructiva o a la guerra. Y esto es lo que hay que evitar. Es el deseo de los más optimistas. Y aquí, no sobra decir que: la verdad hace la justicia.

Si alguien dice: “El gobierno mandó a asesinar al diputado Robert Serra.” Esta aseveración es tan irresponsable como la frase oficial: “La oposición pagó para asesinar al diputado de la Asamblea Nacional, Robert Serra.” El 30 de octubre de 1823, El Libertador, le escribe al Gral. Francisco de Paula Santander: “La ofensa hecha al justo es un golpe contra mi corazón y yo no quiero precipitar mi mano contra mi propio pecho.” Apenas, habiéndose enterado del crimen, el Alto Gobierno “revolucionario”, sin lugar a duda, precipitó la mano para golpear a la oposición, sin tener indicio alguno en torno al vil asesinato perpetrado contra el joven diputado. Y tal vez por esto, ahora la gente crea que avanzadas otras pesquisas y hallados a los presuntos culpables, el Alto Gobierno siga imputando y denostando, con más acusaciones infundadas, a la disidencia. Pues la precipitación contamina la veracidad creíble de la noticia oficial.

Las frases inmaduras y anteladas de cualquier investigación son desacertadas, impropias e indignas de personas sensatas, y son más imperdonables, si vienen de gobernantes. Estas frases temerarias y capciosas proferidas por Maduro y otros funcionarios de la “revolución”, pudieran desviar la investigación, sembrar a la nación en el más terrible caos o propiciar matanzas incontenibles. Sí, son frases intimidadoras que señalan a más de la mitad de la población del país. Frases que provocan terror, miedo. Hace “pensar” que para salvarse de la violencia política o delincuencial hay que huir o silenciarse, refugiarse en el lugar más recóndito de la casa, sin abrir la boca, para nunca decir: “Yo soy de la oposición.” Pero nadie podrá ignorar que su silencio y su terror, siempre será  el resultado de la tiranía mediática oficialista y de la vocería  gubernamental. Así es como nace el relato de la guerra y del exterminio. El asunto no es callarse, sino ser prudente. Lo loable está en que el pueblo venezolano demuestra mayor sensatez, que  sus actuales gobernantes. Más aún, el pueblo no se deja intimidar, fácilmente. Así lo ha demostrado, así lo demostrará.

Algunos dirán: “Todas las naciones del mundo han caído, alguna vez, en la decadencia y han tenido crímenes políticos” Ciertamente, es una enfermedad político-social. En ella, quienes se han cargado de pesimismo, sienten que todo se ha detenido, que poco o nada marcha bien, que  no existen posibilidades ni remedios, que no hay solución a nada, que nadie es digno, que pronto habrá de venir el apocalipsis que arrasará con todo. Por lo contrario, el optimista siempre cree, que hay oportunidades y soluciones. Pero el lenguaje irresponsable de algunos políticos de la Venezuela  actual, por vacuo y precipitado, empuja a crédulos de allá y de acá, a salirse del cauce normal de sus vidas, los empuja al mal, los lleva a la pérdida de la vergüenza, sin hacer diferencia entre el bien y el mal. El poder del lenguaje dirigencial, al ser mal utilizado, puede arrasar con la concordia y la ética. Ser honrado, no es sólo no robar. La manipulación, la difamación y la intimidación jamás dejan de ser miserias. Con ellas gobierna la inmediatez y la mediocridad.

Sentir a esta dolorosa desgracia, tener conciencia de ella, mantener la paciencia y la calma para escuchar a este tipo de gobernantes, que usan la muerte extraña de uno de los suyos, para medrar políticamente de ella, echándole la culpa a sus oponentes, es oprobioso. Esta ha sido la carga más pesada que nuestro país ha llevado durante estos últimos 15 años. Observar, impotentemente, a esa dirigencia que gobierna para una parcialidad política,  que deja campear a la corrupción, que administra y guía a la gente hacia la anomia asiliente, que es incapaz de resolver problemas propios y de la comunidad, que tiene imposibilidad de reflexionar, de darse cuenta que está cayendo en la incapacidad, que ha dejado de ser porque perdió o va rumbo a perder la cordura. Porque ya no entiende aquello, que una vez escribiera el filósofo griego Parménides (530 a. C.): “Ser y pensar son una y la misma cosa.”  Ojalá, que el gobierno vea la luz en los  tenebrosos y laberínticos túneles por donde transita y pueda entender lo que Simón Bolívar escribiera el 30 de abril en 1827, al Gral. inglés Sir Robert Wilson: “Yo podría arrollarlo todo, más no quiero pasar a la posteridad como tirano.” En consecuencia, hay que bajarle dos al fraseo violento, tirano e irresponsable.

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