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Un planeta superpoblado

¿Cómo podrán vivir 9.600 millones de personas en la Tierra en el 2050? La búsqueda de respuestas a esta inquietante pregunta reunió esta semana en Nairobi (Kenia) a la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Unea), organismo internacional que analiza el preocupante asunto de la sobrepoblación del planeta.

El último censo hecho en todos los países mostró que el mundo tiene 7.200 millones de habitantes. Lo alarmante es que la población global crece. Según el Foro Urbano Mundial, que se realizó en Medellín, esta crecerá en 3.000 millones en menos de 40 años. Ello es resultado de varios factores, entre ellos el aumento de la esperanza de vida y la disminución de la mortalidad infantil, gracias, entre otras acciones, a la universalización de las medidas sanitarias, al uso de vacunas y medicamentos, a mejores condiciones de alimentación y de vida y al desarrollo tecnológico.

Algunos expertos consideran que la desinformación y la falta de educación en muchos países también influyen en estos desenlaces, al carecer de campañas para prevenir los embarazos no deseados y de adolescentes, y por desconocer, distorsionar o ideologizar el uso adecuado de los métodos de contracepción, a lo que se suma la falta de recursos.

No hay duda de que este escenario genera mayores demandas y una clara expansión de los asentamientos humanos. El costo ambiental es inmenso: se calcula que cada año desaparecen 16 millones de hectáreas de bosques y que las especies sensibles a la destrucción de sus hábitats se extinguen miles de veces más rápido que de manera natural.

En todo el globo se propicia una urbanización creciente y una concentración de habitantes en las ciudades. Prueba de ello es que en 1975 solo tres urbes del mundo superaban los 10 millones; hoy, más de 21 pasan fácilmente esta cifra. Lo anterior genera demandas que exigen la sobreexplotación de los recursos y que producen factores que afectan de manera directa a sus pobladores.

Se calcula que hoy 5 millones mueren cada año por enfermedades relacionadas con la contaminación, los desechos orgánicos y otras causas inherentes a esta realidad, como el calentamiento global.

Los crecimientos desproporcionados llevan también a las deficiencias de servicios, a la desocupación creciente y a la profundización de inequidades, que recrudecen la pobreza. Frente a este panorama, solo dos cosas ponen de acuerdo a los investigadores: que a mayor cantidad de gente, mayor demanda de recursos; y que el aumento de los humanos, principalmente en los países en vías de desarrollo, no va a cambiar a corto plazo. Paradójicamente, vale añadir, en más de 40 países la población disminuirá, sobre todo en Alemania, China, Japón, Rusia y Tailandia.

Todo esto exige acciones concretas. Algunos opinan que el asunto es de espacio y de recursos y proponen que se controle la expansión de la población; que se regulen los nacimientos, a la par que se hacen ajustes económicos y sociales, para lograr el equilibrio entre el número de personas y las condiciones dignas de vida.

Esta perspectiva, de corte malthusiano, tiene adeptos, entre ellos, el ministro de Finanzas del Japón (uno de los países más poblados de la Tierra), Taro Aso, que ha planteado propuestas basadas en la necesidad de controlar la población para que los Estados armonicen las necesidades de sus habitantes con los recursos disponibles; de hecho, en un contexto de eficiencia y con algo de sarcasmo, ha invitado a la gente mayor de su país a morir rápidamente. Otros, en cambio, aceptan que hay superpoblación, pero no ven en ella una causa fundamental de los problemas del mundo. Más bien consideran que sí hay espacio suficiente y bastantes recursos para satisfacer sus necesidades, pero que estos están mal distribuidos.

Distintos estudios han demostrado que no existe una relación directa entre la densidad y la pobreza, y toman como referencia algunos países que, pese a la alta concentración de personas por kilómetro cuadrado, como el mismo Japón, Estados Unidos, Suiza y Alemania, encabezan las tablas de elevados ingresos per cápita. Esto contrasta con naciones extensas y despobladas, como las africanas, que a su vez muestran bajísimos ingresos.

También están quienes prenden las alarmas ante el problema más grande que enfrentan los países desarrollados, generado por las políticas de contención de la población: el rápido envejecimiento. Está comprobado que mientras la natalidad desaparece en estas sociedades, su esperanza de vida aumenta. Si bien eso deja en cero la ecuación, tampoco soluciona las dificultades; mientras tanto, las naciones en vías de desarrollo seguirán superpoblándose y convirtiéndose en los nuevos polos de producción y consumo.

Todo esto pone en evidencia el hecho de que, más que un problema de cantidad, hay fallas estructurales serias, cuya corrección requiere mirar la cuestión desde todas las aristas. Lo que incluye políticas claras y sostenibles para controlar la natalidad, buscar una redistribución justa de la riqueza, fijar compromisos inamovibles frente al medioambiente y tomar la decisión de buscar que todas las personas vivan en condiciones dignas. Queda claro que esta tarea, que compete a todo el mundo, ya no da más espera.

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