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Siglo de torturas y genocidios

Nadie debería asombrarse ante el ambiente de violencia sanguinaria y sádica, vinculada a la criminalidad organizada y la corrupción, que hoy en día espanta no sólo al pueblo venezolano sino también a los demás de América y, cada vez más, los del mundo entero. Para el estudioso de la Historia Universal, que mire más allá de sus narices, domine la noción de “estructura” y maneje el concepto braudeliano de la “larga duración”, la secuencia de períodos socio-históricos pasados se le presenta como una línea continua pero oscilante en zigzag, entre etapas caracterizadas por la cohesión de ímpetus creadores y otras, en las cuales predominan los conflictos y resurgen con fuerza los atavismos más despreciables.   Quien lea la Historia con estas perspectivas –y aplique criterios valorativos ético-humanistas más bien que técnico-instrumentales–, tendrá que admitir que a nuestra generación, al igual que la de nuestros padres y abuelos, no le ha tocado vivir en un siglo de “progreso” sino en uno de regresión y de neo-barbarie.

El siglo XIX (o, mejor dicho, los cien años comprendidos entre 1814 y 1914) fue sin duda un período luminoso. No hubo guerras de vasta dimensión. La civilización burguesa liberal, enmarcada en la “Pax Britannica”, se extendió sobre el mundo entero y, bien que explotó a los pueblos económica y laboralmente, les dio la abolición del esclavismo, paz y seguridad, ilustración y ciencía, así como valores y esperanzas comunes.

Todo ello se vino abajo a partir de 1914. La Primera Guerra Mundial, hecatombe insensata y criminal, causó treinta millones de muertos y lesionados, destruyó materialmente a Europa y desesperó a sus pueblos, desacreditó los valores liberales y dio origen a los extremismos comunista y fascista. Se reimplantó el uso de la tortura (que el liberalismo había abolido y que se consideraba como cosa del pasado), y se inició la era de los genocidios. De 1915 a 1918 en Turquía, Ismail Enver Bajá exterminó entre 1,2 y 1,5 millones (dos tercios o más) de los armenios residentes en ese país. Entre 1941 y 1945 Adolf Hitler efectuó el llamado Holocausto o shoá, asesinando a seis millones de judíos. De haber ganado la guerra, hubiera continuado hasta acabar con el último bebé de esa “raza”. Entre 1975 y 1979, Pol Pot y los Jemeres Rojos aniquilaron a casi una tercera parte de su propio pueblo (dos millones de un total de siete) en un “auto-genocidio” dictado por un demencial dogmatismo ideológico. En 1994, una de las dos etnias que cohabitan en Ruanda fue víctima de grandes masacres genocidas por parte de su gobierno y de miembros de la otra etnia. Stalin y Mao, en la URSS y China respectivamente, se hicieron culpables de matanzas masivas que no tuvieron motivación genocida sino de “lucha de clases”, pero causaron indecibles sufrimientos a millones de personas inocentes.

Cuando colapsó el sistema comunista soviético en 1991, personas ingenuas e ignorantes de la Historia creyeron que venía una nueva era de felicidad y progreso. Pero la amarga verdad –que creo que es evidente para quienes vivimos y sufrimos la realidad actual, de terrorismo, violencia, criminalidad, corrupción, represión, ignorancia, desgobierno y vulgaridad soez—es: que en el siglo XXI continúa y se agrava aun mucho más la recaída en la barbarie que ya caracterizó al siglo anterior. Por lo menos en el siglo XX, los torturadores y genocidas actuaban impulsados por ideologías que creían superiores a su propia persona. Hoy, en cambio, el nivel intelectual y moral ha caído a lo más bajo, y las motivaciones de los delitos y desmanes suelen ser viles.

Prometemos volver sobre el tema y desarrollarlo más.

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