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Repensar la unidad

En medio del ramillete de fogosas y encontradas intervenciones de gente adversa al Gobierno, me estremecí al escuchar la confesión de un oyente en uno de los muchos programas de denuncia de RCR: “Soy chavista, voté por Maduro porque nuestro Comandante así nos lo pidió: pero no saben lo arrepentido que estoy. Estamos cada vez peor.” La revelación, que entonces hendió el aire con la pezuña del áspero desahogo, se producía días antes de las elecciones del PSUV, y de algún modo urdía fatídico preámbulo a sus resultados. Fue esa una jornada marcada por la abstención que delataron los yermos centros electorales, y que Diosdado Cabello no logró disimular con la tosca maniobra de quien supone en otros una abismal ignorancia: “no es sencillo calcular cuántos votaron”, dijo, como si después de años lidiando con el “mejor sistema electoral del mundo” no supiésemos que la máquina contabiliza el voto de forma automática.

Hay crisis en el chavismo, eso es verdad de Perogrullo: 7 meses de 2014 han logrado quebrantar un fervor de 15 años. Giordani terminó de rasgar la cortina que otrora tendieron los abrazos entre Maduro y Cabello, y las elecciones del PSUV dieron cuenta de ese país desencantado, agobiado por el caos, ahíto de consignas y promesas de mundos mejores, pero hambriento de realidad y atención efectiva.

Pero también es groseramente obvia la crisis de la oposición. Paradójicamente, el momento más bajo del oficialismo en términos de popularidad y confianza, de merma de liderazgo y recursos, sorprende a una oposición que desde febrero cosecha serias diferencias. El enfrentamiento público, los cuestionamientos a tácticas y visiones, la crítica feroz (algo que en el seno de una “alianza promiscua” como la Unidad debió darse antes de forma natural, pero que estuvo tal vez reprimido por el reactivo stress que constantemente impuso el hecho electoral) no ha dejado de torcer la agenda ni de ser motivo de pugna entre líderes visibles o seguidores de tal o cual tendencia. Y con ello, el peor de los corolarios: el debilitamiento de liderazgos edificados a punta de esfuerzo común y sostenido, del sentido de cohesión levantado a contrapelo del ventajismo largo y aplastante del Estado-Partido-Gobierno. La decepción ante falta de soluciones o discursos en los cuales verse identificado claramente, ha diluido el peso de voces claves. En medio de la crisis, todos gritan y pocos escuchan. De profundizarse el nihilismo político, ¿qué le espera a una sociedad que no reconoce Gravitas alguno o desconfía de sus líderes y referentes?

Pero visto no con mirada conservadora y sí de “política inadaptada”, como oportunidad única de reposicionamiento de identidad quizás este momentum -signado, ahora sí, por el notable debilitamiento del adversario político- no debería ser ruinoso para la dirigencia opositora. Partiendo de la premisa de que la MUD fungió como gremio de coalición con fines comiciales, era de esperarse que en situación no-electoral esta se “desactivara”. En este punto, es prudente no confundir unidad (esa que según Mires debe surgir de la No-unidad) con la MUD: ello nos ahorraría muchas frustraciones. Así, la puntual asociación estratégica de partidos se enfrenta a situación inédita: y la ausencia de presión electoral –soga siempre favorable al PSUV- obliga ahora a sentarse, respirar hondo, tomarse ese minuto que antes no hubo en medio de aquella reactiva carrera para reconocerse, entenderse, contenerse, contrastar realidad con ideas, nutrirse a partir de las diferencias internas de sus convocados: re-definir alcance de liderazgos –todos necesarios y valiosos- y evolucionar, para ponerse a tono con las circunstancias. La reconducción de la MUD era hasta cierto punto inevitable en el contexto actual, y aunque de algún modo nos toma desprevenidos (¿ausencia de consideración de distintos escenarios de mediano-largo plazo, que contemplasen permanencia del régimen tras elección de Abril 2013?) era espinoso cisma que no podía eludirse. Esa democracia diversa que necesitamos enmendar requiere de una dinámica de reflexión que vaya más allá de los votos.

“Creo que la fuerza del liderazgo nuestro ha estado más afuera que adentro”, lanza un lapidario Henrique Capriles, quien también opinaba que tema de discusión de propuestas “debe ser asunto de debate interno.” Así, Ledezma promovió la “encerrona”, y Machado pidió inclusión amplia. Por lo visto, una unidad política que no puede ni debe ocultar diferencias, aceitada en sus junturas por un diálogo que enlace visiones estratégicas y logre una armonía con proyección pública que en nada remita a la amistad personal, reclama ser repensada. Luego, y sólo tras articular un discurso sin fisuras, enfocado en fin común, capaz de conjurar la ansiedad y capitalizar el desamor generalizado, vendrá la parte de consolidar mayoría relevante.

PD: Vienen las Parlamentarias 2015: ¿nos agarrarán re-unificados y confesos?

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