Opinión Nacional

¿Por qué la mujer es menos en Venezuela?

La palabra «revolución» se ha desgastado de tanto usarse, pero si algo merece ese calificativo es la incorporación de la mujer en las últimas décadas al proceso creativo de que es capaz el cerebro humano.

En momentos en que todo el país centra su atención en el proceso constituyente, es menester enfocar el interés de nuestra población en aquellas materias de verdadera significación para la nueva Venezuela que todos queremos como país desarrollado, superando los múltiples y endémicos males que hemos venido sufriendo, y preparándonos adecuadamente para lo que ha de ser el mundo del mañana, es decir el mundo del siglo XXI y del inicio del tercer milenio.

La palabra «revolución» se ha desgastado de tanto usarse, pero si algo merece ese calificativo es la incorporación de la mujer en las últimas décadas al proceso creativo de que es capaz el cerebro humano. Toda esa materia gris, con el enorme potencial que tiene ha estado «jugando banco» (como dirían en términos deportivos), en lo que a creatividad se refiere, desde que el genero humano apareció en la faz de la tierra. No debe pues sorprendernos que el historiador norteamericano Michael Hart en su ya famoso y comentado libro titulado «Los 100», donde enumera y jerarquiza las cien personas que han tenido mayor influencia a lo largo de la historia (en sentido positivo o negativo), durante mas tiempo y sobre mayor numero de personas, el autor se excusa por no poder incluir allí sino a dos mujeres, las dos reinas Isabel, la Católica de Castilla y la Primera de Inglaterra, y argumenta para esta pobre representación del sexo femenino -apenas un 2 por ciento-, y a pesar de su buena voluntad de escudriñar las contribuciones que han marcado la historia en mas de 2.000 años, no pudo encontrar candidatas idóneas adicionales y explica que le haría un pobre servicio a las mujeres, si incluyera otros nombres que realmente no lo merecieran. Aunque se trata de un ejercicio intelectual bastante subjetivo, es difícil no estar de acuerdo con Hart, y las razones son bastante obvias: la mujer no tuvo sino hasta época muy reciente la oportunidad de educarse (especialmente le estuvo vedado el acceso a la educación superior), con la limitación adicional de gran importancia, de que tampoco tenia en el pasado el control de que actualmente dispone sobre la función reproductiva que le es propia.

Pero demográficamente hablando lo que sí es un hecho constante es que la mitad de la población de toda sociedad humana (incluso un poco por encima), esta compuesta por mujeres.

Ya el general Francisco de Miranda, le preguntaba a su amigo y protector, alcalde de París y presidente de la Convención Nacional, en plena efervescencia de la Revolución Francesa del porque los hombres legislaban a su gusto en asuntos que atañían a las mujeres y de la inconsecuencia de esta situación con los postulados del cambio prometido. Una vez más el Precursor se adelanta a su tiempo, y por ello merece bien el apodo.

Mucha agua a pasado bajo el puente desde entonces y la mujer logro el acceso a la educación superior, e igualdad con el sexo opuesto en el voto, en oportunidades de trabajo, y hoy en día compite con éxito en casi todas las actividades que antes no le están permitidas.

Sin embargo, y tal como se lo han planteado los franceses muy recientemente en un amplio debate en la Asamblea Nacional, con amplias repercusiones en los medios de comunicación y entre los intelectuales, no es justo que la mitad de la población de un país no tenga una representación proporcional y equitativa en los cuerpos legislativos, que establecen las normas por las cuales se rige la sociedad.

Se argumenta que no es preciso distinguir entre los dos sexos; que la unidad del genero humano es una; que no es menester hacer la separación entre los dos sexos; que los cargos de los cuerpos legislativos (Cámara de Diputados, Senado, Asambleas Legislativas, Concejos Municipales) deben estar ocupados por los más capaces, sin diferenciar el sexo. Sin embargo, la realidad es muy diferente, y la mujer es en efecto discriminada todo el tiempo en leyes y códigos, por eso es preciso recurrir a los que llamaríamos el concepto de «paridad genérica», es decir igualdad numérica en la representación de los dos sexos en los cuerpos legislativos. Es una realidad biológica que no podemos soslayar: el hombre y la mujer son diferentes, aunque -por todo lo que sabemos desde el punto de vista científico, hasta ahora- el potencial del cerebro femenino es semejante al masculino.

El concepto que debemos tener muy claro es que los que propugnan la «paridad genérica», no están proponiendo una cierta cuota (semejante a la existente en los Estados Unidos para los negros o los hispánicos), para abrirles una oportunidad a grupos minoritarios marginados hasta ahora; se trata mas bien de hacer justicia, nada menos y nada mas, que a la mitad de los seres humanos, sobre los cuales no se puede legislar sin tenerlos en debida cuenta, en vista de su numero y de su capacidad intelectual.

Es bueno recordar que por menores agravios se inicio la guerra de independencia de los Estados Unidos, fundamentada en el reclamo de los colonos por unos impuestos aprobados por el Parlamento de Londres, sin que ellos hubiesen participado en el proceso de decisión.

El problema tal como esta planteado en la actualidad habría que definirlo dando respuestas a los siguientes interrogantes: ¿Mejoraría nuestra sociedad actual al ser legislada por instituciones conformadas paritariamente por hombres y mujeres? ¿Han ganado ya las mujeres, por su preparación y esfuerzo, la aquiescencia de la sociedad como un todo, para desempeñar ese importante papel, que numérica y demográficamente les corresponde?
Es conveniente mencionar aquí que este movimiento de «paridad genérica» se limita a los cuerpos legislativos (donde se elaboran las leyes que nos gobiernan) y no ha pretendido hacerlo extensivo a otras partes u organizaciones del poder publico. Es evidente que a esas otras posiciones debe accederse por competencia y preparación y que ello sucederá eventual e inexorablemente dentro de algunos años, dadas las tendencias observadas en las matriculas en la educación superior (superadas en el caso de Venezuela, por mujeres, en casi todas las carreras universitarias).

Si estos planteamientos son validos en Francia (y su discusión se propaga a otros piases), ¿qué decir de un país como Venezuela, donde la mujer ha sido y es la columna vertebral de la familia, eje fundamental de toda sociedad?
Es a todas luces obvio que nuestra sociedad atraviesa la mas profunda crisis de años recientes, tal vez -como afirman algunos- de nuestra historia como país. Si ello es así, ¿que tenemos que perder frente a lo mucho que podemos ganar?, al aprovechar y canalizar adecuadamente el sentido pragmático de las mujeres y las incorporásemos de una vez en condiciones de igualdad numérica a los cuerpos que nos legislan y ordenan nuestras vidas.

Aunque parece ser tarde para que las mujeres estén debidamente representadas en la Asamblea Constituyente (y aun en la Comisión Presidencial), tal vez no lo sea para crear un movimiento de opinión que ilustre e influya sobre los constituyentistas.

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