Opinión Nacional

Patear el tablero

Esta última semana ha sido una de las más movidas y confusas que ha vivido
la política venezolana, después de los días horribilis que mediaron entre el
8 y el 13 de abril de 2002. Todo parecía desplazarse sobre los rieles de la
rutina sin que nada ni nadie previera un descarrilamiento del tren que
conduce, desde hace casi siete años, el teniente coronel HCF. Esto equivale
a decir que el antes mencionado estaba en descarada compaña a favor de sus
candidatos, como lo ha estado en las sopotocientas elecciones realizadas
hasta ahora para demostrar que su gobierno es el más democrático del mundo.

Todo aquel que aspirara ocupar una curul en la Asamblea Nacional necesitaba
del retrato de Chávez que una composición fotográfica unía al suyo propio,
para  hacer ver que somos la misma gente o el gran gurú me apoya. El
Consejo Nacional Electoral, en una nueva exhibición de su imparcialidad e
independencia, prohibió que los funcionarios públicos hicieran campaña; esto
cuando faltaban dos semanas para las elecciones y ya las ciudades y pueblos
del país estaban tapizados de afiches y grafitis en los que pululaban
gobernadores y alcaldes levantándoles el brazo a determinados candidatos
oficialistas y, por encima de ellos la imagen deificada del que puso a los
gobernadores y alcaldes que a su vez quieren poner a esos diputados en la AN
 
En la Oposición organizada y en la desorganizada, las peleas, discusiones y
debates se daban entre quienes defendían la necesidad de votar el 4 de
diciembre y quienes se oponían. El por qué de una y otra posición pasó a
segundo plano. De una manera absurda quienes proponían votar llamaban
abstencionistas a sus contrarios y éstos lo aceptaban como si se tratara de
un elogio. El verdadero fondo del problema que causaba esa división era
relegado a planos subalternos. ¿Cuál era ese fondo? La absoluta entrega de
la autoridad electoral en brazos de Chávez, lo que la hacía inaceptable como
árbitro y, por consiguiente, la imposibilidad de confiar en un sistema de
votación y de escrutinio que ya mostraron sus efectos letales en procesos
anteriores. Ahora me pregunto cómo es que yo defendía la necesidad de votar
si sabía que íbamos de nuevo a la guillotina. Pero también cómo es que los
argumentos en contrario se limitaban, en su mayoría, a descalificar a los
defensores del voto sin argumentar en forma convincente sus razones. En
medio de ese panorama de enfrentamientos sin sustancia, había al menos una
cierta coherencia y era la de los partidos y agrupaciones políticas que
habían decidido concurrir con una fórmula unitaria.

El quilombo se inició con la votación simulada que se hizo en un centro de
votación escogido al azar (en Mariches) mediante la cual se demostró a los
observadores internacionales, parte de la trampa jaula electrónica ideada
por el psiquiatra Jorge Rodríguez y sus camaradas directivos y técnicos del
Consejo Nacional Electoral. En un acto de concesión graciosa de esa que los
monarcas absolutos hacían a la plebe indigente, el psiquiatra electoral
aceptó eliminar las máquinas caza o capta huellas, que eran solo una parte
de la tramoya fraudulenta. Y, cuando parecía que la Oposición había logrado
arrancarle una tajada al ventajismo gobiernero, Acción Democrática decide
–unilateralmente- retirar a sus candidatos  y no participar en el proceso
para elegir a los nuevos diputados de la Asamblea Nacional. Es necesario
hacer aquí un paréntesis para señalar la facilidad con que los venezolanos
transformamos a los héroes en villanos y viceversa, en cuestión de horas. La
directiva adeca escarnecida por propios y extraños, pasó gracias a los
minutos televisivos de su anuncio, a ser un grupo de valientes émulos de
Rómulo Betancourt y demás fundadores del Partido del pueblo. En seguida les
siguieron el partido Copei, Proyecto Venezuela y otros grupos e
individualidades. Y, por último Primero Justicia que después de 48 horas de
intensos debates, anunció la noche del miércoles 30 que seguía el ejemplo
que AD dio.

Hay euforia en la Oposición sin que nos detengamos a preguntarnos ¿y ahora
qué? El gobierno, como es costumbre, acusa a Bush y a sus manos peludas de
estar urdiendo una conspiración, lo que significa que les preocupa lo
ocurrido. Recibimos por e-mail centenares de mensajes de navidad adelantada,
anoche hubo fuegos artificiales. En otras palabras, se celebra que se haya
roto el pacto unitario que tantos reclamaban, pero también se celebra que
cada quien haya tomado su propio camino para luego converger –mediante
voluntades separadas- en un punto opuesto al que pactaron semanas atrás. Sé
que no es fácil entenderlo pero eso es lo que ha ocurrido.

El miércoles 30 en horas del mediodía, cuando aún no se conocía la decisión de Primero Justicia, concurrí a un acto de solidaridad con los periodistas presos y perseguidos. Se distribuyó entre los asistentes una calcomanía para ser adherida a la ropa que decía “Yo no voto el 4D”. Sin pretenderme  publicista o experta en mercadeo, me pregunté por qué desperdiciar gasto y esfuerzo en una consigna tan hueca. ¿Qué tal si hubiesen dicho: “contra el fraude yo no voto”?  Porque eso es lo que se debe vender, difundir, aclarar y remachar: no se trata de exaltar la abstención electoral como valor en sí, sino de explicar que ésta es necesaria cuando votar significa la condena a una muerte anunciada. Marshal Mc Luhan definía la verdad como todo lo que patea el tablero y la inscripción que eligió para su lápida reza: “la verdad nos hará libres”. En política no hay una sola verdad, y aunque la hubiese es difícil que todos la acepten como tal. Pero si la verdad es patear el tablero, hay una coincidencia de verdades entre los partidos, grupos e individuos que decidieron no concurrir al proceso electoral del próximo domingo 4 de diciembre. Si cada uno lo hizo por cuenta propia y eso liquidó la fórmula unitaria lograda para decidir las candidaturas para ese proceso, ahora la unidad que debe perseguirse es constituir un comando, grupo, coordinación, equipo o como se lo quiera llamar cuyo único objetivo sea denunciar nacional e internacionalmente, con todas las pruebas en la mano, que el Consejo Nacional Electoral es fraudulento; que las elecciones en Venezuela han sido y seguirán siendo fraudulentas y que el gobierno de Chávez es fraudulento y por lo tanto no democrático e ilegítimo. Todo lo demás, como las candidaturas presidenciales para diciembre de 2006, viene después.

 
 

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