Opinión Nacional

La Correlación educativa

          I

Corremos el peligro de ingresar tarde al Siglo XXI. Hemos privilegiado los problemas macroeconómicos, subestimando otros de una importancia innegable para el proceso de modernización del país, al igual que el de construcción de la ciudadanía: la educación. Y resulta sospechoso, pues se habla demasiado del tema cuando sobrevienen las campañas electorales o se evidencian las urgencias presupuestarias bajo el acoso de los gremios, pero no suscita la reflexión profunda y compartida ni explica la necesidad de un acuerdo de todos para el progreso y el crecimiento, como he sostenido en anteriores oportunidades. Valga señalar la excepcional iniciativa del Consejo Nacional de Educación, cuyo documento, suscrito por distintos sectores de la vida nacional, puede sustentar la acción oficial en los próximos años, por la claridad de sus enunciados y recomendaciones.

No contamos con un sistema educativo que satisfaga nuestras expectativas. Lo caracteriza la repetición mecánica de textos y la engañosa destreza auditiva para el dictado hecho garabato incomprensible en el salón de clases, trátese de la escuela, el liceo y la propia universidad. La «chuleta» es el mejor testimonio de lo que tenemos, monumento de la educación instalada, impregnada de costumbrismo urbano y de vivezas que sobreviven deshilachando los años. La trayectoria mecánica del fracaso escolar, con sus saldos de repitientes y desertores que puntean la estadística del atraso.

Hay otro elemento digno de resaltar. La aparente igualdad de acceso a nuestro sistema educativo se traduce en una flagrante desigualdad. Apenas el 4% de los aspirantes a la educación superior pertenece al sector denominado por los expertos «pobreza critica», en un deslinde que debe punzar la atención de los que creen que la miseria y el malestar cuentan con el pudor de los límites. Cada vez más generalizada, la crisis avanza y hace el corte fatídico en todos los sectores, gracias al bisturí de los equívocos y engaños Una lata de refresco es incomparablemente más costosa en relación al almuerzo que se sirve en algunas universidades públicas, cuyo estudiantado esencialmente pertenece a aquellos sectores de mayor poder adquisitivo. La pirámide está invertida, pues el grueso del presupuesto desemboca en el sistema de educación superior, mientras que la educación preescolar y básica recibe menos. Esto no acontece en los países asiáticos, cuyos niveles de prosperidad ha llamado la atención de legos y entendidos.

La expansión cuantitativa de la educación es un reconocido éxito de la experiencia democrática, sobre todo al hacerse conducto por excelencia de las movilidades sociales que tuvieron su punto más alto con la bonanza de la renta. Sin embargo, se tradujo también en un deterioro de la calidad de la enseñanza que, en un periodo de crisis como el que atravesamos, pone en evidencia la escandalosa subordinación que tenemos de los mercados petroleros internacionales.

No es un secreto la «piratería» del aparato educativo que ha parteado hasta el cansancio a repitientes y desertores desde la más temprana escolaridad. Y por no hablar de las instituciones de enseñanza que toman para si un calificativo prestigioso («nivel superior», «universitario»), sin contar con la permisología y menos la supervisión del Ministerio de Educación, amen de quienes prometen el titulo de bachiller automático sin garantías de cumplimiento. Planteles sin bibliotecas; docentes sin un real cuerpo de supervisores en materia pedagógica que le apoyen activamente en el proceso enseñanza-aprendizaje, sólo una capa burocrático-clientelar que no roza siquiera la práctica educativa- cinco largos años de inglés o dos de francés en el liceo sin que el alumno sostenga una conversación de tres palabras por dos segundos. Nuestro magisterio percibe sueldos miserables para la alta misión que tiene en sus manos, mientras que la UNESCO informa que en Japón el docente percibe entre 1500-2500 dólares básicos, en Alemania alrededor de 3600 marcos y en Estados Unidos, 2250-4000 dólares, con perspectivas de aumento de acuerdo al titulo logrado, los cursos de perfeccionamiento, la experiencia acumulada. De acuerdo a la misma organización, el gasto público destinado a la educación por habitante fue en 1989 de 1421 dólares en Norteamérica, 494 en Europa, 87 en América Latina y El Caribe y 70 en Asia, aunque éstas dos últimas cifras llaman a engaños. Por lo demás, luego del costo de la vida y la inseguridad, ya aparece el costo de la educación como un problema de los venezolanos que por primera vez, mayoritariamente, los egresos superan a los ingresos, según un estudio de McCann Erikson divulgado en junio próximo pasado. Y, en lugar de apuntar a una política económica que propicie una mayor solvencia para cubrir tan delicado cubro del presupuesto familiar, el gobierno invierte sus horas en ferias populistas dizque de mejor consumo.

La educación desinstalada, a la que aspiramos, versa sobre la estrecha relación de la ciencia y la técnica, la teoría y la práctica, el cerebro y las manos, en la etapa formativa. No teme al empleo de las nuevas herramientas como la computadora, pues importa la productividad del conocimiento en el marco de una emoción y una esperanza distintas. Esto es, recuperada la correlación entre esfuerzos y resultados, en un esfuerzo que debe ocupar, con un nuevo horario y, al menos, 220 días de clases al año, las 8 horas diarias del educando.

La computadora, símbolo de todo lo que la llamada «modernidad electrónica» puede ofrecer, jamás podrá sustituir el talento natural de los muchachos. Lo acelera, le otorga un horizonte prometedor, y mal podemos negarla como un instrumento idóneo. Puede aseverarse que su masificación definitiva y correcto manejo, quebrará esa tradición angustiosa del copiado. Tenemos que muchas veces, a nivel de pregrado o postgrado, por ejemplo, vemos no pocos trabajos cuyo mérito esencial es el acopio afiebrado de datos, disimulando una carencia absoluta de creatividad. Siento que la celebridad repentina de algunas tesis obedece a la recolección y clasificación de diferentes fuentes, una hazaña bibliográfica y archivistica que nos releva de descubrimientos e invenciones tan sólo porque la «máquina», la que facilita tal proeza, no llega a todos y basta que una minoría de relativo poder adquisitivo haga una simple contabilidad para asombro de los que tardarán meses y años con las conocidas fichas.

«En las economías en periodos de transición – advertía un documento esencial del Concilio Vaticano II – así como en las formas nuevas de la sociedad industrial, en la que, por ejemplo, progresa la automación (SIC), se hacen necesarias medidas que aseguren a cada uno un empleo suficiente y adaptado y le proporcionen la posibilidad de una formación técnica y profesional adecuada» («Gaudium et Spes», Nr. 66). Mal podríamos, en nombre de una visión anacrónica de las cosas, negar las bondades de un instrumental que apunta a la pedagogía de la espontaneidad creadora: desarrollo de aptitudes para plantear los problemas y solucionarlos gracias al esfuerzo personal y en equipo. Como el pelotero que cuenta con la «bazuka» disparadora de elevados al jardín central a los fines de entrenamiento pero a la postre no podrá sustituir sus innatos movimientos y perspicacia para atrapar la bola contra la cerca, robando un jonron, compitiendo por ganarse un puesto en el equipo, nuestros jóvenes que -aún sin saberlo- tienen inclinación por las matemáticas, la química, la física, la geografía o la historia, cuentan con tanto o más derecho de acceder a lo que puede despertar una curiosidad, probar su talento, descubrir y explotar una vocación y hacerse a la larga un medio de vida de consecuencias insospechadas y en beneficio del país. De lo contrario, reincidiremos en esos prejuicios que hablan de nuestras pretendidas y naturales torpezas, flojera, indiferencia. ¿ Qué significa un liceista metido en un club de ciencias o un niño jugador de metras que involuntariamente realiza unos cálculos trigonométricos rudimentarios?.

          II

A los temerosos de la competitividad, Fernando Savater señaló su importancia como «índice inequívoco de la sociedad democrática» ya que, frente a las infranqueables barreras fundadas en la sangre o en la teología, «para competir, con los otros hay que igualarse antes con ellos» y «para competir con los demás se necesita a los demás: nadie compite solo». Y es que en su libro «Política para Amador» (Ariel, Barcelona, 1992, p. 95), se dice en términos directos lo que afamados tratadistas reiteran desde hace décadas para olvido de los personemos oficiales, aunque discrepamos del filósofo español en otros aspectos como el de afirmar que el derecho de nacer a los no nacidos es un «absurdo» (p. 163), pues son otras las causas del hambre, la miseria, el hacinamiento, la guerra.

De acuerdo con la OCEI, del total de jóvenes que conforman la fuerza de trabajo, el 47,4% está desempleado, siendo 4,5 veces mayor que la tasa de desempleo global. Están recorriendo las calles para intentar llevar el pan a la casa y transcurre el tiempo inclementemente sin que puedan acceder a las oportunidades de estudio que les permitan dar el combate desde el campo del conocimiento y de las destrezas. No obstante, el 18,5% de la población joven realiza un esfuerzo sorprendente para conjugar sus estudios con el trabajo, al tener la fortuna de haberío encontrado, y algo semejante ocurre con el 56% de los menores en nuestro país según un estudio realizado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, y el INAM, aunque propensos a la explotación laboral.

Vamos en dirección a épocas distintas que obligan a la calidad del esfuerzo personal en todos los terrenos, así se resistan quienes abonan todavía en el siglo pasado. La competencia es el signo distintivo y mal podríamos suponer que el país se mantendrá aislado, ahogado en el petróleo, dependiente del milagro que permita las antiguas y legendarias importaciones de baratijas. El conocimiento adquiere una dimensión estratégica como jamás habla ocurrido y zanja la diferencia entre las naciones hiperelectrónicas y las hipoelectrónicas.

Hace algún tiempo tuve la ocasión de conocer «Fundametal», un extraordinario centro de capacitación y adiestramiento de las empresas «Sivensa». con sede en la ciudad de Valencia. Propios y extraños han tenido la oportunidad de aprender en sus aulas y talleres, en las áreas administrativas, informáticas e, incluso, gerenciales. Se nos habló de la urgencia de elevar cada vez más la calidad de los recursos humanos, apuntando – por ejemplo – al trabajador que maneja los hornos y resulta indispensable que conozca los procesos para no sólo aumentar la productividad sino -ésto lo agregamos- contar más adelante con una empresa propia que, en lo posible, contrate con el consorcio y contribuya a una estrategia de ambiciosa vocación competidora en los mercados. La misma OCEI ha referido que el 76% de los jóvenes expresan sus deseos de una mayor capacitación para ingresar en el mercado laboral e iniciar a la postre su negocio. Tamaña aspiración debe encausarse a través de la educación concreta, incluida en lo que conocemos como el aparato educativo formal, para que la imaginación, la fuerza de esperanza y entusiasmo de los muchos avisen del siglo venidero en el nuestro.

También conocemos de las valiosas actividades que adelanta la Fundación Educación-industria (FUNDEI) del Consejo Venezolano de la Industria, empeñada en la formación de los recursos humanos en el campo de la administración de empresas, mantenimiento, gestión tecnológica y ha logrado la configuración de una base de datos y ensayado la consultora, con magníficos resultados a pesar de la crisis que padecemos. Crisis que no mitiga la voluntad de ir hacia adelante.

Incurriendo en una útil tautología, agrega Savater: «cuando hablábamos de ética te aseguré que nuestro primer interés como hombres era ser realmente humanos; ahora que estamos con la política no se me ocurre nada más interesante que conseguir una sociedad realmente social» (p. 133). Y encontramos que los jóvenes venezolano deben profundizar en el esfuerzo personal e integrarse a la dinámica local y nacional para no sucumbir.

En nuestra educación predomina el esquema de repetición mecánica (copia, cuentas, dictados). Bajo dominio de la lecto-escritura y las matemáticas, evidentes niveles inferiores de comprensión y creatividad, entre otros. Sin embargo, lo más llamativo es que existe un desajuste entre la oferta calificada de recursos humanos y las demandas del mercado, a todos los niveles. No contamos con los profesionales universitarios, técnicos superiores o medios que se necesitan y sobran los ejemplos de cualquier egresado que, de encontrar empleo, debe realizar funciones distintas a las que originalmente pensó. Y debemos tomar en cuenta que más del 50% de los venezolanos piensan en la posibilidad de establecer un negocio propio para lograr una mejor remuneración, el estudio ya citado, lo que brinda la idea de la urgencia de una educación útil.

Educación útil en la medida que permite sacar bien unas cuentas, ensayar las integrales o saber de la composición de determinados productos, conocer las lecciones de la historia o poder calcular la altitud/longitud, por no decir simplemente: leer y leer mejor. Educación útil que utilice las herramientas tecnológicas con soltura, aprovecha a fondo los recursos del multimedia, le permita acceder a un joven a Internet e, incluso, interesarse vacacionalmente en temas que con el pizarrón y la tiza, el profesor agobiado de problemas, son extraordinariamente aburridos. Y las videoconferencias, algo de tantas e importantes consecuencias. Ya pasaron los tiempos de volar papagayos y ahora hay que meterse a fondo en el teclado, domesticar las computadoras, descubrir el ancho cielo de la imaginación que podemos surcar con lo que es un instrumento y no un fin en si mismo. Educación útil que sabe que el trabajo honra y la práctica no está reñida con el pensar. Las movilidades sociales día a ida dependen del esfuerzo propio y perseverante. Del saber y de las destrezas. Por ello, instituciones como «Fe y Alegría», la «Asociación de Promoción de Educación Popular» (APEP), el «Centro de Educación y Capacitación para el Empleo (CETE), el «Centro de Capacitación Femenina», son los ejemplos más transparentes, claves, esenciales del esfuerzo de futuro que tenemos pendientes. Para 1992, APEP contaba con más de 125 talleres-escuelas en los sectores más humildes del país, dando frutos en el área comercial, industrial y tecnología del hogar. «Fe y Alegría» en 1991 contaba con el número de estudiantes más alto (61.486) después de Bolivia, de un total de 3 01.608 que la entidad tenia en América Latina(*).

He insistido en el doble turno escolar, alimentación adecuada a nuestros muchachos, mejor remuneración para los docentes. Pero es urgente, dramáticamente urgente, propiciar y auspiciar una educación útil que nos saque de este marasmo en el que nos encontramos y nos dispare al siglo XXI sin complejos.

          III

La educación a distancia, por vía postal, autorizó el más vivo optimismo en la Venezuela que aún no conocía la bonanza petrolera. En las más apartadas zonas del país, entre la faena diaria que permitía llevar el pan de la casa, el joven o adulto podía recibir sus materiales e, incluso, remitir sus respuestas a los exámenes enviados. Son variados los factores que impidieron el éxito de una iniciativa extraordinaria y,, sin lugar a dudas, demoliendo las buenas intenciones de sus promotores, el correo fue uno de los esenciales.

Cuando llegó al escenario el satélite, la imaginación de los educadores se disparó. Las regiones más apartadas podrían interconectarse a pesar de la distancia geográfica, para coincidir en la mesa de trabajo de un docente que se multiplicaba en imágenes. Sin embargo, los – costos de tamaña experiencia intimidaron a los decisores públicos, afincados en presupuestos que privilegiaban las viejas cargas o simplemente no alcanzaban.

Ahora, con la superautopista de la información, infopista o infovía como prefiere llamarla José Luis Pardos (URL:http://www.docuweb.cal-pardos/tribuna. html), las distancias geográficas no son tales a los fines de la enseñanza. Los equipos son todavía muy costosos en los países que reciben y no producen tan sofisticado tecnología, pero inevitablemente tenderán a abaratarse con el atropellado y asombroso desarrollo que remite a nuevas aplicaciones. Solamente el correo electrónico o los foros de discusión, por no hablar de las promesas del televox, aseguran unas herramientas para el proceso de aprendizaje. Podemos contactar y recibir la disertación de un afamado profesor que se encuentra al otro lado del mundo, con la posibilidad inmediata de interrogarle. Recurrir a programas con tantas facilidades didácticas que atrapen la atención del niño. lncursionar en inmensas bibliotecas que posiblemente permitan «bajar» la información de acuerdo a las nuevas

dimensiones que alcanzan los derechos de autor. Un periódico mexicano comentaba: «La combinación de varios medios d comunicación visual y auditiva teniendo como plataforma de operación a la computadora, es lo actual en la educación d los países desarrollados. La tendencia mundial apunta a un introducción significativa de estos adelantos incluso en la instituciones educativas públicas de los países menos desarrollados» (URL:http//www.uam.mxlorgano.documentos/V l/i43-13.html).

Por supuesto, la educación virtual no significa e dístanciamiento del docente de carne y hueso, capaz de conducirla. Ella contribuye a la real personalización de 1a enseñanza, por lo que no es cuestión de una suerte de delegación robótica.

Le corresponde a los especialistas en la materia, orientarnos en relación a las ¡aplicaciones de las nuevas tecnologías en e campo educativo. A los profesionales de¡ derecho, investigar reformular el dispositivo legal respectivo; también hablaríamos de los penalistas, pues habrá ocasión a no pocos e ingenioso fraudes de instituciones de enseñanza inexistentes. A lo militares, explorar un novedoso teatro de operaciones. A lo decisores públicos, cobrar conciencia y asimilar tale experiencias en dirección al diseño de políticas que nada tienen que ver con los antiguos escenarios populistas.

          IV

El ser humano es individuo (sustrato material) y persona (hálito espiritual). Lucha permanentemente para superar la individualidad y hacerse persona, con su espíritu, razón y voluntad. Sólo se hace persona en comunidad, participando y compartiendo con los otros, centro de la realidad social, por encima de¡ interés frío y distante de las organizaciones. Y la libertad constituye la esencia de tal realización, conversión de individuo en persona: «No soy libre por el mero hecho de ejercitar mi espontaneidad; me hago libre si inclino esta espontaneidad en el sentido de una liberación, es decir, de una personalización del mundo y de mí mismo», pues «el ser personal es un ser hecho para sobrepasarse», ha referido Emmanuel Mounier.

El Preámbulo de la Constitución de 1961 habla precisamente de «amparar la dignidad humana» y el artículo 80 dice «que la educación tendrá como finalidad el pleno desarrollo de la personalidad, la formación de ciudadanos aptos para la vida y para el ejercicio de la democracia, el fomento de la cultura y el desarrollo de¡ espíritu de solidaridad humana». La educación venezolana no puede transitar un camino distinto, pues, inherente, consustanciado con el populismo, no se trata de fabricar incansablemente a los doctores, huérfanos de todo sentido humano, serializados para un contexto social y económico que no beneficia la creatividad, la disciplina y el esfuerzo. Es verdad que atravesamos una dura crisis y que el deber impuesto al niño de asistir a la escuela ayudará a solventarla en buena medida, pero significa algo más: un derecho para el crecimiento personal. Insistimos, que la escuela no es un depósito, el alumno no es una banco deambulante que debe recibir fría y calculadamente un monumental conjunto de conocimientos sin utilidad alguna. Son necesarios los valores, los principios, despertar la emoción de saberse vivo y se trata de un aprendizaje humano en el que la razón no puede estar divorciado de los sentimientos, la razón y el instinto subordinado a la fuerza y a la hueca urbanidad.

Desde el propio nacimiento hay que formar al individuo para que se haga permanentemente persona, al coincidir con el francés que el sistema educativo, en grandes líneas, traza una «matanza de inocentes», en la medida que se le inyectan las perspectivas y frustraciones del adulto.

Al niño no podemos agobiarle, amilanario, hacerlo una máquina sujeta al autoritarismo del salón de clases. Julio Aray ha versado sobre el sadismo en la educación, dándonos ejemplos que mueven a la meditación. Hay que alentar las potencialidades del muchacho, enseñarlo a amar el conocimiento, a compartir, a esforzarse, a luchar. Más de las veces, en lugar de una estrategia pedagógica adecuada, quienes tienen dificultades para el aprendizaje sufren de una rápida e implacable estigmatización: torpes, brutos, deficientes hasta por la dictadura de sus genes. Por ello, cuando plantee en Caracas informatizar la escuela, algunas voces surgieron para decir que no valía la pena enfrentar al muchacho malnutrido con una computadora, como si ella, en lugar de herramienta, de explosivo que dispararía la imaginación, no fuesen aptos para crear y sentir.

La educación no es asunto de depositar (y mal) unos conocimientos en el pasivo e indefenso muchacho. Constituye una experiencia con ejes diferentes, la escuela y la familia, capaz de asimilar esos conocimientos, darle sentido, activar al sujeto como protagonista que comparte valores y bienes.

Jacques Delors y Peter Drucker se dan la mano para orientarnos en el sentido, significación e implicaciones del proceso educativo. En uno, la importancia radica en el ser, conocer, hacer, compartir y aprender a aprender. En otro, el signo esencial del postcapitalismo: la sociedad del saber, sustentada en la economía del conocimiento. No se asoma otro horizonte que el de conjugar una estrategia orientada a la exaltación de todas nuestras potencialidades en provecho de una nueva dimensión en la creación de la riqueza. Es la data convertida en conocimiento y, con el descubrimiento permanente del talento natural de los educandos, la edificación de una sociedad y de una economía que se sostendrá, precisamente, en los aportes del saber sólido, consistente, coherente y convincente, más allá de cualquier vana ilusión que no hagamos frente a una renta petrolera exhausta, nada benevolente para los retos que confrontará el país. Incluso, la materia ya es parte creciente de los acuerdos de integración regional y subregional a lo largo y ancho del mundo. La globalización tiene por nombre esta tarea, este salto cualitativo.

          V

Por ejemplo, MERCOSUR constituye una exitosa experiencia integracionista en América Latina, aunque es mucho el camino que falta por recorrer. De todos modos, resulta inevitable el enjambre que progresiva, lenta pero seguramente, van formando los diferentes esquemas con vista al Atlántico o al Pacífico.

La participación venezolana, en la que los brasileños han mostrado un vivo interés, actualiza las observaciones realizadas a propósito de la experiencia acumulada en la hoy Comunidad Andina de Naciones. Sin embargo, debemos celebrar que se haya dejado definitivamente atrás la creencia de que aislados y autosuficientes, podemos acceder a un nivel superior de vida.

Pocas veces se alude al campo educativo, cuando de integración se habla. También interesa lo que ha hecho MERCOSUR en la materia, que puede repotenciar nuestras posibilidades. Tenemos que hay una instancia de coordinación entre los Ministerios de Educación de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, cuyo logro por ahora principal es el Protocolo de Integración Educativa y Reconocimiento de Estudios, Títulos y Certificados de agosto de 1994, permitiendo no sólo recibir a los egresados de las instituciones habilitadas de un Estado por otro, miembro de MERCOSUR, sino la continuidad de los estudios, aún de primaria, que conduce a nuevos registros de orden administrativo y al consiguiente rediseño de las estadísticas en cuanto a la matriculación, deserción y repitencia. Evidentemente, se abre un abanico interesantísimo para los profesionales de la docencia, pues tendrán menos impedimentos para el ejercicio. Se ha dicho que están pendientes otros protocolos orientados a solventar problemas y contradicciones en torno a la educación técnicoprofesional y superior, a la elaboración de materiales y diseños curriculares en historia y geografía regionales, la formación de recursos humanos.

Enrique Saravia plantea, en cuanto a la educación para el trabajo, dos desafíos cruciales: la delimitación ocupacional entre los agentes del cambio tecnológico o sector integrado y el sector informal, como a la democratización efectiva y mejora de la calidad de la educación. Esto es, articulando la educación técnica con la profesional, la relación entre las organizaciones educativas y el sector productivo y los retos que MERCOSUR ha de ampliar y que no están reñidos con su consolidación.

El enjambre educativo se está formando, pues la integración no sólo constituye una urgencia económica sino también obedece a la inmensa necesidad de alcanzar y compartir el conocimiento estratégico. Si es cierto que el próximo puerto histórico es el de la sociedad de¡ saber, a decir de Drucker, no podemos conformarnos con un enfoque exclusivamente comercial de los esquemas puestos en marcha. Más aún, nuestros expertos internacionalistas, los de ahora y los de¡ futuro, amen de los egresados de universidades y pedagógicos, deben asomarse a las ventanas de la nueva geopolítica que Toffler llama geoinformación, pues no todo se resume en una perspectiva política, militar y económica del sistema mundial. El Convenio Andrés Bello o la misma Cátedra Bolivariana itinerante, por ejemplo, constituyen experiencias que pueden ampliarse, enriquecer y ser enriquecidos por otras.

Hay una correlación de los distintos esfuerzos que debemos afrontar en el campo educativo. Diferentes dimensiones que desembocan en la urgencia de una tarea que nos haga ingresar, desde ya, al Siglo XXI.

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