Opinión Nacional

Ética y política

No se asusten, no voy a incursionar en un tema de
filosofía política de profundidad que no requiere adjetivos, esa tarea
la dejo para una exégesis del drama venezolano a la que no renuncio,
Venezuela vive bajo signo de la perentoriedad, de la emergencia y para
bien o para mal, yo soy un hombre de acción, sin embargo ello no me
exime de hilvanar estas líneas, críticas y autocríticas en esta hora
de dificultad.

Adivino, sin esfuerzo, las sonrisitas benévolas o displicentes de
algunos lectores, especialmente de mis viejos amigos y camaradas,
algunos mis compañeros de colegio desde los días aurorales de la
primaria. Hoy rendidos a la inmediatez, y a un «pragmatismo de vuelo
corto» –a despecho de su autentica inteligencia- lo cierto es que así
aprendieron a actuar, en la hoy denominada «IV República», con
indudable provecho y no han cambiado de estilo en la «V».

Venezuela fue, a lo largo de su historia, un país privilegiado en lo
relativo a la composición de sus clases dirigentes, no es necesario
remontarse a aquella famosa expresión de Don Marcelino Menéndez y
Pelayo: «…la antigua Capitanía General de Venezuela, le dio a la
América Hispana, su mas grande hombre de armas Simón Bolívar y su mas
grande hombre de letras Don Andrés Bello». El siglo XIX y el XX fueron
pródigos en grandes figuras, en el XIX, José Antonio Páez, Fermín Toro
y Santos Michelena representan lo mas granado del campo «conservador»,
Antonio Guzmán-Blanco, Tomas Lander, Felipe Larrazabal enredados en
los hilos de ese gran tejedor de intrigas y demagogo que fue Antonio
Leocadio Guzmán, llenan su centuria. En el XX, Rómulo Betancourt,
Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas; Vicente Emilio Sojo, Jóvito
Villalba, Rafael Caldera, Gustavo y Eduardo Machado, Alberto
Carnevali, Luís Augusto Dubuc, Antonio Lauro, Jesús Soto, Armando
Reverón, Augusto Mijares, Isaac Pardo, Juan Oropesa, Ernesto Maíz
Vallenilla, y tantos otros que se me escapan ahora, bastarían para
llenar el ego colectivo, de cualquier nación americana o europea.

Que ocurrió para que nación tan fecunda en líderes y dirigentes, se
esterilizara hasta el mezquino fruto de mediocridad que hoy exhibe al
mundo, cuando la opinión general –dentro y fuera del país- es que el
«único» líder es un hombre vulgar, procaz, escandalosamente inculto,
sin mas méritos que ciertas facultades oratorias de albañal. Se afirma
que la oposición carece de caudillos capaces de enfrentársele. Si
vamos a ser justos, ello es y no es cierto, lo que ocurre es que no
concuerdan en ellos las dosis de ambición, idoneidad y cultura, al
menos no concuerdan en un solo hombre. Octavio Lepage, la más limpia y
respetable hoja de vida de su generación, nació sin ese elemento
esencial del político: la ambición. Carlos Andrés Pérez el mejor
candidato que haya tenido jamás AD y ha visto muy pocos la América
Latina, no es capaz de instrumentar su inteligencia. Jaime Lusinchi
–pródigo en simpatía y agudeza política- fue y es un ave
parlamentaria, como Ramos Allup, no son gerentes ni ejecutivos.

Canache victima de su intelecto le interesaba más que lo comprendan y
aplaudan su constancia intelectual que éxitos más tangibles. De mi
generación no hay mucho que decir, unos tomaron la ruta de los
negocios, otros prefirieron la condición de analistas y outsiders
esclarecidos u operadores especializados y otros los foros de la
Academia, el periodismo de lucha, la infructuosa búsqueda de una
juventud mas ambiciosa de poder pero escrupulosa y batalladora a
quienes pasarles nuestra experiencia intelectual y vivencial. Ello me
hace recordar una expresión de Rómulo Betancourt durante uno de tantos
«tète-a-tète» que sostuvimos: «en política los sucesores o delfines,
están o no están, no se fabrican», y gran admirador de Gandy expresaba
que este tuvo la inmensa suerte de toparse con el Pandit Nehru.

En Copei tanto Oswaldo Álvarez Paz como Eduardo Fernández, como
Lorenzo Fernández hubiesen sido mejores presidentes que Caldera,
aunque este los superara como candidato, sería la práctica. Los
otros partidos, aún el viejo MAS se diluyen y quien fuera su ductor
intelectual, hoy para muchos, hace el tristísimo papel de mascaron de
proa del gobierno. Solo se salva y emergen –por ahora- algunas
incógnitas apasionantes que serían prematuros nombrar.

Sin embargo casi todos ellos, usufructuarios o protagonistas de la
denominada IV República, en sus últimos 20 años de vergüenza,
separaron o dejaron separar, con o sin provecho personal, esos dos
pilares sin los cuales la política se convierte en juego de envite y
azar, en competencia de tahúres, de «vivos» de la praxis política
desnuda y desinhibida.

No proponemos una faena de hermanitas de la caridad, las monjas
Clarisas, no se verían bien en el combate por el poder, ojo, el poder
para impulsar ideas, programas, ideologías y no para el simple reparto
del «botín». Pero un verdadero político no puede ser ajeno a la ética.

Líneas paralelas: pensamiento, principios y acción deben concurrir. El
«Estado espectáculo» como llaman los franceses a la impronta creciente
de los «medios de comunicación» sobre la política- no pueden
sustituirse aunque tengan que apoyarse uno en el otro.

La tarea de los venezolanos de hoy no es nada fácil, menos aún tersa y
mórbida, hay que tener carácter, temperamento, ideas y coraje, coraje
indomable para reconstruir el país. No vemos aún al «hombre» –ojo- o
la mujer, pero este país es un gran paridor de liderazgos y el puesto
está vacío, dramáticamente vacío, y clama por una figura idónea.

Adelante…

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