Opinión Internacional

Afganistán y la múltiple elección

Algunos diarios y cadenas noticiosas invitaron a sus lectores y espectadores a dar su opinión sobre quién es el mayor responsable de que la democracia no se arraigue en Afganistán desde que el régimen Talibán fue derrocado a fines de 2001 por Estados Unidos y sus aliados afganos.

La pregunta planteada revela cuan limitada es la capacidad de los medios, en la actualidad, para abordar conflictos de gran complejidad, y por eso el estilo se parece tanto al de los nada didácticos exámenes que algunos profesores exigen a escolares y universitarios: ¿Qué factor tiene la culpa principal de la tragedia afgana? A) Estados Unidos b) Los Talibanes c) El actual gobierno corrupto e ineficaz de Hamid Karazai d) Todos los anteriores.

Por supuesto la respuesta “d”, junto a otros protagonistas actuales que directa o indirectamente están vinculados a los graves problemas de Afganistán –quinto país más pobre del mundo, tercero en índice de mortalidad, y con solo 20 % de alfabetización. Sin embargo, la principal razón por la cual Afganistán no logra consolidarse como un territorio en donde sus casi 30 millones de habitantes logren tener un nivel de vida decente es porque se trata de una nación solo en el mapa, pero en la realidad sigue siendo una tierra dividida y disputada por diversos grupos étnicos y tribales que apenas logran identificarse, unos con otros, por tener al Islam como su religión común.

Buena parte de lo que llamamos “Afganistán”, fue territorio del Imperio Durrani que incluía la mayor parte de lo que hoy es la moderna Afganistán y Pakistán, e incluso zonas del noreste de Irán y de la provincia de Punjab en la India. Fundado en 1747, este Imperio fue dominado por el grupo étnico más populoso del mundo, el Pashtun (Patanes), a su vez, subdividido en varias tribus, lo cual siempre hizo sumamente complicado su unificación por las luchas de poder entre diferentes familias y clanes. Los Pashtunes quedaron separados a los dos lados de la frontera de dos países que se formaron en el siglo XX, con criterios políticos y no étnicos, en el conflicto entre el Imperio Ruso y el Británico.

Es así como los 42 millones Pashtunes viven hoy en su mayoría en el sur de Afganistán y en provincias del norte de Pakistán, y para los gobiernos de ambos países, ha resultado casi imposible integrarlos a una identidad nacional laxa, sustentada, prácticamente, en la desconfianza a otros grupos étnicos, especial pero no exclusivamente, de otras naciones (los hindúes, en el caso de Pakistán y habitantes de ex repúblicas soviéticas, en el caso de Afganistán).

En Afganistán habitan unas 60 tribus Pashtunes, subdivididas en más de 400 sub-clanes (familias con ancestros comunes), que son casi el 40% de la población, y coexisten con grupos tan diferentes como los tayikos (25%), los hazaras (22%), los uzbecos (10%), etc. Todos ellos sometidos al yugo soviético, luego al de extranjeros árabes (Al Qaeda) y ahora a la coalición de la OTAN, y por eso, más que la instauración de una democracias, Afganistán requiere su propia fundación como país con una aspiración nacional común a todos sus grupos.

Pregunta didáctica, no de múltiple elección: ¿Es aplicable el modelo de nación-estado en países como Afganistán? La reflexión de este cuestionamiento es el punto de partida para analizar y desmontar el falso planteamiento de repartir, exclusivamente, culpas de lo que allí ocurre, a protagonistas y coyunturas actuales.

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