¿Opción militar?
No hay opción militar que solucione la crisis de un país. La única ruta que puede lograr cambios perdurables en una determinada sociedad es la búsqueda, por afanosa que sea, de consensos.
La historia de nuestro continente ha estado, lamentablemente, plagada de intervenciones militares de todo género, desde los clásicos golpes de Estado que impusieron a diversos países unas férreas dictaduras encabezadas por personas del –o ligadas al- sector castrense.
Desde su fundación, Venezuela es un claro ejemplo de república independiente en la que los militares han sido los protagonistas principales de nuestra historia, situación que solo se comienza a modificar temporalmente a partir de 1945, y en forma más permanente a partir de 1958, para retroceder de nuevo y llevarnos a donde estamos hoy.
La otra cara de las opciones militares, de la cual nuestro país se ha salvado, hasta ahora, es la de la intervención militar externa, que en cambio sí ha afectado a varios países de la región.
No se puede creer que en pleno siglo XXI ocurra una intervención militar foránea en nuestro país. Más bien pensamos que los discursos políticos que se refieren a una posible o eventual opción militar, son mecanismos de corte dialéctico para ejercer presión en búsqueda de una solución negociada. Las guerras, sean esta internas o internacionales, no resuelven la crisis de manera definitiva, más bien pueden alejar aún más una solución.
En un país tan convulsionado como el nuestro y con un polarización política tremendamente perjudicial para el bienestar de la población, no se vislumbra otra opción que la utilización de todos los mecanismos de presión necesarios para lograr que se de una negociación asistida por países amigos, a través de la cual las partes encuentren una manera racional de superar la crisis y restablecer el vulnerado orden constitucional.
Cualquier tipo de acción militar que conduzca a un enfrentamiento bélico abrirá las puertas a un conflicto interminable donde lo único seguro sería el creciente número de muertos y pobreza, pudiendo haber evitado estas pérdidas humanas de existir la voluntad de una negociación antes de que nos empezáramos a disparar los unos a los otros.
Es hora de reflexionar y de detener una tragedia de la cual nadie saldrá victorioso. Seguir como estamos hoy es inviable, por lo tanto no queda otra que iniciar un proceso de negociación. Y si no somos capaces de entenderlo, entonces serán los mecanismos de presión internacionales los que forzarán a las partes a sentarse a la mesa y buscar una solución definitiva a la crisis venezolana que pareciera haberse convertido en un problema para toda la región.