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No me ayudes, compadre

En el “Mar de la Felicidad”, hay justificadas razones para que abunden las reuniones festivas este fin de semana. Los enemigos políticos del último medio siglo, Estados Unidos y Cuba, se están abrazando; el “bloqueo” económico comienza a parecerse al ya vetusto Muro de Berlín. Y en cada país, los interesados en el acercamiento, en los negocios y la economía, comienzan a tomar previsiones para trabajar en la construcción del rostro propio, en pleno Siglo XXI, de las nuevas relaciones comerciales que se iniciarán a partir de mañana lunes 19 de enero de 2015.

¡Cochina sana envidia para los venezolanos¡. Su Metrópoli, Cuba, decidió tomar su propia guagua para encontrarse con las opciones del trabajo, del mercado, de la otra cara de la relación capital-trabajo; echar las bases de la transformación económica, social y política, y dejar como relato para su historia, la verdad, su verdad existencial de las últimas décadas: la del bien movido propagandístico concepto del “aislamiento”.

El supuesto “aislamiento”, en verdad, sólo operaba para el pueblo cubano, el de a pie, el factor clientelar de la llamada “revolución”. El turista y ciertos otros -como lo consagran las llamadas “revoluciones”- podían adquirir todo tipo de productos, alimentos y bebidas en tiendas y restaurantes especializados. Es decir, en los sitios en donde sólo le permitían el acceso a extranjeros. Los cubanos, ciertamente, también podían ingresar, pero sólo para trabajar sin ningún derecho y por un salario de esclavitud. Los foráneos, inclusive, se podían hospedar en hoteles cinco estrellas y más, con todo el confort equiparable a cualquier metrópolis del mundo. Es decir, con las mismas prerrogativas de que gozaba la casta rectora del Gobierno cubano, la exquisita Nomenklatura, a decir de Michael Voslensky.

Pero ya eso quedó en el pasado. Los cubanos, inclusive, no tienen porqué asumir más riesgos cruzando el peligroso mar plagado de tiburones, para llegar a una costa norteamericana o al propio México. Todos podrán viajar libremente en avión, en la clase que más le agrade: primera o turistas. Y será una alternativa que, inclusive, la tendrán al alcance de sus manos los “Canallas” como los “Gusanos” (los Norteamericanos, entre otros epítetos, eran los Canallas del Norte; los cubanos exilados eran los Gusanos). Abracadabra, ya eso no es así. En fin, se levantó el “bloqueo”; desapareció el “aislamiento”.Y todo sucedió después de secretas conversaciones, negociaciones y acuerdos a espaldas de los paganinis y aliados venezolanos.

Ya no existen los Canallas del Norte y tampoco los Gusanos. Tampoco los regímenes adversarios. Nació la hermandad; se abrieron las opciones para la apertura de cuentas bancarias. Las remesas podrán hacerse por transferencia electrónica. Y las inversiones del otrora “Gringo” serán bienvenidas. Tanto como las alternativas históricas del desarrollo y del progreso. Esa es la consigna. Inclusive, Democracia y respeto a los Derechos Humanos es la base del nuevo acuerdo.

En Cuba, ya dejaron en libertad a los primeros 52 presos políticos. Y los norteamericanos hicieron otro tanto con tres cubanos enjuiciados, convictos y confesos; juzgados y sentenciados. Ellos fueron intercambiados por un preso norteamericano, por un presidiario que, contrariamente al de los rozagantes y bien comidos antillanos, exhibía una contextura propia de un faquir de circo caribeño.

Nadie sabe si esa verdadera fiesta política democrática continental incluye a Venezuela. La pregunta obvia: ¿Venezuela tiene que seguirle “pichando” petróleo barato y casi regalado a los cubanos?. ¿Se hace necesario mantener viva la carga financiera para que la ya no Metrópoli de Cuba, siga revendiendo crudo y sacándole provecho ahora las nuevas redes productivas que, se supone, instalarán en la Isla los capitales del “nuevo mejor amigo”?. ¿Por cuánto tiempo más Venezuela va a necesitar de los “servicios” de médicos, dirigentes deportivos, registradores, asesores en telecomunicaciones, coordinadores de mesas situacionales, dispensadores de servicios de seguridad , y cuanto personal “especializado” está en el país por montones para mantener una infraestructura industrial y agropecuaria expropiada -y no pagada-, cuyo pobre rendimiento productivo también es imputable hoy a las decenas de miles de colas que se están haciendo a diario en las aceras de los centros urbanos del país?.

Los amores entre Cuba y Venezuela, definitivamente, ya no son los mismos. Y no volverán a ser lo que fueron. ¿Y qué le quedó al país de tal romance?. Aparte de haber llegado a una situación de país muy comprometida y grave en todos sus aspectos, ¿se recuperará algún día tanto dinero entregado  a los cubanos?. Cada venezolano, por supuesto, está hoy en libertad de esperar a escuchar cuentos de memoria al respecto. Sin embargo, lo grave de la historia es no saber tampoco si, ante la ruptura afectiva de marras, Venezuela tiene que continuar amoríos petroleros e incondicionales con los demás países que poco -o casi nada- han hecho nada por el país, a saber: los del Caricóm, los del Alba, los de Petrocaribe, los de Mercosur, entre otras naciones.

Como en el caso de Cuba, todas esas alianzas, promovidas como alternativas integradoras a nivel regional y continental, hasta ahora, han sido apreciadas sólo como canales para las simetrías diplomáticas. Venezuela, por supuesto, sólo ha terminado capitalizando votos, cuando ha necesitado justificar respaldo ante conductas impropias y cuestionables. Si acaso, para difundir discursos rimbombantes, alimentadores de un ego-potencia, del uso de fuegos artificiales que, para variar, también fueron financiados por “la chequera que camina (ba) por América Latina”.

La fiesta del delirio, del dispendio y del derroche terminó. Y la incontenible caída del precio petrolero es un grito a todo pulmón en los oídos de quienes tienen en sus manos la conducción del país, y la obligación de darle respuestas a 30 millones de venezolanos, la mayoría de los cuales, de noche y de día, sábados y domingos, en el campo y las ciudades, están haciendo colas hoy para poder adquirir bienes que les permitan medio comer. La no aceptación de dicha realidad, la insistencia en minimizarla no se traduce en la inexistencia de semejante situación, mucho menos en la urgencia de hacerle frente en sus orígenes.

Dicha situación ya no es aplacable ni superable con costosas campañas propagandísticas. El errado proceder, el derroche, la corrupción, la pésima administración y ausencia de controles, han colocado a Venezuela a una situación económica, social, política y moral ubicada en el más lejano y peligroso de los extremos. Cuba optó por sus soluciones. En Venezuela, su situación general obliga a recurrir a las lógicas tradicionales, comunes y funcionales acciones del raciocinio responsable, capaces de arrebatarle los países a la inevitabilidad de los colapsos y de las tragedias.

Los Gobiernos tienen que actuar en defensa de su territorio y de sus ciudadanos. Cualquier otra consideración está fuera de lugar. El caso venezolano no es un problema de carácter ideológico, mucho menos dogmático, sectario y grupal. Es de seguridad, económico y productivo. El llamado a la concurrencia, al entendimiento y a la reconciliación, es imperativo. Liberar a los presos políticos, conformar un Gobierno amplio, hacer un llamado a venezolanos de trabajo, dispuestos a desarrollar alianzas imprescindibles para hacer país de la mano con el sector privado, es impostergable. No hay nada que justifique la actitud revanchista contra la empresa privada y los empresarios, y menos cuando toda la estructura productiva gubernamental –propia, despojada, expropiada- es un camposanto de improvisaciones, arrogancias y mediocridades administrativas. No hay que dudar ni temerle a solicitar ayuda internacional, mucho menos a pacificar a la nación. ¿Apena admitir la gravedad del fracaso político?. ¿Se le teme a las sanciones legales?

Ni alarmismo ni catastrofismo. Realidad dura y exigente: si los venezolanos -gobernantes y gobernados- no actúan con la debida urgencia y celeridad, se corren peores riesgos. Juntos, unidos, todo se puede lograr. De lo contrario, ¡qué Dios nos perdone!

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