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Ni chinos ni rusos son la solución

Terminó el 2014. Académicos y economistas lo llaman “el año perdido para Venezuela y los venezolanos”. Se fue dejando una pesada carga de problemas, de inconformidades y de una incuantificable escasez de todo tipo.Cada venezolano es depositario obligado de un catálogo de problemas impuesto por un conjunto de individualidades que insiste en afirmar que es gobierno, que gobierna. Es un catálogo, por cierto, en el que sus últimos tópicos los abarcan la esperanza, es verdad, pero también la incertidumbre. Asimismo,la duda sobre si dichas individualidades pueden identificar oportunidades, y definir qué hacer con ellas.

Tal es la situación que no son pocos los venezolanos los que, en el medio de la angustia, consideran que con la llegada del 2015, es más convincente la identificación del precipicio, que la certeza de que Venezuela cuenta con un verdadero timonel capaz de frenar oportunamente el viajen sin rumbo por el que se desplaza el país, y evitar llegar al colapso.

¿Colapsan los países?. ¿Colapsan primero los gobiernos?. ¿Por qué tienen que ser los ciudadanos no comprometidos con los gobiernos, los obligados a cargar con el costo de los que fracasan en el ejercicio del poder?.

No queda otra alternativa que seguir alertando acerca de cómo corregir el rumbo. También de cómo frenar la locura en la que se ha convertido la enfermiza ideologización fundamentalista de detentar los cargos de conducción. Resulta inaceptable que se insista en conducir a treinta millones de ciudadanos por un carril hacia ningún lugar conocido y cierto. Mucho más en que se combinen chantaje político, resentimiento social y odio de clases para mantener vivo el convencimiento de que cambiando, la meta no es la paz, la prosperidad y la convivencia civilizada.

¡Increíble¡. Pero no son pocos los que añoran el rescate de la propuesta inicial del Presidente difunto. Dicen que él tuvo la visión política de la oportunidad para ofrecer un acertado proyecto electoral de gobierno. Fue la propuesta de desarrollo, de progreso, como consecuencia de un esfuerzo compartido, mano a mano con el sector privado. Lo que sucedió después de asumir el poder, sin embargo, pasó a ser la tormenta de polvos que concluyó en los lodos de hoy.

El país se debate entre los lodos de la burla política y de la incompetencia administrativa; del peor derroche de los fondos públicos, en el medio del naufragio moral de la nación. El sueño de aquellos que hace 15 años llegaron a creer en que había llegado el momento de comenzar a construir la Venezuela del primer mundo, es una pesadilla: una fea pesadilla en la que se pelean la desesperanza y el convencimiento de que, como se dijo al morir Juan Vicente Gómez, en Venezuela no había madurez política para establecer una verdadera Democracia. Mejor dicho, que los venezolanos no estaban listos para vivir en Democracia.

No se trata de pensar y de atar pensamientos al único enfoque de que aquí no hay nada qué hacer. Mucho menos a la derrotista actitud de que a partir de lo que los venezolanos no pudieron hacer en los últimos tres lustros, no queda otra alternativa que volver a los superados momentos del primitivismo político de mediados del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX. Pero sí hay que aceptar la realidad en la que se ha convertido la otrora nación referencial a nivel continental.

Venezuela es hoy un país arruinado en lo económico, lo social, lo político y lo moral. Es el lodo de los últimos 15 años. También el de los últimos 45 años. Con escasez de todo tipo, incluyendo los insumos emocionales y la voluntad como objetivo nacional para superar esa condición de destrucción. Su plantel productivo está destruido. También su institucionalidad pública. Porque dicha institucionalidad exhibe ese rostro: que al país se le conoce por registrar los niveles de inseguridad más altos del mundo, de una población atemorizada y sumida en permanentes conflictos y con una gran desesperanza.

Mientras un millón y medio de venezolanos ya ha optado por migrar y probar suerte más allá de las fronteras del país, la dureza del 2015, sin embargo, ofrece una alternativa política electoral. Es decir, un evento motivacional que incide en el entusiasmo partidista. Y que aviva expectativas en una población mayoritariamente divorciada de dichas organizaciones. Existe, una vez más, la impresión de un “abrir de ojos” colectivo, decidido a “pasar factura” comicial en contra de quienes reniegan, rechazan y adversan la posibilidad de derrotar la postración y sometimiento a vivir entre ruinas. La mayoría ya rechaza este camino y está clamando por un cambio de rumbo.

Ya el asunto no es discutir sobre ideologías retrógradas que han fracasado en diferentes partes del mundo, al condenar a vivir en la miseria a quienes han tenido el infortunio de probarlas. Los venezolanos amantes del consumo y de la libre escogencia, finalmente, han terminado entendiendo lo que es vivir entre ruinas y perdiendo calidad de vida. Pero, además, están internalizando la posibilidad de transitar los puentes del entendimiento político, y, de una vez por todas, participar en la superación histórica de la ya debilitada polarización.

Para muchos, la polarización fue -y sigue siendo- una jugada política criminal para el futuro de la nación. Las diferencias sociales alimentadas con manipulaciones ideológicas y condimentadas con odios interesados, históricamente han terminado convirtiéndose en facturas colectivas irracionales.

Los sondeos profesionales lo vienen identificando desde el 2014: ha nacido la convicción relacionada con la posibilidad de rectificar. En el Gobierno, decenas de miles de los otrora incondicionales, están rompiendo filas. Se convierte en un hecho común que entre quienes se autodenominan “chavistas”, se admita y reconozca que se han cometido errores. A la vez que, en nombre de su organización partidista, argumentan la posibilidad de la corrección de los errores. “Necio y terco es el que quiera perseverar en destruir lo que más quiere y todo lo que su país representa. El amor a la Patria nos está llamando. Las familias están pidiendo atención. Los amigos están rechazando el odio, reclamando desarrollo, progreso y paz”.

¿Sinceridad?. ¿Remordimiento?. Del seno del partido de Gobierno, está emergiendo otro discurso. Lo difunden quienes reclaman su derecho a fortalecer las bases de “otra” manera de hacer política en el país. El camino no es peregrinar por el mundo, cual mendigos, para pedir dinero prestado. El estigma del derroche de nuevos ricos que caracterizó a los venezolanos en las últimas tres décadas, no se superará, salvo que se convierten en un mismo objetivo la producción, la productividad y la competitividad.

Ni chinos, ni cubanos, ni rusos, ni ningún país extranjero le va a resolver los problemas a los venezolanos. “Tenemos que hacerlo nosotros mismos. Ya nuestros ingresos no dan para pagar más de la enorme deuda contraída. Al contrario, demostremos sensatez, en lugar de pedir. Renegociemos  los términos de la  deuda contraída. Prolonguemos el tiempo de cancelación y los intereses, en procura de reducir las cuotas de pago. De ser posible, intentemos conseguir una tregua de pagos de dos años, como tiempo útil para recomponer nuestra economía. Negociemos con el Fondo Monetario Internacional. Dejemos la idiotez de pelear con los norteamericanos o cualquier otro país del mundo. Redimensionemos nuestro arrogante concepto de país potencia. No hemos sido ni seremos país potencia, si continuamos incurriendo en errores como los actuales. En otras palabras, pongamos los pies sobre la tierra y hagamos lo que nos corresponde: trabajar”.

Adicionalmente, “progresemos nosotros. Y luego, si nos sobra, ayudemos al que podamos y en la medida de nuestro alcance. No nos dejemos chupar más la sangre con alabanzas. Todos aquellos a los que hemos ayudado, están en mejores condiciones que nosotros. Exijamos reciprocidad. Y si no la obtenemos, digámosle ¡basta!”.

Se trata de reflexiones que se producen, adicionalmente, mientras se da como un hecho que es imperativo que se llame a una verdadera reconciliación. Que se libere a los presos políticos, como muestra de sinceridad de acción. De igual manera, que llamen al sector privado, pidiéndole que haga lo que sabe hacer, no diciéndole lo que tiene que hacer, mucho menos lo que puede ganar.

Hay que facilitar la reactivación de la producción agrícola, pecuaria, industrial, comercial e inmobiliaria. Y, por supuesto, liberar a la industria petrolera de su obligación política de estar suplantando a ministerios ociosos y burocratizados, mientras se desvincula de su obligación de modernizarse técnica y gerencialmente, a la vez que se distancia de su verdadera misión de elevar urgentemente sus niveles de producción, para entrar a competir en los nuevos espacios del negocio energético global.

De igual manera, hay que sanear las finanzas públicas. Restituirle la autonomía al Banco Central de Venezuela y a los Poderes Públicos. Por supuesto, descentralizar las Gobernaciones, levantar los controles de cambio y de precios progresivamente. Y eliminar ministerios y entidades innecesarias que hoy sólo son útiles para mantener cuotas de poder y fertilizar propósitos clientelares.

Por supuesto, también habría que liberar al Estado de las más de 800 empresas que hoy están en manos del Gobierno; regresarlas al sector privado bien vendidas, o reintegrándolas a sus legítimos propietarios, para que sean productivas, generen empleos y rentas, y puedan pagar impuestos. Es un paso cierto para comenzar a evitar todo tipo de corruptelas y de vicios. Resumiendo: todo en una sola ecuación.

El Gobierno tiene que actuar con base en lo que le establece la Constitución. Es decir, defender a la nación y a los ciudadanos. Establecer orden, seguridad, educación, salud. Combatir la pobreza y erradicar las causas del empobrecimiento. Facilitar y estimular el desempeño de la libre empresa y el desarrollo productivo.

Los ciudadanos, por su parte, tienen que actuar apegados al cumplimiento de lo que les establece la ley. El imperio de la ley tiene que dejar de ser una caricatura en el mundo de la política nacional y pasar a ser el gran propósito de la Venezuela civilizada.

El mundo evoluciona hoy cada día más rápido. Para los venezolanos, el tiempo tiene que convertirse en el tesoro más preciado. No se le debe desperdiciar. Si el 2015 puede convertirse en la primera etapa de una nueva realidad influida por la propia problemática que está incidiendo sobre el sistema de vida de todos los venezolanos, lo acertado, además, sería trabajar intensa y detenidamente en no desestimar la urgencia de entender el futuro con sus retos y sus oportunidades.

Vivir exclusivamente de la valoración del pasado y no relacionarse sinceramente con el presente y el futuro, puede traducirse en un agravamiento de la superable situación de crisis que hoy afecta al país. Es, inclusive, el reclamo que gravita sobre el desempeño del liderazgo nacional, gran parte del cual se exhibe ausente, desordenado y, en ciertos momentos, más efectista que efectivo. De lo que se trata, en verdad, es de no cargarle a la nación el costo y peso de un nuevo año perdido: el 2015.

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