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Los amigos de mis amigos…

La defunción de la URSS barajó de nuevo las cartas de la geopolítica, de forma que al desaparecer el Dios de la bipolaridad todo pareció estar súbitamente permitido. Francia podía revivir su larga historia de amor con Polonia, que data de los tiempos del asalto de la caballería polaca a los altos de Somosierra en la guerra del francés, invalidando así la consabida ley de que los amigos de nuestros amigos son nuestros amigos. Y nada ejemplariza mejor la posibilidad de invertir las alianzas o apostar a caballos diferentes y enemigos entre sí, que la aparición en junio del llamado califato del Estado Islámico (EI), a horcajadas entre Siria e Irak, que domina ya un tercio del territorio del primero y una extensa franja en el norte del segundo.

EE UU bombardea y combate al yihadismo islámico en territorio iraquí, pero no en Siria, porque había proclamado en 2011 que Bachar el Asad tenía que abandonar el poder ante una insurrección, supuestamente moderada, que se ve hoy derrotada y reemplazada por los fanáticos del califato. La dirigencia en Damasco, que espera cosechar los frutos de un, quizá inevitable, volte-face de Occidente, advertía frotándose las manos la semana pasada que estaba dispuesta a cooperar con las fuerzas internacionales que lucharan contra el yihadismo, pero que, por favor, pidieran permiso antes de bombardear en su casa. Y el presidente Obama deberá ceder o no a la tentación o necesidad de asumir esa nueva geopolítica: colaborar con El Asad, cuyo Ejército es lo único masivo y presentable que hace frente al califato en el campo de batalla.

Obama tiene que asumir que el Ejército de El Asad hace frente al califato.

El yihadismo es ferozmente suní y considera a la otra gran rama del islam, el chiísmo, herético y justiciable, lo que hace que sus peores enemigos sean Bagdad, donde domina mayoritariamente la fe chií, Damasco, de un alauismo emparentado con esta, y, en la retaguardia, Irán, el mayor enemigo de Washington en la región y único país islámico donde el chiísmo es religión oficial. El mayor espectáculo geopolítico del mundo podría ser un día contemplar cómo Teherán, Damasco y Washington se coordinan para acabar con el extremismo suní, creando con ello gravísimos problemas, quizá incluso psiquiátricos, a sus grandes aliados, Arabia Saudí y Catar, financiadores del sunismo insurgente contra cualquier forma de chiísmo. Washington, en alianza de facto con los ayatolás, causaría horror en los dos mayores enemigos históricos de Irán, y dilectos aliados, Arabia Saudí y especialmente Israel.

El periodista británico Patrick Cockburn, autor del recentísimo The Jihadis return: ISIS and the new sunni uprising, es pesimista sobre esta nueva fase de la guerra contra el terror porque EE UU amalgama Al Qaeda con yihadismo, cuando la fuerza de Bin Laden, solo es ya una idea, no una organización, e incluso se opone al EI, al que percibe como competidor; y porque sus alianzas excluyen que persiga en Arabia Saudí, su mejor cliente de pertrechos de guerra, las raíces del suni-yihadismo; dudoso honor que el reino wahabí comparte con Pakistán, otro intocable, como recuerda Cockburn, de la gran red de seguridad exterior de Washington.

(ElPaís.com)

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