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Líbranos del mal

El camino del cristianismo nos confronta cada día con nuestra humanidad; sin embargo, Jesús en ningún momento pretende hacernos sentir culpables; pues la culpa para nada aprovecha, sino para hundirnos más profundamente en el hueco del error. Jesús quiere que seamos realmente hijos de nuestro Padre celestial. Nos confronta para enseñarnos el camino de Dios, lo que Jesús llamó una y otra vez el Reino de los cielos, que aunque muchas veces luce imposible, cuando decidimos seguirlo y hacer en nuestras vidas a la manera de Dios, nos ahorramos mucho mal y, al mismo tiempo, experimentamos bendiciones que jamás nos habríamos imaginado.

Al estudiar el Sermón del monte según el evangelista Mateo, en su capítulo 5, podemos notar que primero Jesús los envía a caminar la segunda milla y a poner la otra mejilla, entre otras acciones imposibles ante nuestros ojos. No obstante estas intrincadas premisas, insiste en el amor a los enemigos diciéndoles: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos (completos, fieles) como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5: 43-48.

Lo primero que tuve que aprender personalmente para amar a quienes me habían hecho daño, fue que al hablar del Amor de Dios, no estamos hablando de un sentimiento; no se trata de la dimensión humana del amor, se trata de saber y comprender que el amor de Dios trasciende las barreras de los sentimientos. El Amor de Dios lo impulsa a alcanzar su objetivo supremo, el cual es que todos los seres humanos sean salvos y conozcan a la Verdad (Cristo): “Por esto exhorto, ante todo, que se hagan súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que llevemos una vida tranquila y reposada en toda piedad y dignidad. Esto es bueno y aceptable delante de Dios nuestro Salvador, quien quiere que todos los hombres sean salvos y que lleguen al conocimiento de la verdad”. I Timoteo 2:1-4.

Cuando comprendemos que el Amor de Dios abarca a todos, porque Jesús no vino al mundo para condenar al mundo sino para que todos le conozcan y sean salvos mediante Su Amor; entonces, comprendemos más profundamente al padre de la parábola del Hijo pródigo. El padre amante que espera pacientemente al rebelde, al caído, al que se ha ido de casa apoyado en su soberbia. El padre que recibe con los brazos abiertos y perdona al que viene arrepentido: “Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti. No soy digno de llamarme tu hijo”. Este Padre que un día también nos perdonó, que nos ha perdonado cientos de veces, quiere que nosotros tengamos esa misericordia con quienes están enceguecidos por las tinieblas.

Así pues, no se trata de besitos y abrazos, de un sentimiento que despierta en mi poesía o del sentimiento que me inspira para vivir plenamente. Se trata de venir ante el Padre en oración por los que nos han hecho daño, por los que aún continúan haciéndonos daño; porque esta es la única manera posible de no permitir que sus tinieblas nos arropen a través del odio, de la amargura, de la rabia y la desesperación. Abrir nuestra boca pidiéndole a Dios que los bendiga libera nuestro corazón y los pone ante los ojos de Aquel ante el cual todos tendrán que rendir cuenta. Al dejar la venganza en manos de Dios, nos quitamos el peso de sus acciones sobre nosotros; sabiendo que el que juzga con justicia es nuestro defensor.

Cuando maldecimos, cuando desde el corazón le deseamos mal a otro, estamos abriendo nuestro corazón al enemigo de nuestras almas. La maldición es una invitación al enemigo a venir a vivir a nuestra casa; es tocarle la música al son que le gusta, es tenerlo de invitado en nuestra mesa. Más peligroso aún, en nuestra mente, donde se gestan las acciones. El orar por aquellos que nos ultrajan y nos persiguen nos lleva directo a los brazos de Dios, en donde encontramos el consuelo y todo el bien que cualquiera haya podido robarnos.

El evangelista Juan nos cuenta cómo Jesús les habló de su principal propósito y del propósito de satanás: “El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10. Y una forma de robar y matar es secuestrar nuestra mente y nuestro corazón a través de pensamientos de odio que nos subyugan y nos conllevan a albergar los peores sentimientos. Dios siempre está interesado en darnos una vida plena a través de un carácter capaz de tomar dominio de nuestros propios sentimientos: “Es mejor el que tarda en airarse que el fuerte; y el que domina su espíritu que el que conquista una ciudad”. Proverbios 16:32.

La Palabra de Dios, la Biblia, está repleta de versículos que nos hablan de una manera muy clara y precisa para defendernos del mal. Solo que no se trata de las mismas tácticas y estrategias de la guerra como la conocemos humanamente, se trata de actuar a la manera de Dios, como Jesús nos enseñó, para poder ver, literalmente, la bendición de Dios sobre nuestras cabezas. Porque al que actúa guiado por el mal siempre le espera la justicia divina, de tal manera que el Señor nos insta a ver más allá de la ofuscación de la rabia, de la herida del profundo dolor, cuando hemos sido objeto de la injusticia: “Al que da mal por bien, el mal no se apartará de su casa. El que comienza la contienda es quien suelta las aguas; desiste, pues, antes que estalle el pleito. El que justifica al impío y el que condena al justo, ambos son abominables al SEÑOR”. Proverbios 17:13-15.

Dios no quiere que callemos ante el mal, no quiere que nos conformemos con escondernos, como quien se mete en una cueva para no ser visto. El mal debe ser denunciado, eso es parte del mandato de ser luz del Mundo y sal de la Tierra. Al contrario, Jesús nos advierte que somos enviados como ovejas en medio de lobos, por lo tanto, debemos ser “prudentes, astutos como serpientes y sencillos como palomas” Mateo 10:16. Es decir, lo opuesto de ingenuos. Aunque muchas veces hemos interpretado la ingenuidad como algo positivo; pero, Dios no quiere que ignoremos el mal que nos rodea. Al estar en una constante comunión con Dios, su Espíritu Santo nos revelará lo que sea necesario para evitar el mal. De la manera que les advirtió a sus discípulos acerca de las persecuciones que les vendrían después de su muerte: “Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros”. Mateo 10:17-20.

Son muchas las veces que Jesús advierte a sus discípulos acerca de todas las formas en las que el mal se presentará en sus vidas. Y también son muchas las maneras en las que les instruye sobre cómo vencer al mal con el bien. Nosotros como seguidores de Cristo, como hijos de Dios, debemos seguir las mismas instrucciones que fueron dadas a los apóstoles. Personalmente, he experimentado, por una parte, lo difícil que es bendecir a quienes nos ultrajan. Y por otra, la liberación espiritual a la que conlleva el orar por estas personas. Cuando ponemos delante de Dios los sentimientos de odio, la ira y el dolor; más aún, cuando dejamos la venganza en sus manos, podemos estar seguros que Él nos guardará.

Finalmente, te invito a orar con la pasión de tu corazón la oración que Jesús les enseñó a sus discípulos, cuando le pidieron que los enseñara a orar; porque en ella están los principios fundamentales de la oración y en ella encontramos la clave para ser librados del mal. “Vosotros, pues, orad de esta manera:

Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan nuestro de cada día.

Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores.Y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos de todos los males. Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre jamás. Amén”. Mateo 6:9-13.

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