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La tercera guerra mundial

La tercera guerra mundial es una nebulosa de conflictos que recuerdan a los de la era premoderna, engendrados no por Estados soberanos, sino por caudillos, terroristas y mercenarios, cuyo supremo objetivo es la conquista del poder para explotar poblaciones y recursos naturales. De Nigeria a Siria, del Sahel a Afganistán, la víctima de las nuevas guerras es la población civil[1]. En Nigeria, Amnistía Internacional calcula que han muerto en los últimos 12 meses 4.000 personas, sobre todo civiles, por los ataques de Boko Haram y el ejército nigeriano.

También hallamos datos similares en Europa. Según Naciones Unidas, desde abril de este año, el conflicto entre los separatistas prorrusos y el ejército nacional ucranio ha causado la muerte de más de 2.000 personas, si bien muchos consideran que esa cifra es inferior a la realidad. Es decir, nos encontramos con unas guerras premodernas en la era tecnológica, un binomio letal que multiplica por cien los riesgos para la población civil. El ejemplo más claro es el derribo “por error” de un avión de la compañía Air Malaysia cuando sobrevolaba el este de Ucrania a 10.000 metros de altitud.

Han desaparecido las trincheras, los campos de batalla y las normas internacionales que rigen el comportamiento de los ejércitos regulares. El Convenio de Ginebra es papel mojado. Los crímenes de guerra, el genocidio, la limpieza étnica y la limpieza religiosa forman parte integrante de la nebulosa bélica. De nuevo en Nigeria, Amnistía Internacional ha rodado imágenes de soldados nigerianos y miembros de la milicia civil, la Civilian Joint Task Force, degollando a prisioneros acusados de pertenecer a Boko Haram y arrojando después los cuerpos decapitados a una fosa [3].

De acuerdo con Mary Kaldor, profesora en la London School of Economics y autora de Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global (Tusquets, 2001), la globalización ha hecho que algunas regiones hayan retrocedido a unas condiciones no muy distintas de las que describía Hobbes cuando decía que la vida en estado natural era brutal y breve debido a la anarquía en que se veía obligado a vivir el hombre. De hecho, la globalización ha socavado la estabilidad de los regímenes autoritarios, por ejemplo, en Siria y Libia[4]. La caída de Gadafi en 2011 produjo un vacío político que las milicias tribales, desde los grupos liberales hasta los islámicos, han ocupado con la violencia. El objetivo de todos es la conquista del poder político y económico para sacar provecho, no la creación de un Estado democrático ni mucho menos de una nación nueva [5].

El Estado Islámico es una amenaza para los regímenes de Oriente Próximo y para la idea fundamental de Estado moderno.

El proceso de degeneración del Estado es, por consiguiente, la causa principal de que los conflictos actuales sean de carácter premoderno, siempre ligados a motivos económicos, es decir, al empobrecimiento de la población, que es un rasgo que desmoderniza la sociedad. Durante el decenio de sanciones económicas contra Irak, el país pasó de tener la escolaridad más elevada del mundo árabe a ser un Estado en el que las mujeres no tenían derecho a trabajar. El proceso de islamización ha avanzado en paralelo al de empobrecimiento.

La globalización ha contribuido al bienestar en algunos lugares, como China o Brasil, y a la pobreza en muchos otros, como Oriente Próximo y África. La crisis alimentaria en ciertas regiones africanas, vinculada en parte al cambio climático y en parte a la carrera de los países ricos para apoderarse de los recursos alimentarios del continente, ha extendido la inseguridad y ha fomentado los conflictos armados de tipo religioso y étnico. En Mali, los tuaregs separatistas y varias facciones islámicas luchan entre sí y contra el Gobierno; en la República Centroafricana, las milicias cristianas y musulmanas están envueltas en una guerra sanguinaria que corre peligro de convertirse en genocidio; en el Magreb, Al Qaeda está en activo en casi todos los países [6].

Lo que da homogeneidad a la nebulosa es la violencia, tan brutal como la de la era premoderna. El último ejemplo es el asesinato del periodista estadounidense James Foley a manos del Estado Islámico (EI o ISIS en sus siglas en inglés), un vídeo que ha recorrido el mundo [7]. Sin embargo, es un error pensar que la guerra de conquista para crear el califato islámico pertenece a la categoría de los conflictos premodernos descritos. El EI constituye una mutación nueva y peligrosa porque, a diferencia de los demás grupos, su objetivo es apoderarse de recursos estratégicos, como los pozos de petróleo y las presas, para construir una nueva nación que sea la versión contemporánea del califato antiguo. Es decir, su propósito es muchísimo más ambicioso.

Su sofisticada propaganda pretende fomentar la imagen de un Estado legitimado por los musulmanes, no solo los que habitan dentro de sus fronteras, sino también los de fuera; Abubaker al Bagdadi no se presenta como un caudillo, sino como el nuevo califa, el descendiente del profeta Mahoma. El Estado Islámico difunde las imágenes de un ejército regular, muy distinto de los grupos armados de Al Qaeda y Boko Haram, que lucha en el campo de batalla con armas modernas, en su mayoría de origen estadounidense y ruso, robadas respectivamente al ejército iraquí y al sirio. Aunque uno de sus empeños es la limpieza sectaria y religiosa, es ecuménico, y ofrece a cualquiera la posibilidad de convertirse al salafismo suní y convertirse así en súbdito del califato.

El Estado Islámico es una amenaza no solo para los regímenes de Oriente Próximo, sino para la idea fundamental de Estado moderno, que no se basa en la sumisión, como hacía el premoderno, sino en el consenso de quienes forman parte de él. Su victoria sería devastadora para el mundo entero.

(ElPaís.com)

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