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¿La Cuba de hoy: la URSS de ayer?

Si la llamada dirección histórica, no desea terminar como la de Brézhnev, debería realizar importantes reformas económico-políticas

Revisando los últimos tiempos de la era Brézhnev, nos encontramos con que el aumento del presupuesto militar  de la entonces URSS la estaba arruinando, mientras que aumentaba aceleradamente la escasez de productos de primera necesidad, junto al deterioro de la agricultura la industria y los servicios. Fue la época de mayor “estancamiento”.

Debido a la falta de un liderazgo sensato por la vejez, el alcoholismo, la autocomplacencia y las enfermedades del más condecorado de todos los “soviéticos”, la elite burocrática del partido y el  gobierno se concentraba en sus intereses estrechos, a la espera de la etapa post-Brézhnev.

Las diferencias se pagaban con las destituciones.  La oposición democrática, la lucha por los derechos humanos y libertades civiles eran asfixiadas con represiones, juicios y apresamientos. Las sombras del estalinismo eran visibles”, reconocería después Gorbachov.

La apatía hacia el “socialismo” se generalizaba y el alcoholismo en la población crecía, como vía de “escape” de los ciudadanos.

La confrontación con Occidente y especialmente con EEUU  se acrecentaba. La retórica “antimperialista” de los medios de prensa oficiales pretendía justificar la represión interna, la falta de democracia y la carrera armamentista.

Hoy, en Cuba, el panorama no es igual, presenta características propias, pero a pesar de la “actualización”, se le parece en no pocos aspectos y en otros la situación es más complicada.

La economía no puede estar peor. Aumentan el cuestionamiento a la gestión estatal y a los resultados de la “actualización”. La oposición crece a pesar de la represión no disimulada. El estatalismo absoluto se ve obligado a ceder terreno. Las nuevas tecnologías imponen su signo.

La imagen de dirección colegiada que pretende Raúl entra en contradicción con la realidad del sistema centralista establecido. Su liderazgo, no obstante sus 4 estrellas y sus nombramientos al frente del partido, del consejo de estado y del consejo de ministros, no parece suficiente a una burocracia acostumbrada al mando directo, personal y pormenorizado de Fidel.

Y éste, con sus “reflexiones”, dando respuestas o imponiendo  líneas omisas en el estado-partido-gobierno, alienta las confusiones.

Raúl, enigmático, apenas aparece en público y sus opiniones no pasan de sus discursos en el último Congreso del PCC y en las sesiones, 2 veces al año, de la ANPP.

Solo algunos miembros del BP, de vez en cuando hacen alguna declaración general aislada,   desconectada de la realidad y de los graves problemas que aquejan a la sociedad cubana.

La segunda figura del gobierno, Díaz Canel , “joven” con el que se desea proyectar una imagen renovadora, no es el segundo del PCC, institución que según la Constitución ejerce la dirección del país; ni proviene de la nomenclatura militar que concentra el poder político y económico…

El espíritu innovador de los primeros discursos de Raúl y de algunos aspectos de la actualización, son constantemente impugnados por las propias leyes del gobierno, por las regulaciones de los burócratas encargados de concretar las políticas y por la misma lentitud en las “reformas”.

El cuentapropismo y el cooperativismo, que según los lineamientos deberían asumir un papel más importante en la economía y la sociedad cubanas, son frenados por incoherentes imposiciones. La pretendida autonomía para las empresas estatales, sin control obrero, alienta las expectativas de los burócratas para adueñarse de ellas con el primer jalón a la piñata.

Monopolios y entidades estatales como ETECSA, la Aduana de la Republica, La ONAT, las corporaciones turísticas y últimamente Labiofam y otras, actúan en contradicción con el espíritu anunciado en las políticas oficiales o ponen en ridículo al gobierno. La corrupción es generalizada, con muchos funcionarios procesados a todos los niveles.

Aumenta la apatía de las mayorías hacia el “socialismo” y crece el número de simples trabajadores dispuestos a abandonar el país por cualquier vía buscando mejoras económicas. La deserción de peloteros, otros deportistas, artistas y misioneros es alarmante.

La cantidad de cubanos que llegan a territorio norteamericano o son interceptados en alta mar, recuerdan momentos de crisis similares anteriores, lo que unido al incremento de las salidas legales, por las últimas reformas migratorias, están desangrando la masa joven, profesional, trabajadora y emprendedora del país.

El proyecto “socialista” que enroló a las mayorías en las primeras décadas, ya no logra entusiasmarles y, de todo, se vuelve a culpar al bloqueo imperialista.

El “cambio de mentalidad” no pasa de consigna y el militarismo desestimula la iniciativa.

Los bajos resultados económicos del estado asalariado, los temores naturales por la economía en crisis y su control casi absoluto por el estado, junto al fortalecimiento de las medidas del bloqueo-embargo de EEUU para obstaculizar el desenvolvimiento de las finanzas gubernamentales, desalientan el arribo sustantivo de capitales externos frescos.

El gobierno de Raúl creyó que liberar los presos que quedaban del grupo de los 75 con la mediación de la iglesia, mover algunas medidas (no convincentes) en el área del mercado y eliminar algunas absurdas regulaciones, le permitiría cambiar la imagen internacional que existe sobre las violaciones de los derechos humanos e influir en la posiciones de los grandes controladores del capital internacional, especialmente estadounidenses.

A la espera del levantamiento del bloqueo todavía con Fidel, el estado concentraba recursos en el turismo, que Raúl intensificó  con la unificación de los monopolios militares y estatales, el mega-proyecto del Mariel y las marinas, campos de golf y zonas residenciales para ricos.

Quedaron para tiempos mejores las inversiones en vivienda, alimentación y transporte, los sectores que más afectan a la población y, consecuentemente, su respaldo al gobierno.

Hoy, el bloqueo continúa y los dueños de la plata en el mundo no han cambiado esencialmente su percepción sobre el carácter totalitario del estado cubano.

En América latina, el surgimiento de gobiernos izquierdistas y el interés de otros democráticos en mantener buenas relaciones con La Habana  para desalentar sus anteriores compromisos con la izquierda extremista,  han favorecido los intercambios de todo tipo. Y el aporte de Venezuela, Brasil, Ecuador y otros, a cambio de servicios médicos, representa un alivio a la economía estatal.

Los acercamientos nostálgicos a China y especialmente a Rusia, cuyas evoluciones internas y apetencias imperiales no entienden o aparentan no entender algunos,  aportan apoyo político al gobierno, pero hasta ahora poco significan para una verdadera recuperación económica.

Si la llamada dirección histórica, con todavía clara la influencia de Fidel, no desea terminar como la de Brézhnev, tendría que realizar importantes transformaciones económicas y políticas.

A fin de liberar las fuerzas productivas, detener -y hasta revertir- el éxodo ya masivo y conseguir un cambio en la percepción de la comunidad capitalista internacional sobre su situación interna, el gobierno  debería aplicar prontamente medidas económicas más allá de la “actualización”, encaminadas a liberar el mercado, fomentar las formas de producción autónomas “no estatales” y revisar  su concepción estatalista de la propiedad y el mercado.

Y, paralelamente, entablar un diálogo nacional inclusivo que, para empezar, no tiene que ser directo, sino permisivo del libre intercambio de ideas diferentes y opuestas, junto al cese de la represión, hacia un clima de confianza que facilite reformar y democratizar el sistema político.

Esto implicaría un cierto reconocimiento de todas las tendencias políticas pacíficas y aflojaría las tensiones que soliviantan la sociedad. Las críticas a los gobiernos no nacen de la libertad de expresión ni de las nuevas tecnologías, sino de sus errores y falta de transparencia.

Las fuerzas democráticas de todos los colores, también podrían contribuir con la formalización pública de su compromiso con el diálogo nacional y la lucha política por las vías pacíficas y democráticas, contra el uso de la violencia y la intervención directa extranjera.

Esto las pondría en mejores condiciones para ayudar a mover  al gobierno en la misma dirección, pues por sí solo no parece que éste vaya a cambiar verdaderamente. Habrá de entender  que es mejor canalizar la corriente creciente que represarla.

Si no se avanza en ese camino u otro similar, con la participación de todos, la situación continuará deteriorándose y sus consecuencias serían impredecibles para el futuro de la nación cubana.

Por una sociedad de trabajadores libres.

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