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Gobernantes de mirada de túnel

Nadie como venezolano, podrá dejar de opinar ni evadirse de la realidad violenta que nos muerde a dentellada de hiena, que ríe mientras devora. No importa donde esté o en qué partido milite, la situación nacional en suspenso, lo somete a la segregación, a la represión, a la voracidad de la corrupción, al crimen organizado, al contrabando de extracción, a la desmedida escasez de productos de primera necesidad, a la inflación  y especulación. Y lo más grave, la crisis está  respaldada por la más despiadada indolencia. Cualquier historia personal, pareciera ser de ficción; pero es real. Cualquier agresión contra la seguridad de alguien que se rememore, pareciera ser sacada de algún cuento literario o de un documental de algún país sin ley; pero esta realidad quema y lleva al peor extrañamiento del ser humano. Veamos.

Raimundo, después de trabajar llegó a su casa. Su rostro demostraba preocupación y cansancio.  Acababa de ser asaltado por tercera vez. Ahora le quitaron hasta la cédula de identidad. Raimundo y su esposa María se abrazaron y lloraron. Ella le miró la cabeza y notó que estaba herido y le dijo: “Hay que ir al hospital.” Raimundo contestó: “¡No, de allá vengo! No hay gaza ni inyectadoras.  El hospital estaba desbordado de gente que se quejaba, no sólo por el dolor,  sino por  la falta de medicamentos.”  María exclamó: “¡Gracias a Dios estás con vida!”.  Esta vez a Raimundo le dieron en el parietal derecho con la  empuñadura de un revólver, mientras otro delincuente lo apuntaba con una pistola y le pedía que le entregara todo o se llevaba su vida. Así perdió su salario, el reloj, el celular, la cartera con todos sus documentos personales, y para colmo, lo amenazaron con secuestro express. Le dijeron: “Raimundo, te conocemos.” Y pensar, que en el primer asalto, le robaron  el carro.

María, admitió ante sus amigos que estaba agotada, porque tenía que andar, de mercado en mercando, en busca de la infatigable e inútil tarea de hallar alimentos.  A lo que, unos de sus amigos le contesta: “Antes se iba una vez por semana al mercado. Ahora, hay que estar pendiente, todos los días,  para ver si llegan algunos de los productos que están escasos. ¡Esto es perder dinero y tiempo!” María, muy preocupada, comentaba que lo grave era que Raimundo tenía tres días que no tomaba su antihipertensivo porque, como muchos medicamentos, estaba agotado en las farmacias.

Pero la tragedia y la crisis de los venezolanos se narra en presente. Raimundo y María, quieren ducharse  para quitarse el cansancio; pero no hay agua. Desean revisar los avances y las tareas de sus hijos, ver un poco de TV,  escuchar la radio, leer la prensa; pero no hay electricidad. Pasan noches bajo la intranquilidad de reiterados apagones y sobresaltos. En la oquedad de las noches, sin poder dormir con tranquilidad, escuchan disparos en las calles. Además, sienten ruidos y pasos en el patio de su vivienda; pero el cansancio, o tal vez, por el temor a ser fulminados por una bala, deciden quedarse quietos. En la madrugada suena el reloj despertador, Raimundo y María, tienen que levantarse temprano como siempre; pero la sobredosis de cansancio ya está a punto de llevarlos a la locura. Se incorporan solo impulsados por la necesidad de ir al trabajo. Tienen miedo, mucho miedo. Porque el vecino fue víctima de secuestro express; su familia pagó; pero el señor Armando, después de ser liberado por sus plagiarios, no ha vuelto a ser el mismo, al parecer está perdiendo la razón.

A Raimundo le duele la cabeza. Se dice así mismo: “Tal vez sea el golpe que me dio el atracador.” Luego de pasar muchas noches casi sin dormir, sin aire acondicionado y sin ventilador,  bajo el calor de aquellas noches a puertas y ventanas abiertas, para ver si alguna brisa fresca venía a aliviarlos del despiadado calor. Pero a pesar de haber tomado todas las previsiones, se ven sometidos a los zumbidos del zancudo Aedes aegypti, que además de la inflación  y la imposibilidad de encontrar medicamentos, llegan con bombardeos de dengue, de chikungunya y fiebre amarilla.  Y para colmo regresa, más contrarrevolucionario que nunca, el mosquito Anopheles con su terrible descarga de paludismo.

Entre tantas vicisitudes, Raimundo acude a la fábrica donde trabaja; pero se entera que está a punto de quedarse sin empleo. Y todo, porque el dueño de la empresa, no encuentra dólares para importar insumos. El patrón alega que está descapitalizado.  Y para colmo cuenta que sobrevivió al atraco que le hicieran el día anterior, cuando llegaba a su residencia. Allí le robaron el carro, le vaciaron la casa y se llevaron hasta el gato. Raimundo, consuela a su patrón, relatándole el susto que pasaron, él y María. Fue en el autobús hace, más o menos,  una semana. Cinco antisociales, armados y muy agresivos,  entraron y los dejaron sin nada. Al chofer lo golpearon hasta el sangramiento. ¡Esto pasa todos los días! Nosotros, dice, en menos de cuatro meses, hemos sido asaltados tres veces. Pero al siguiente día, Raimundo se enteró que la humanidad del empresario no resistió más, murió de un fulminante infarto.

Así es como la realidad rebasa a la ficción.  Muchos de los relatos no terminan con tanta “suerte”  como lo que acabamos de narrar. Solo contamos los casos donde los vecinos preservan, al menos, la vida. Y esto es mucho decir.  Las víctimas de la delincuencia, únicamente son un número para las estadísticas de la violencia y cadáveres a depositar en las morgues. Lamentablemente, a estos “gobernantes” de mirada de túnel, a quienes solo les duelen las víctimas de otras geografías, les hace falta conocer al verdadero espíritu de la nación.

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