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En las fronteras del abandono

Desde que tengo memoria, las calamidades fronterizas de Colombia no han sido atendidas por ningún gobierno en ninguna parte. Claro, la hecatombe que hoy lamentamos en los límites colombo-venezolanos es más notoria por la extensión de los mismos y por el movimiento de personas y mercancías y el volumen de comercio entre ambos países; pero si echamos una mirada a los confines de nuestra geografía próximos a Brasil, Perú, Ecuador o Panamá nos encontraríamos con situaciones de las cuales el Estado colombiano no podría sentirse orgulloso.

Cada vez que hay un rifirrafe con un vecino, nuestro gobierno emite comunicados, manda ministros, se reúne con sus homólogos del otro país, hace las paces y da por superada la crisis, pero sin resolver ninguno de los males de fondo de los afectados, que –como en el resto del país– tienen que ver con educación, salud, empleo o seguridad. ¿Y qué pasa luego? Nada: al cabo de un tiempo hay un nuevo brote de inestabilidad y el ciclo se repite, en una especie de copy-paste del absurdo.

No obstante, el drama actual, detonado por Nicolás Maduro, ha servido para desnudar ¡otra vez! el abandono de nuestras fronteras y para retratar de cuerpo entero a muchos que han pecado por acción, omisión y sumisión.

En primer lugar, el gobierno de Juan Manuel Santos subestimó la magnitud de la emergencia y solo apareció en la frontera varios días después de iniciada la crisis. Si hubiera allá presencia permanente de nuestros funcionarios y tuviéramos un diálogo fluido y constante con las autoridades venezolanas, nos habríamos podido pellizcar mucho antes.

En otro frente está el senador Álvaro Uribe, quien –sin importar si se trata de un desastre natural, un ataque terrorista, una tragedia aérea o una crisis humanitaria– siempre actúa como un poseso mientras trata de pescar en río revuelto. A Cúcuta no fue a ofrecer soluciones, sino a ayudar a enrarecer el ambiente.

Por los lados de la izquierda, Jorge Enrique Robledo llama a la tranquilidad y al diálogo, sin decir nada que pueda incomodar al presidente que sabemos. Y Piedad Córdoba habla bucólicamente de la hermandad de Colombia y Venezuela, y a los atropellos de que son víctimas miles de colombianos humildes en suelo vecino los llama “incidentes fronterizos”; omitiendo que su hermano Maduro ha desatado esta crisis a ver si en esos 2.200 kilómetros de frontera encuentra la popularidad perdida en los estantes vacíos de los supermercados de su país.

Y, para completar, el secretario general de Unasur, Ernesto Samper, salta de nuevo a la palestra como el sumiso correveidile del Presidente venezolano, saliéndose por la tangente y sin hacer la menor alusión a los abusos de la Guardia Nacional Bolivariana.

Así las cosas, volvemos al principio y seguimos sin saber cómo manejar la relación con Venezuela. Con los guantes de seda de Santos las cosas no funcionan muy bien y con Uribe quedó demostrado que mostrarse los dientes tampoco sirvió para nada. Las instancias internacionales, como la OEA o el Centro Carter, son despreciadas por Maduro y con Unasur es mejor no hacerse ilusiones, pues ya se sabe a quién le debe Samper el cargo.

Es de esperar que tras unas cuantas llamadas, encuentros bilaterales, algunas promesas de soluciones y fotos de nuevos mejores amigos, las aguas retornen discretamente a su cauce. Pero mientras no se llegue a la raíz del problema, la calma durará solo hasta cuando las necesidades electorales de nuestro torpe presidente vecino desaten otro caos.

@Vladdo

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Un comentario

  1. Por lo pronto el Inmaduro presidente huye hacia adelante,y se va de viaje,mientras las aguas se apaciguan.Luego se estrechará la mano con Santos y se harán declaraciones de la hermandad entre los pueblos,y todo ese bla bla q maquilla las eternas relaciones conflictivas entre ambos paises.

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