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Elogio de la esperanza…

A Fabi, el primer amor de abuelo de su Abu… Perdóname, luego te he sido cinco veces infiel, tengo cinco amores más, como tú, dones maravillosos de Dios…

¿Sabes? El corazón de los abuelos es muy grande y siempre hay sobrancero espacio para albergar el amor a dar a todos sus nietos… Mucho me preocupa tu preocupación por tu Abi y por mí, tus reiterados llamados a cuidarme que rayan en la súplica, tus deliciosos regaños y tu exasperación cuando me río de tus prevenciones, ¡no puedo evitarlo! Tengo que seguir adelante, el camino todavía no se acaba, se acaba cuando se acaba y el fin del mismo debe sorprenderme sembrando, cosechando, haciendo y realizando por nuestro amado país…

¿Sabes Fabi? Soy un esperanzado a rabiar y un convencido de que después de la tormenta viene la calma; de que existe el mal para que refulja el bien; soy un apostador por la tierra que me vio nacer aunque yo no viviré tanto como para ver al lucero de la mañana y los arreboles que prenuncien la llegada de nuevos y mejores tiempos, donde reverdezcan los prados, los hilos de agua se hagan nuevamente arroyos rumorosos y la concordia conduzca a la recuperación del buen talante del venezolano, ese que siempre hemos sido, amistoso, cordial, preocupado por los demás, solidario, compasivo, dispuesto a darle la mano amistosa al extraño que busca una tierra de promisión, aunque no siempre seamos correspondidos por igual en otras latitudes… Esto que nos ocurre es un trago amargo, una lección que mucho quiere decirnos, y más vale que pongamos cuidado, hagamos caso y aprendamos de nuestros errores y del mensaje encriptado que la situación envuelve, que tomemos con firmeza de manos el áspero asunto que nos concierne… Nadie puede vivir por nosotros la vida y la realidad que en suerte nos ha tocado. Huir dejando tarea sin completar es en mi caso una mala opción; huir dejando nuestro pueblo engañado por el lenguaje melifluo conque la maldad tantas veces lo ha arropado, no es una alternativa; todavía hay pacientes anhelantes en nuestros arruinados hospitales para quienes la palabra sigue siendo un bálsamo tranquilo y la esperanza un recurso, y también hay estudiantes esperanzados a quienes hay mucho que decirles y creo que todavía puedo y debo hacerlo… La esperanza abriga… ¡y cómo!

“Venezuela un país de despedidas, donde los padres prefieren a sus hijos lejos, y los abuelos nos quedamos sin nietos”.

Y es que el mito griego de la esperanza es uno lleno de sinsabores y ánimo, de ilusión y promesa, de confianza y aliento… Te gustará la historia: resulta que Prometeo, el titán amigo de los mortales, osó robar el fuego sagrado que portaba el dios Sol en su carro alado para entregarlo a los humanos, infelices que no lo conocían, y así, cambiar sus destinos para

bien. Zeus, un dictador de malas pulgas como son todos ellos, entró en cólera y ordenó a diversos dioses crear la primera mujer, una capaz de seducir a cualquier hombre. Hefesto la moldeó en arcilla y le proporcionó formas perfectas e insinuantes. La gran Palas Atenea la vistió elegante y Hermes le concedió la astucia para seducir; finalmente Zeus le insufló vida; y así, surgió la hermosa Pandora que fue enviada a casa del benefactor de los hombres, Prometeo, que siendo advertido de alguna estratagema vengativa de Zeus, la rechazó; no obstante, su hermano Epimeteo se enamoró perdidamente de sus encantos, la aceptó y casó con ella… Como regalo de bodas, traía Pandora en su equipaje una enigmática caja; la «caja» era en realidad un Pithos (tinaja ovalada) y venía con la instrucción de no abrirlo bajo ninguna circunstancia pues contenía todos los males capaces de contaminar de desgracias el mundo, pero también portaba todos los bienes. Para entonces el ser humano no conocía de infortunios, de enfermedades, locuras, vicios o pobreza, aunque tampoco de nobles sentimientos. Un aciago día, Pandora, víctima de la curiosidad, abrió la caja y todos los males escaparon al mundo, asaltando a su antojo a los desdichados mortales. Cuentan que los bienes subieron al mismo Olimpo y allí se quedaron junto a los dioses. Una vez que lo hizo, asustada, comprendió el grave error cometido y de un golpazo cerró el recipiente. Sin embargo era demasiado tarde, pues todos los males ya habían sido liberados; no obstante, quedaba dentro solo un bien acurrucado en el fondo: Elpis, el espíritu de la esperanza; esa Esperanza, tan necesaria para afrontar y soportar con ánimo los males que acosan a los hombres. Se apresuró Pandora entonces en ir a consolar a los humanos, aconsejándoles que siempre podrían acudir a ella donde se encontrarían a buen recaudo… ¿Ves niña mía porqué a pesar de todo soy afortunado en mantener la esperanza…?, ¿Ves porqué debes tú también mantener la llama de la esperanza en que todo estará bien con ustedes y con nosotros…?, Y así desde hoy, deberá ser norma de tu vida, no dejarte intimidar cuando te vaya mal y saber que con paciencia, esfuerzo y voluntad superarás cualquier obstáculo, pues la desesperanza es muy mala consejera, es la nada, tierra árida donde nos encontramos inermes y entregados ante la adversidad sin haber presentado lucha…

Pero también quiero que leas, medites y recuerdes este lindo y realista cuento que no me pertenece, es de autor desconocido y que además, hermosamente se entronca con la esperanza…

“Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de su corte: -Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores brillantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos y a los herederos de mis herederos para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo. Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podían haber escrito grandes tratados, pero sólo debían proporcionarle un mensaje de no más de dos o tres palabras que pudieran socorrerlo en momentos de descorazonamiento total… Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada que se acomodara al pedimento de su rey…

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto, y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera un miembro más de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y este le explicó: -No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio me he encontrado con todo tipo de gente, y, en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje -el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. -No lo leas -le dijo-, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a una situación. Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió su reino. Estaba huyendo en un caballo para salvar su vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. No podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el galopar de los caballos. No podía seguir hacia adelante, y no había ningún otro camino.

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y descubrió en él un pequeño mensaje, tremendamente valioso que rezaba: ¨¡esto también pasará!¨. Mientras leía, ¨¡esto también pasará!¨, sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque o debían haber errado el camino, pero lo cierto fue, que poco a poco, dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía profundamente agradecido a su sirviente y al desconocido místico. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. El día que entraba de nuevo victorioso en la capital, hubo una gran celebración con música, bailes, felicidad a montones…, y él, se sentía orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carruaje y le recomendó: Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje…

-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.

-Escucha -respondió el anciano-, este mensaje no es solo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último; es también para cuando eres el primero.

El rey de nuevo abrió el anillo y leyó el mensaje: “¡esto también pasará!”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, porque su orgullo, su ego, habían desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.

Entonces el anciano agregó: -Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas”. Es ahora en mi país que es el tuyo que con la esperanza de nuestro lado debemos decir, ¡esto también pasará…!

¿Cómo no voy a tener esperanzas Fabi?, si allí quedó ella guardada en el fondo del pithos; allí quedó salvada para la ocasión del desalentado venezolano; y mira, que esta es una de ellas y única. La situación nuestra se pinta insoluble, sentimos que nos han arrancado de cuajo la patria, la democracia, todos los valores del espíritu, todo lo que tenía sentido para todos, se fueron nuestros hijos y nietos, somos abuelos huérfanos… Se nos ha querido inculcar la desesperanza aprendida esa que surge cuando una persona sufre varios fracasos continuos y va perdiendo la fe y la energía para luchar. ¿Cómo pues no sentirse derrotado y abatido…? ¡Pues no!, precisamente para contingencias como esta, la esperanza allí se encuentra. Por seguro que un mañana resplandeciente y claro acunará nuestro espíritu porque siempre ha sido así, nunca la umbra de la noche ha vencido al claror del amanecer, y a una noche muy oscura siempre han seguido los trinos de los pájaros anunciando la presencia de Dios y el arribo del alba y sus promesas de un día mejor. El optimismo y la esperanza van de la mano, se acompañan el uno a la otra como la sombra al cuerpo, y yo soy un empedernido optimista. Estos hombrecitos se irán arrastrados por el peso de su maldad y nos tocará a todos reconstruir el país con lo mucho que aún nos queda… Así que pierde cuidado, aquí estaré, yo quiero y debo ser parte de los reconstructores, la Libertad de Delacroix con sus pechos turgentes al aire, símbolo de la vida, enarbolando esta vez la bandera de siete estrellas y en cuartel azul de la mitad inferior de nuestro escudo, ese caballo blanco desbocado, con la cabeza vuelta hacia la derecha, simbolizará otra vez la libertad e indefectiblemente nos conducirá a la victoria…

Y para no hacer esta misiva más larga y para que comprendas el significado del Pithos de Pandora y su oculto mensaje, pon atención a este relato:

“Las cuatro velas daban luz y brillaban a complacencia. Eran ellas: Paz, Amor, Fe y Esperanza. El ambiente era tan apacible que podía oírse el diálogo que las cuatro mantenían:

Dijo la primera vela: -¡Soy la Paz!, sin embargo, las personas no consiguen mantenerme. Creo que me voy a apagar… y así, disminuyendo rápidamente su fuego, se apagó por completo.

Anunció la segunda vela: -¡Soy la Fe!, lamentablemente no soy apreciada. Las personas me ignoran y no quieren saber de mí. ¿Qué sentido tiene permanecer encendida? Y dicho esto, una suave brisa pasó sobre ella y extinguió su luz…

Resuelta y triste, la tercera vela exclamó: -¡Yo soy el Amor!, no tengo fuerzas para seguir encendida. Las personas me dejan de lado y no comprenden la importancia de mi existir. Se olvidan hasta de quienes están muy cerca de ellos y el valor de mi compañía. Y sin titubeo, se apagó dejando tras sí una tenue voluta de humo.

De repente, entró un niño y viendo el espectáculo arrancó a llorar al ver con tristeza las tres velas apagadas…

-¿Qué es esto? -les reconvino-, ustedes deberían estar encendidas hasta el final de los tiempos…

Entonces la cuarta vela habló con dulzura:

-No tengas miedo niño, mientras yo tenga fuego podemos encender las tres velas restantes. Yo soy, ¡la Esperanza!

El niño, con los ojos brillantes tomó la vela de la Esperanza y encendió el trío restante…

Este escrito está también escrito para mis tres hijos y mis seis nietos, y por supuesto para los que crean en mi país y sus reservas…

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