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El triste Nobel de Literatura 2016

El premio internacional de la Academia Sueca, el Nobel, en los últimos tiempos ha venido asumiendo una conducta errada en razón de la selección de los candidatos para alcanzar tan prestigioso galardón, el cual, se quiera o no, representa un inmenso prestigio para quien (o quienes) lo reciben. En la mención de Nobel de la Paz tuvo un inmenso desacierto al otorgárselo al Presidente norteamericano Barack Obama, dado que si lo hizo por su color o por reivindicar la lucha racial en los EE.UU, se equivocaron de manera superlativa, porque ha sido uno de los continuadores del proceso de invasión comercial e imperialista en el marco del mundo global moderno; otorgarle al Presidente de Colombia Juan Manuel Santos, un Nobel de la Paz 2016, por el hecho de alcanzar una anhelada Paz con uno de los frentes Guerrilleros, también fue una desproporción, porque tanto él como la Guerrilla se merecían ese premio, si al caso vamos, pero es que la consulta al pueblo colombiano develó que era una Paz con demasiadas concesiones a la impunidad y eso, de esa forma y modo, no es Paz. Conclusión, el Nobel de la Paz anda descarriado, en busca de un galardonado que no aparece.

El día de hoy, 13 de octubre, esperé desde la madrugada el veredicto del Nobel de Literatura 2016, y cuando se anuncia: ¡Sorpresa!  El cantante norteamericano Bob Dylan (1941), es adjudicado con el galardón. Parte del veredicto dice: “…por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la tradición de la gran canción americana…» Bien, entendemos: el hombre ha construido una nueva manera de expresión a través de la música que solamente los seguidores, no lectores, le han reconocido. El escritor Salman Rushdie, destacó que la música de Dylan está indefectiblemente ligada a la poesía, y felicitó al compositor de éxitos como «Blowin’ in the wind», «Like a Rolling Stone», y «Knocking on heaven´s door», entre otras. La novelista Jodi Picoult, autora de «Small Great Things», expresó que esto le daba licencia entonces para presentar el audio-libro de su novela a los premios Grammy; pero la postura más destellante fue la del escritor Gary Shteyngart, quien dijo que él entendía que, al comité de los Nobel, el “Leer libros les es difícil».

Lo contradictorio de este premio es que se les ha negado a importantes representantes del arte creativo escritural solamente porque sus obras han sido tan avasallantes que se han convertido en best seller, y eso, en opinión de la Academia, no era literatura, por dar un ejemplo, el también creador norteamericano Stephen King: ¿quién negaría que su obra de terror no ha sido magistral?

El periodista del periódico ABC de España, Jesús García Calero, expresó: “…Hoy unos y otros están bastante desconcertados con el premio a Bob Dylan. Aunque no lo digan. No por enemistarse con la Academia y con los criterios que aplica, casi siempre especiados con las modas, la política o la corrección política. Sino porque el de Literatura es un premio que lleva asociado a su nombre la actividad de publicar libros, cosa en la que nuestro flamante premiado -lleno de méritos- no ha destacado. Tarántula y Crónicas Volumen 1. De hecho, para saber realmente el impacto de este premio habrá que buscar en las redes sociales y en las tiendas de discos… ¡Adiós librerías y libreros!… Las letras de Dylan han pasado a la historia, pero no por su peso específico literario. Sin música no pueden sostenerse de igual forma.”

Esto última marca la razón por la cual hoy, desde Latinoamérica, los que estamos involucrados con la literatura y sus demonios, nos sentimos tristes por no haber surgido un galardonado que representara el oficio escritural. Lo que ha producido Dylan, en manera de texto, sin música, es un montón de palabras dispersas, sin conexión alguna y sin mensaje. Es la “nada”, se le ha otorgado el premio a la nada y eso, que no es envidia ni egoísmo, sino justicia, ha desmerecido el valor moral del premio Nobel de literatura en este año 2016. ¿Qué salvaría la situación? Que Bob Dylan, con la mano en su conciencia, renuncie al premio. Eso demostraría ética, respeto al oficio del escritor y, sobre todo, hablaría bien de un galardonado que ni él mismo se cree que se merecía ese premio. Pero si la Academia busca convencernos del por qué un músico se merece eso, entonces nos deben muchos Nobel de Literatura-Musical a los latinoamericanos, comenzando por los clásicos compositores mexicanos que han creado unas letras que van más allá de la melodía que las canta. Un Nobel post morten para José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel, esos sí crearon letras que pueden catalogarse como obras maestras de la poética contemporánea. O un Simón Díaz en Venezuela, con su Caballo Viejo, la letra deja mayor significado que cualquiera de las canciones de Dylan…No hay excusa, hay tristeza, entregaron por entregar un premio, para mí, que llevo años abogando por el portugués un Antonio Lobo Antúnez, es un acto de traición y burla para todo el mundo literario.

Ahora bien, no se trata de desmerecer el trabajo de Dylan, se trata de colocarlo en su justo lugar, él tiene sus espacios para ser celebrado y galardonado, los escritores tenemos el nuestro. Sentimos que invadió un nicho que, a pesar de algunos desaciertos de la Academia Sueca, ha dado reconocimiento a buenos, malos y excelentes escritores, pero eran escritores y eso generaba polémica, pero se podía vivir con la esperanza de que el año inmediato rectificarían. Con el veredicto que le da a Dylan un cetro en el mundo escritural no da pie a tener esperanzas: el próximo Nobel es posible que se le otorgue al Oso Panda por motivar muchas películas y campañas de protección a las especies en peligro de extinción…

Dylan escribe, tomo la canción Blowin’ in the wind (Soplando en el viento), cosas así: “¿Cuántos caminos tiene que andar un hombre/ antes de que le llames hombre? / ¿Cuántos mares tiene que surcar la paloma blanca / antes de poder/ descansar en la arena? / Sí, ¿y cuánto tiempo tienen que volar / las balas de cañón/ antes de que sean prohibidas para siempre? / La respuesta, amigo mío, / está soplando en el viento, /la respuesta está soplando en el viento./Sí, ¿y/ cuánto tiempo tiene un hombre/ que mirar hacia arriba/ antes de que pueda ver el cielo?/ Sí, ¿y cuántos oídos tiene que tener un hombre/ para que pueda oír a la gente gritar?/ Sí, ¿y cuántas muertes se aceptarán,/ hasta que se sepa /que ya ha muerto demasiada gente?/ La respuesta, amigo mío,/ está soplando en el viento,/ la respuesta está soplando en el viento /Sí, ¿y cuántos años puede existir una montaña antes de ser bañada por el mar?/ Sí, ¿y cuántos años deben vivir algunos /antes de que se les conceda ser libres?/Sí, ¿y cuantas veces puede un hombre/ volver la cabeza / fingiendo no ver lo que ve? /La respuesta, amigo mío, / está soplando en el viento, /la respuesta está soplando en el viento”.

Ante lo leído, sin música de fondo, me queda: “La respuesta, amigo mío…”; contrastemos, sin música, esta canción de José Alfredo Jiménez, titulada “Cantinero”:   Cantinero que todo lo sabes/ he venido a pedirte un consejo/pero quiero que tú no me engañes/ no me digas que no eres parejo/ ya tome mil botellas contigo/ y me has dicho las cosas más crueles/ no me digas que no soy tu amigo/ y confiesa también que la quieres/ yo no voy a matarme por nadie/ yo mi vida la vivo borracho/ si me cambia por ti que bonito/ tomaremos los dos a lo macho/ cantinero que todo lo puedes/ no me tengas respeto ni miedo/ tú me das un balazo… si quieres/ yo aunque quiera pegarte no puedo/ se me doblan las/ piernas de sueño/ dame pues otra mugre botella/ pero dime que tú eres su dueño / y brindemos contentos por ella / yo no voy a matarme por nadie/ te la dejo, por/ dios te la dejo/ pero choca tu copa conmigo/ y me das o te doy un consejo”.

De esta letra me quedó el amor, la nostalgia, el dolor y el valor; incomparable, simplemente magistral. Si vamos a un análisis semántico de las letras y nos convertimos es expertos en atribuirle a lo delgado su condición elástica, entonces queda evidenciado que Dylan es un buen músico y José Alfredo Jiménez un gran poeta. Develado el misterio, se equivocó la Academia Sueca, estamos tristes en Latinoamérica.

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