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El saldo rojo

No se trata de nada nuevo, porque la hegemonía roja ha tenido al país en rojo, en contravía del desarrollo sustentable, en contracorriente de la democracia y la libertad, desde hace muchos años. De hecho, se podría argumentar que esa marcha hacia la destrucción de la viabilidad nacional empezó con la consagración de la demagogia constituyente y personalista, por allá en 1999. Pero en el presente, todos los males se han extremado, todos los aparentes bienes se están esfumando, y la hegemonía está luciendo como lo que siempre ha sido –un despotismo delirante y depredador– aunque 1.500 millardos de dólares ayudaran a disimularlo.

Y ojo, la bonanza petrolera del siglo XXI no ha terminado. Han bajado los precios petroleros, es cierto, pero el barril a 80 dólares es bastante más que el promedio de 15 dólares de la cesta petrolera venezolana en la última década del siglo XX, y ni hablar de los 10 ó 9 dólares a los que llegaron los precios globales en medio de la crisis financiera internacional de finales de siglo. Uno de los factores, por cierto, más decisivos para entender el curso de los acontecimientos políticos en aquel entonces, tal y como lo ha reconocido Bernard Mommer, ideólogo petrolero del Estado en estos tiempos, en su libro “Petróleo global y Estado nacional”, prologado por Alí Rodríguez Araque.

El meollo del asunto es que la hegemonía ya no puede financiarse. Quebró las finanzas públicas, buena parte de las privadas –sin incluir, claro está, las de la nomenklatura, cuya “prosperidad” es consecuencia del pillaje financiero y cambiario del sector público–, endeudó a la República y a Pdvsa hasta las correspondientes coronillas, desbarató la economía productiva nacional, esclavizó al país a las importaciones, exacerbó al máximo el rentismo petrolero, distorsionó gravemente todas las principales variables económico-sociales, y en suma malbarató la oportunidad de progreso más auspiciosa de nuestra historia económica. ¡Casi nada!

O casi todo lo que la negligencia y el dolo gubernativo podían hacer y deshacer para asolar al país con las mayores reservas petroleras del mundo, en medio del boom petrolero más prolongado y caudaloso de la historia. Además de los despachados petrodólares, tampoco la hegemonía cuenta con su habilidoso y comunicativo hegemón, sino con un sucesor que dista mucho de poseer las referidas capacidades persuasivas. Y encima, el poder se encuentra fracturado en corrientes o tribus, algunas de las cuales tienen el empoderamiento de los colectivos armados. Un panorama no precisamente auspicioso… Y un panorama que no despunta en el horizonte sino que está clavado en la realidad cotidiana del conjunto de los venezolanos.

Ante todo ello, los voceros de la hegemonía se empeñan en negar que en el país haya una verdadera crisis… Jaua dice que podría haberla si el precio del petróleo bajara de 60 dólares por barril… Maduro alega que la podría haber si el referido precio bajara a 40 dólares… Y Cabello sostiene que incluso con un precio de cero dólares, se podría hacer frente a la situación. Si esos planteamientos no son irresponsables, nada lo es. Y el auténtico precio de esa irresponsabilidad lo está pagando la población venezolana en términos de escasez, carestía, inseguridad, violencia y todo tipo de penurias individuales, familiares y colectivas. Ese es el saldo rojo de la hegemonía roja. Un saldo que ya no se puede esconder. Y que no se superará sino se ahondará mientras Venezuela siga como va.

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