El Estado Censal (y una nota liscaniana)
Días atrás, la actual ministra de la Mujer anunció como un importante logro el registro de más de un millón y tantos de personas en una plataforma que aspira a coordinar el trabajo de alrededor de 400 movimientos feministas del país. El trabajo tiene como expresa prioridad la de consolidar el socialismo bolivariano y fortalecer – ni siquiera crear – la economía productiva.
No hay promesa, programa o plan de esta década y media que no comience con el censo de sus potenciales beneficiarios, actividad ésta que sólo es capaz de empujar la maquinaria del Estado. Fueron inmensas las colas esperanzadas en las plazas públicas de los que creyeron que bastaba con registrarse para conseguir una vivienda a la vuelta de uno o dos años, como ha ocurrido en el resto de las llamadas misiones.
Una y otra vez, el Estado no sólo anota la data personal del aspirante a sus favores, sino que acopia y embala los documentos que dan soporte a su petición. Nos asombra que, tras la acumulación de una gigantesca data, aparentemente desconozca quiénes somos los venezolanos, qué necesitamos y aspiramos, a qué estamos dispuestos, cuáles actitudes albergamos u otros aspectos para los cuales invierte inmensas cantidades de dinero a objeto de precisarlas, como los seguimientos de (contra) inteligencia o los estudios de opinión.
Demagógicamente, la aludida registraduría gubernamental que, por cierto, no ha de confundirse con las actividades y formalidades registrales que llevan el sello del gobierno cubano, se ofrece como una gran conquista, cuando son muchos los años de espera por un beneficio incumplido millones de veces. La única y clara razón para la acostumbrada inscripción en las misiones, apunta a una terrible realidad: los recursos no alcanzan para todos. Y, por consiguiente, confundido con el Estado, el Partido renueva la inscripción de los militantes en cada departamento, rifando – a lo sumo – todas las posibilidades y disponibilidades entre los más fieles u obsecuentes.
@LuisBarraganJ