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Educación… con hambre

En mundo vacunado contra la impertinencia de ciertos muros que pretenden confinar voluntades, tiendo a pensar que “conocimiento” e “imposición” son términos que se han enemistado. Eso, a contrapelo de la dinámica de la educación tradicional que bien describe Emile Durkheim (para quien el sistema educativo es “instrumento de dominación de las almas”) tan afecta a la coerción como forzosa vía de socialización y transmisión de cultura: esa letra que entra con sangre. Al contrario, la promoción de la participación constructiva y liberadora del individuo en el proceso de asimilación de normas, valores y producción de ideas, tal vez sea vía que mejor se adapta a los elásticos retos que el futuro nos impone. En Latinoamérica, por ejemplo, el agotamiento de materias primas, el aumento de la desigualdad y el resurgimiento de tensiones sociales frente al cuadro de desaceleración del crecimiento en 2015, hace que el sondeo de alternativas ligadas a la inversión en educación e innovación tecnológica adquiera especial relevancia. Sobre el tema, precisamente –Educación, Cultura e Innovación- versaron las discusiones de la reciente XXIV Cumbre Iberoamericana (que cerró con las ruidosas ausencias de los presidentes de Argentina, Brasil, Cuba y Venezuela). “Hay que abrirse al mundo”, señaló el presidente de Costa Rica e historiador, Luis Guillermo Solís: “Una nueva educación también supone que el educador ya no sea sólo un maestro o maestra, sino que se conviertan en pedagogos que inspiren«. En tónica afín, la presidente del Banco Santander, Ana Patricia Botín, pronostica: “No serán los recursos naturales los que decidan el futuro iberoamericano, sino el capital humano”.

Hablar de capital humano en educación apunta especialmente hacia la formación de formadores: sin el avío de un tren de docentes calificados y suficientes para responder al envión de esa revolución tecnológica que amenaza con embestir a los distraídos, será muy difícil para un país insertarse en la cada vez más urgente vorágine del intercambio mundial. Tal vez esa palmaria certeza alentó la intervención del Vicepresidente Jorge Arreaza, cuando en dicho foro aludió al tema de la fuga de talento: “Queremos poner una alerta sobre la movilidad. En Venezuela no sólo sufrimos la fuga de cerebros, también sufrimos el robo de cerebros”, aseguró, indicando no sin cierto reproche que esos talentos se formaron con recursos públicos, “con divisas del pueblo venezolano, y luego se quedaron en el exterior”. Como colofón, advirtió que cualquier estrategia de movilidad debe estar “muy bien regulada” para garantizar que esos profesionales “no se queden amparados” en otros países.

La recomendación –alineada con la lógica del control que impulsan los sistemas de planificación centralizada – parece sugerir que para exorcizar la diáspora, bastará con regular (¿prohibir?) la migración “injustificada”… bueno. Quizás la expresión de angustia se explica ante un vasto paisaje de ausencias: según estudio del profesor de la UPEL, Robert Rodríguez, el área de docencia de bachillerato tiene un déficit de al menos 264.118 especialistas; así mismo, la Asociación de Profesores de la UCV reportó la renuncia de 825 profesores en el último año, y el Vice-rectorado académico de la USB habla del retiro de 370 docentes desde enero 2005 hasta abril 2014. Pero es justo preguntarse si limitar la salida de ese capital humano, si impedir mediante acuerdos su desempeño profesional en el exterior o su libre circulación en el territorio bastará para resolver el asunto. ¿No sería más prudente atender las razones de ese éxodo? ¿O es que acaso es un secreto la impúdica precariedad del salario de los docentes en Venezuela?

Lo irónico es que la mayor cuota del dividendo de ese “robo de cerebros” no la capitaliza EEUU, sino Latinoamérica. ¿Razón? Simple: remuneración. Según datos de la Federación Venezolana de Maestros, y en penoso contraste con el sueldo de docentes en nuestro país (bs. 5.556 mensuales para docente I, y bs. 8.235 para docente VI) el pago ofrecido a maestros en Colombia es de $500 mensuales; Perú, $445; Chile, $680; México, $1.328, y Argentina, $1.375. En el muy visible caso del Ecuador (donde se desarrollan iniciativas como el proyecto Prometeo) la remuneración varía según el cargo, desde $817 a 1.676 si es docente, a $2.450 si es director de plantel. Para profesores universitarios, el eco es similar: un titular puede ganar en Venezuela unos $769, comparados con los $4.500 mensuales que el mismo cargo percibe en Brasil, $4.300 en Argentina, $4000 en Colombia y $2700 en México. En esas condiciones, ¿es justo hablar de “robo” si la restricción local impone decisiones de legítima supervivencia?

Ante el cuestionamiento de Arreaza (“¿Es esa educación en que invertimos la que necesitan nuestros pueblos para liberarse?”) cabe replicar: ¿podrá un educador (con la quincena más exigua del continente) pregonar moral y luces, cuando su conocimiento es sometido a las mezquinas imposiciones del hambre?

@mibelis

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