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¿Dónde estamos parados?

Nunca la desesperación fue aliada de la coherencia, tampoco lo es hoy. Si algo falta en el escenario político es cierta lógica que permita hilvanar los hechos que a diario conmocionan al pueblo. Nada cierra, siempre hay algo discordante que no permite sacar conclusiones certeras ni obtener respuestas. 

Lo razonable no es vivir de escándalo en escándalo, sin embargo así sucede en la Argentina, a  tal punto que asuntos nimios se convierten en materia de debate estéril, perdiendo un tiempo que no se tiene. Es como si nos creyésemos inmortales, y quizás algo de eso hay. ¿Acaso no se llegó a hablar de Cristina eterna? La dirigencia es un emergente de la sociedad, un reflejo de sus virtudes y defectos, guste o no reconocerlo.

Todo puede esperar. Así hemos llegado a concebir únicamente sueños de país para los que han de venir. Nadie se detiene a preguntar: ¿en qué Argentina estamos viviendo o en cuál queremos vivir?  Por el contrario, la pregunta mancomunada apunta a dilucidar ¿qué país le dejaremos a nuestros hijos y nietos? Es como si nosotros ya no existiéramos. Pero estamos acá. La subestimación de las autoridades políticas derivó en la propia subestimación, un horror…

No lo concibieron así nuestros abuelos. Forjaron un país para sacarle ellos un sano provecho, para vivir bien. Estaban convencidos que el esfuerzo y el trabajo eran las herramientas básicas para lograrlo, y no las soltaron. Hoy, las cosas han cambiado. Se esfuerzan y trabajan los de abajo, y aún así no tienen garantía alguna de poder alcanzar una mejor calidad de vida en el corto o mediano plazo. La clase media es el jamón del medio, imposibilitada de avanzar, negada a retroceder.  Sin eufemismos, consciente o no, está paralizada desde hace años. Mira cuanto pasa sin cuestionarse un ápice. El tiempo, único recurso no renovable, se malgasta de manera inexplicable. Hay que dejar para mañana lo que puede hacerse hoy. Hasta el orden del refrán lo acomodamos a conveniencia de lo que se nos ha inculcado en estos últimos años. Es el ejemplo que nos viene desde arriba. La cultura del “parche” se ha institucionalizado.

Parches en lo material, parches en lo espiritual. Como nunca antes se ven autos con para-golpes sujetos con alambres, vidrios reemplazados por bolsas plásticas, celulares con pantallas partidas arreglados con vendas y curitas… Al unísono, afloran por doquier las ferias americanas donde comprar ropa usada. Nada malo claro, pero cuando son tantas las que se abren semana a semana, el fenómeno se explica con algo más que una simple moda de temporada.  Y no faltan las carencias afectivas emparchadas también con adicciones y fantasmas.

Las cosas no se soluciona en tiempo y forma. No hay diálogo. Monologamos creyendo ser remitentes que tienen frente de sí destinatarios. Si pensamos en la justicia, la situación se agrava porque “el tiempo que pasa es la verdad que huye”. ¡Y cuán cansados de huidas estamos!

En doce años no ha habido un cambio real, si se entiende por cambio el paso de un régimen de ambiciones personales e intereses sectoriales, a uno donde se implementen políticas de Estado con miras al bienestar de la gente.

Aunque lo parezca, no hay hechos aislados, un hilo conductor muestra de qué manera, todo lo que acontece hoy, es consecuencia directa, resultado intrínseco de una década de maquillaje y relato. La concepción bélica que el kirchnerismo le diera a la política derivó en esto que está sucediendo: el vivir en la cultura de lo efímero y lo improvisado. Lástima que lo que creemos provisorio termina eternizándose. Basta recordar las leyes de emergencia económica, o el impuesto al cheque. Eran meramente coyunturales. Eran…Sin embargo, están aquí conviviendo a nuestro lado.

La jefe de Estado no se cansa se declamar que nunca  se estuvo mejor en Argentina. ¿Para qué entonces emergencias en una panacea? Y no es la cadena del desánimo, ni el Partido Judicial, ni la oposición, ni los cipayos quienes refutan sus palabras. Es la realidad que ya no admite ser disimulada.

Entre tanto, de parche en parche, nos encontramos con muertes enigmáticas, sospechas que no dejan a nadie afuera, escepticismo extremo, poderes del Estado confundidos entre ellos, descalificaciones, y todo convertido en una contienda, en un River-Boca disputando un súper clásico. La paz es apenas un deseo sin materializar de los ciudadanos. 

La sociedad está partida, quebrada. Se está de un lado o se está del otro. No se admiten matices, es negro o es blanco. De ese modo se vive al límite, y aquí está quizás la única coincidencia que existe entre ambos bandos.

El gobierno ha llegado a ese limite un sinfín de veces, pero nunca como ahora había traspasado los derechos más básicos del ser humano. La muerte es sagrada, lo que no es lo mismo a decir que los muertos son santos. No es un nuevo paradigma, podemos remontarnos a tiempos de Sófocles, y leer en la tragedia de “Antígona”, el respeto que debe darse a los muertos sin que importe su pasado o qué han hecho. Sobra literatura al respecto.

Saint Exupery decía que “de los muertos debe hacerse muertos, de nada sirve tratar de reinventarlos“.Y es justamente su ausencia la que merece consideración, silencio. La Presidente y sus funcionarios optaron por desconocer esto. A Alberto Nisman lo han convertido en un asunto político. Toda su humanidad ha sido despojada por la irreverencia y la inmoralidad. No consideran siquiera que hay una madre y dos hijas detrás. Eso no cuenta. La batalla política todo lo justifica. Los limites ya no existen. Y tampoco existen del otro lado. Es decir, la gente no está dispuesta a respetar normas básicas de convivencia  y eso no augura bienaventuranzas, por el contrario. Durante doce años el ejemplo, la referencia fue siniestra. Se mamó lo que se vio, más aún si algún “veranito” económico permitió respirar un poco, y dejamos que se nos maneje como robots.

Si Cristina que llegó a Presidente, grita, insulta y descalifica, ¿por qué no hacerlo yo? De moral y ética ya no se habla ni en la escuela. El modelo “exitoso” se sustenta en el maltrato, en la mentira, en lo falso, en las hordas de jóvenes acarreados hasta el patio de las Palmeras de Balcarce 50 para que amenacen con cánticos a quienes no comparten ideas.

El ejemplo predica, y ha predicado lo obsceno y lo grotesco sin descaro. La Argentina de los Kirchner enarboló una consigna perversa: ¡Arriba la masa! ¡El individuo abajo! Nadie considera que pueda por si solo, hacer algo que coopere a modificar esta ignominia. Necesitan convocatorias, multitudinarias movilizaciones. No es que esté mal que así sea, pero la unión fáctica puede darse cada tanto, y al país debe modificárselo en lo cotidiano, minuto a minuto, sin descanso. Desde un quirófano, desde un aula, desde un negocio, desde un micrófono, desde tribunales, desde cada punto cardinal hay que lograr superar el mal ejemplo que se instauró casi como política de Estado. Si acaso Cristina molesta con su tono elevado y su mentira sistemática, evitemos que esto suceda en el ámbito donde interactúamos.

Lo que sigue es harto conocido. La campaña, esa que nada le aporta a Doña Rosa ciudadana. Los discursos políticamente correctos, las fotos con los dientes más blancos… No, no vamos a sorprendernos, vamos a volver a perder tiempo. Todos nos ofrecen lo contrario a aquello que nos causó hartazgo. Es cierto que presentar plataformas electorales no sirve demasiado porque sumidos en la cultura de lo banal, no hay ganas para estudiar las bases, y lo que hay detrás. Para quejarnos luego, siempre estamos dispuestos.

La pregunta entonces es: ¿Cómo se votará? ¿Alcanza con que no griten y prometan discursos más cortos sin abuso de la cadena nacional? No, sin duda no. La sociedad votará otra vez al menos malo; algunos convencidos de haber encontrado la alternativa que antes no se veía, otros tratando de no perder la esperanza porque es la única posesión que tenemos aún no gravada con impuestos. Mientras estamos en esa disyuntiva, – descartando aquello que se sabe no es distinto al kirchnerismo aunque se venda como lo “renovado”-, desde Balcarce 50 seguirán tratando de imponer la agenda y escribir la portada de los diarios.

No es extraño que hayamos amanecido debatiendo qué hacía Marcelo Tinelli reunido con Máximo… O si Nisman viajó o no a Cancún en compañía, o si frecuentaba una o más chicas. Todavía no se sabe a ciencia cierta como murió. Quizás sí se lo sepa por deducción, pero nadie comprende la demora en conocer con rigor cómo fueron los hechos. Es más, pocos confían algún día en saberlo.  

Estamos observando como el kirchnerismo implosiona por su propia incapacidad para resolver aquello que él mismo ha provocado. No hubo palos en la rueda, la oposición le sirvió el gobierno en bandeja. Ambos parecían estar emulando a la fábula de la liebre y la tortuga. Pero cuidado: a veces el más rápido puede tropezar con algún obstáculo.

La soledad en la Casa Rosada acosa tanto como la agonía del relato. Al ver el fracaso por remontar un guión agotado, vuelven al pasado. El futuro es un término que les está vedado. Entonces, sacan de la galera el tema Papel Prensa. Un modo de echar leña al fuego que hay entre jueces, fiscales y gobierno. Nada que coopere a solucionar los problemas de la gente. Venganza, no hay otra palabra.

Pero no dará  resultado. Véase que ni el mote de maricón, ni el de mujeriego, ni el de borracho sirvieron para que la imagen de Alberto Nisman generase rechazo en la ciudadanía. Por el contrario, cuánto más esfuerzo hace el gobierno por imponer la idea del suicidio, aumenta el porcentaje de aquellos que apuestan a un asesinato. Lo mismo sucederá con Héctor Magnetto, Bartolomé Mitre y Ernestina Herrero de Noble. A tal punto se nos subestima que creen que una citación judicial a ellos, nos hará olvidar que van por todo, hasta por los muertos. 

No le demos el gusto, por una vez al menos…

Fuente: http://www.perspectivaspoliticas.info/

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