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De la iconicidad al simbolismo

Hablábamos en el último artículo del paso de lo icónico a lo simbólico. Pero una cosa es lo icónico, y otra la iconicidad, así como una cosa es el símbolo y otra el simbolismo. Un ejemplo clarifica lo icónico y la iconicidad. Pensemos en la representación audiovisual de un caballo. Corre por un prado, su crin ondea al viento, se escuchan sus patas rítmicamente. Ahora, pasemos a un dibujo de un niño de 3 años de un caballo. Es un garabato que nos acerca a su concepto de caballo en la medida que nos lo identifica, nos dice “es un caballo”.

Las dos son iconos. El primero de los ejemplos tiene una mayor iconicidad que el otro. Nos sirve para elevarlo a un nivel de sustitución icónica por el propio objeto representado (en un ámbito social amplio). El segundo, a pesar de no tener la misma capacidad icónica, también tiene una relación de iconicidad con la expresión que da el niño a su dibujo “un caballo”. Esa expresión le da la relación de iconicidad necesaria para que sea dicente, lo mismo que ocurre con el audiovisual del caballo.

Políticos y empresarios deben tener en cuenta la iconicidad de aquellos elementos sígnicos que acompañan a sus actos. No se tratan las comunicaciones de adecuarse al gusto o la ideología de quien lleve adelante las gestiones de un ente público o privado, sino de atinar con los mensajes de acuerdo a un imaginario, a un uso de los signos como base para una buena comunicación.

En consecuencia, suprimir o modificar iconos dándoles una iconicidad diferente puede ser un bumerán para quienes ejercen la comunicación en un momento determinado.

Ahora. ¿Qué pasa con los simbolismos? Ocurre que al tratarse sin el debido respeto a la iconicidad que representan emergen fortalecidos en aquellos que lo consideraban valioso y, es más, se convierten entonces en objeto de veneración por la propia ausencia icónica, se crea el simbolismo sobre la ausencia icónica, lo que le da fuerza al argumento por la propia falencia.

En consecuencia, el paso de la iconicidad al simbolismo es un trasvase de relaciones de semiosis (el signo se multiplica en relaciones con otros signos en la mente del propio espectador sin control por parte del emisor) que, al tratarse de un modo alegre, desvían los cometidos de comunicación, posicionamiento e imaginario bien hacia la iconicidad perdida o, por el contrario, hacia el vacío del icono.

Peligrosas acciones de comunicación la sustitución o eliminación de iconos. La potencia simbólica del icono se multiplica cuando el icono tiene una relación de iconicidad determinada, ergo, del simbolismo que puede adoptar.

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