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Chikungunya y política

La opinión pública venezolana se encuentra conmovida por el avance del virus del chikungunya, hecho del cual, siendo conservadores, se estiman más de cuarenta mil casos, aunque otras proyecciones los sitúan en cifras muy superiores.

Desde esta tribuna, tenemos otra preocupación al respecto, y supera la del avance de la enfermedad, porque nos está distrayendo de luchar contra el verdadero enemigo. Nos referimos al enfrentamiento netamente político que ha detonado tras esta situación. El asunto es que, mientras las cifras están escalando montos alarmantes, se ha desatado una polémica de opinión pública en la cual el Gobierno intenta minimizar el impacto de lo que está sucediendo, mientras otros insisten en subrayar lo delicado de la situación.

El momento que vivimos, demanda de nuestra parte foco en el verdadero problema. Todos los voceros autorizados deben centrarse en educar a la población de manera preventiva, que parece ser hasta ahora la única manera de enfrentar la dolencia. Son momentos como este los que demuestran, en forma meridianamente clara, la esterilidad de los enfrentamientos basados en posiciones políticas, los cuales no hacen avanzar en pro de solucionar las situaciones y, por el contrario, las estancan y las complican.

Todo esto, siempre enfocando el deber del quehacer político como un arte dirigido a conseguir el supremo bienestar de las colectividades, enfocado en la convivencia de distintos matices para el bien común.

El Ejecutivo tiene por delante una enorme tarea sanitaria para, más allá de ponerse a la defensiva y cazar peleas, dedicarse a dar una batalla que, en estos momentos, parece ser la más decisiva para el bienestar de los venezolanos: la de la salud.

Estamos seguros que del lado de los especialistas en el tema hay la mejor voluntad para trabajar hombro a hombro con las autoridades gubernamentales en pro de minimizar el impacto de esta coyuntura de salud; pero dichos profesionales no pueden ser criminalizados ni señalados por ofrecer a la colectividad la percepción de la situación que obtienen a través de sus conocimientos. La táctica de «matar al mensajero» no soluciona el problema; y si lo que busca es atajar la bola de nieve de la opinión pública, hay que acotar que usualmente logra el efecto contrario.

En casos como el que vivimos no hay alternativa: todos los factores de la sociedad deben sentarse y ponerse de acuerdo para enfrentar conjuntamente la situación. El diálogo no es opcional. Urge un pronunciamiento en el cual se trace ante la opinión pública un plan de acción incluyente, que convoque a quienes saben del tema, que incorpore a gobiernos regionales y locales de cualquier color político, que eduque a la ciudadanía y la incorpore a esta lucha, especialmente de forma preventiva, ya que esa es la manera correcta de enfrentar este tipo de males.

El enfrentamiento siempre resulta estéril, pero lo es particularmente en estos momentos, cuando las energías deben canalizarse hacia un objetivo común. La política, como muchas armas, tiene dos filos. Es imperativo utilizarla para el bien común y postergar las diferencias. Es una gran ocasión para reivindicar este oficio.

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