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Charlie Hebdo y la ideología del multiculturalismo

El criminal atentado en la sede del semanario satírico parisino, Charlie Hebdo, en el que fueron asesinadas 12 personas, incluyendo a su director y a caricaturistas principales, ha tenido una repercusión global que podría, al menos, revisarse en tres grandes temas o dimensiones. El de la violencia que proviene del fundamentalismo islámico, en este caso de Al Qaeda, en contra de medios de comunicación en países donde se reconocen y aseguran amplias libertades civiles y políticas, como Francia. El tema del proyecto multicultural como ideología de conformación nacional en las llamadas democracias avanzadas, y su compleja o conflictiva relación con sectores de la “multiculturalidad” que se colocan a contravía del sistema de pensamiento social y político que sustenta el estado de derecho. Y desde luego, el tema de la libertad de expresión y sus alcances o limitaciones en una sociedad de tradición democrática. Hay muchos otros asuntos que han saltado a la palestra por el atentado a Charlie Hebdo, pero estas líneas pretenden revisar, muy someramente, los tres señalados.

La brutal agresión del 7 de enero de 2015, perpetrada por un comando francés de Al Qaeda ha suscitado una condena general en Francia, Europa y la mayor parte del mundo, comenzando por América Latina. La condena ha sido, principalmente, de manera absoluta: condena y punto final; pero también se han producido condenas con matices que tienen un origen en la partisanía política o en la dinámica electoral o en las especificidades del debate público sobre la política de inmigración, quizá una de las cuestiones cruciales de la realidad europea del presente. Por otra parte, la condena del atentado por parte de autoridades religiosas, tanto cristianas, como judías, como también islámicas, en algunos casos, no ha dejado de mencionar el sentido de respeto por lo sagrado que, de acuerdo con el orden jurídico europeo, forma parte del sistema de derechos y garantías.

Inmediatamente después de los hechos, por ejemplo, el papa Francisco manifestó lo siguiente: “Cualquiera pueda ser la motivación, la violencia homicida es abominable, nunca es justificable, la vida y la dignidad de todos deben ser garantizadas y tuteladas con decisión, cualquier instigación al odio debe ser rechazada, el respeto del otro debe ser cultivado”. La impresionante movilización de la opinión pública global en contra del atentado a Charlie Hebdo es un motivo de esperanza en la capacidad de reacción ante la violencia política de naturaleza terrorista. Pero no lo es tanto, que situaciones de continuado terrorismo de invocación islámica, como las llevadas a cabo por Boko Haram en Nigeria, con miles de víctimas por el hecho de profesar la religión católica, apenas reciban una consideración secundaria en esa misma opinión pública y publicada. La matanza de Baga tuvo lugar el mismo día del atentado a Charlie Hebdo. Muy pocos saben que se trató de una atrocidad que masacró a más de 2 mil personas. Es de justicia y valentía el ya célebre “yo soy Charlie”, pero estaría incompleto sin el “yo soy Baga”, o el “yo soy Mosul”, o el yo soy y estoy –con intensidad y compromiso– con todos los que están sufriendo la forma más notoria y cruenta de persecución terrorista del presente: la persecución por causa de la identidad y la fe cristiana.

La amenaza del terrorismo político de justificación fundamentalista-islámica, ha sido y es considerada extensivamente en todo el mundo y naturalmente en el mundo del poder, y en este sentido debe destacarse el ensayo “The Way Ahead”, o “El camino por delante”, recién publicado por Tony Blair, ex–primer ministro laborista de Gran Bretaña, quien conoce la temática no sólo por su amplia experiencia de gobierno, sino porque ésa ha sido una dedicación importante de su vida profesional, luego de Downing Street. En dicho ensayo, Blair aspira a presentar una estrategia integral para encarar el extremismo de corte islámico y sus consecuencias en Occidente y otras importantes regiones.

Manuel Valls, actual primer ministro socialista de Francia, acaba de declarar sobre la existencia de un apartheid territorial, social y étnico en su país, el cual pondría en evidencia el fracaso de la integración francesa y su descomposición en segregaciones diversas o guetos, fuente de tensiones, violencia y disgregación. Tiene razón, pero se queda corto de pronunciar una palabra-concepto, suerte de mantra de la posmodernidad, caballito de batalla de buena parte del radicalismo relativista, en la creencia que se trata de una etapa que perfecciona a la democracia progresista. Me refiero, claro está, al “multiculturalismo”. Giovanni Sartori tiene apreciaciones esclarecidas al respecto: “El multiculturalismo va en sentido contrario a la diversidad que produce integración. En vez de promover una diversidad integradora, promueve una identidad separada de cada grupo y a menudo la crea, la inventa, la fomenta” (me permitiría agregar, la mercadea).

Según Sartori: “El resultado es una sociedad de compartimentos estancos e incluso hostiles, cuyos grupos están muy identificados consigo mismos, y por tanto no tienen ni deseo ni capacidad de integración. El multiculturalismo no supera el pluralismo, lo destruye” (La democracia en treinta lecciones, Taurus, 2008). ¿Puede dudarse que los jóvenes jihadistas franceses que concibieron y ejecutaron el atentado de Charlie Hebdo, provienen de ese multiculturalismo real, efectivo, desintegrador? El primer ministro Valls seguramente respondería que no hay duda de que ello sea así. El problema es que en muchos ámbitos influyentes, sobre todo en la academia y la massmedia, el multiculturalismo no es un mero proyecto o estrategia político-nacional sino una verdadera ideología o una parte sustancial de la ideología que quiere imponer una uniformidad ficticia que aplane las realidades y tradiciones de la historia. En ese sentido, el multiculturalismo ideológico es inseparable del fundamentalismo relativista. Si a ello se le suman las condiciones de injusticia social y económica que suelen acompañar al multiculturalismo como experiencia, no como ideología, entonces las consecuencias son muy complejas y conflictivas.

Puede acaso ser compatible un segmento del multiculturalismo cuyo fundamento sustancial es la sharía o ley islámica, incluso en interpretaciones extremistas, con un entendimiento y praxis de soberanía laicista, en el que medios como Charlie Hebdo, por ejercer la sátira anti-religiosa, son considerados como símbolos de libertad y de humanismo. Es evidente que no. No es compatible uno con el otro. Y esa incompatibilidad no es una especulación. La tragedia del 7 de enero lo demuestra una vez más, porque muchas otras lo han demostrado antes. Hay que luchar contra esa violencia y hay que superarla, pero el “multiculturalismo ideológico” no parece ser el camino indicado.

Cierto que el fundamentalismo religioso, de cualquier signo o confesión, es una amenaza para la convivencia democrática. Pero el fundamentalismo anti-religioso, también lo puede ser. En algunos países, las fronteras entre una tolerancia cada vez más exigente y la intolerancia propiamente dicha, se pueden confundir. Y ello se expresa en el campo de las libertades ciudadanas y, especialmente, en el de la libertad de expresión. Vale la pena recordar que la Constitución venezolana de 1999, por no ir lejos, establece limitaciones específicas y expresas al derecho de la libertad de expresión, al declarar en el artículo 57, lo siguiente: “No se permite el anonimato, ni la propaganda de guerra, ni los mensajes discriminatorios, ni los que promuevan la intolerancia religiosa” (subrayado mío). El Convenio Europeo de Derechos Humanos y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, no consagran un régimen sin limitaciones en cuanto a la libertad de expresión, y las mismas suelen ser precisadas para garantizar bienes jurídicos como la prevención del delito o la protección de derechos ajenos, entre otros bienes, incluyendo los que son objeto o motivo de veneración religiosa.

El principio general no debe afectar el derecho a expresar puntos de vista que sean hostiles a la religión –lo que es un signo característico de una gran porción del periodismo informativo y opinático en Europa y máxime en Francia o España–, sino a una manera injustificada y ofensiva de hacerlo, más para causar agravio o para injuriar, que para afirmar o contradecir una posición o una creencia. En todo caso, en países donde el estado de derecho funciona, esos derechos pueden satisfacerse por la vía jurisdiccional, aunque ciertas presiones culturales o del pensamiento predominante lo hagan difícil.

La República Francesa está constituida sobre tres principios históricos: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por lo general tenemos más presentes a los dos primeros, la libertad y la igualdad, que al tercero, la fraternidad. Y no debería ser así, porque son principios concurrentes para la constitución de la República. No hay verdadera libertad ni igualdad, sin fraternidad. Y la fraternidad es la amistad y el afecto entre hermanos o entre los que se tratan como tales. Un principio es un ideal, pero también es un camino concreto para el desarrollo de la vida personal, familiar, comunitaria y también nacional. La ideología del multiculturalismo, sobre todo en sus expresiones casi inflexibles, al destruir el pluralismo integrador, también hace imposible a la fraternidad, y si ello es así, entonces, ¿dónde queda la libertad y la igualdad? Acaso quedan en el reguero de sangre del atentado de Charlie Hebdo. No. Eso no puede ser. La convivencia democrática, plural, libre, igualitaria y fraterna –no olvidemos, fraterna—es el fundamento de la paz, y es, en términos históricos, una manera insustituible de luchar contra los fundamentalismos viejos y nuevos, y en particular contra los que apelan a la violencia vengativa y al terrorismo.

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