Entretenimiento

NARCOCHIC – NARCOCHOC exposición artística de MexicoMuseo de Artes Modestas de Sète (Francia)

Presumen mexicanos arte «NARCOCHIC»
Bertha Wario

La cultura del narcotráfico mexicano extenderá sus tentáculos hasta Francia… en forma de arte.

Una exposición políticamente incorrecta en México, pero atractiva en Europa, será expuesta en Francia por artistas mexicanos con el título «Narcochic/Narcochoc».

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El proyecto, generado por el curador regiomontano Marco Granados, se presentará a partir del jueves 29 en el Musèe International des Arts Modestes, ubicado en Sète, población del sur de Francia.

Integrada por una treintena de obras, la muestra aborda, con un aroma tan festivo como trágico, el aspecto estético y antiestético de este fenómeno social, comentó el también museógrafo, antes de viajar a Francia para armar la exhibición.

«Vamos a incluir cine, música, indumentaria, imágenes de arquitectura, todo lo que conlleva el fenómeno de esta estética, que es muy identificable», dijo.

Entre los artistas participantes figuran Teresa Margolles, quien presenta tarjetas para picar cocaína con imágenes de muertos por sobredosis; así como Francisco Larios, sonorense de origen y avecindado en Monterrey, autor de un proyecto digital de una capilla de Malverde, patrono de los narcotraficantes.

También están los sinaloenses María Romero y Luis Romero y los hermanos Einar y Jamex de la Torre, entre otros.

Reportajes en prensa y televisión sobre el narcotráfico, así como películas y videos de los Tigres del Norte, y otros intérpretes del narcocorrido, aderezan la muestra, en la cual se hará una recreación de la capilla dedicada a Malverde que existe en Culiacán.

«La exposición se presenta en Francia, obviamente, porque en México difícilmente podría funcionar en el mismo sentido. Lo que ellos van a leer, y estoy seguro que les va a encantar, es esta parte de lo colorido, de lo kitsch del asunto», comentó Granados.

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La posibilidad de presentar esta expo en tierra azteca es casi nula, agregó, resulta mucho más creíble la idea de que visite otras localidades europeas cuando termine su estancia en Francia.

«Hay que ser sensatos para saber que no es una exposición políticamente correcta. Me parece que desde ese punto de vista no sería algo muy grato de ver en México».

Un extraño recorrido
Ana Elena Mallet

Después de casi tres meses de llamadas infructuosas y de interminables cartas, el fotógrafo Carlos Ranc y yo fuimos recibidos en el séptimo piso de la Secretaría de Defensa de la ciudad de México, por una inesperada comitiva: el Coronel de Artillería Diplomado del estado mayor presidencial, Francisco Aguilar Hernández, quien es Director General de Comunicación Social de la SEDENA, el capitán Víctor Manuel Jiménez, un par de militares de rango medio y una escolta de tres soldados. Habíamos logrado por fin ingresar al así llamado Museo de los Enervantes, espacio cerrado al público, que tiene 15 años de existencia, y cuyo objetivo es explicar a los cadetes de nuevo ingreso los alcances del narcotráfico en México, el modus operandi de los traficantes y los efectos perniciosos que esta práctica ocasiona en nuestra sociedad. Una cámara de video registraba cada uno de nuestros movimientos y grababa nuestras preguntas y comentarios; dos soldados nos acompañaron durante el recorrido.

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Después de una breve introducción teórica y técnica, en la que se nos informó que en México hay tres operativos vigentes: Operación Cóndor en Chihuahua, Marte en Durango y Tarea Azteca en Sinaloa, comenzamos la visita que habría de durar tres horas. Vitrinas, dioramas caseros e infinidad de objetos encontrados durante las redadas fueron los recursos utilizados para el montaje y la museografía, debidas al capitán Víctor Manuel Jiménez. Todo el material que allí se exhibe es real, incluída la droga en sus distintas modalidades. El registro fotográfico es un recurso bastante socorrido como elemento museográfico; fotos montadas en bastidor y plastificadas muestran la destrucción de pistas clandestinas o los gigantescos aviones de desecho encontrados en el desierto de Sonora, en Sombrerete y en Baja California. Las reproducciones son escasas. Una de las vitrinas muestra las notas anónimas de campesinos que cuidan y trabajan los plantíos –una suerte de amenaza o soborno, en aras de que se les permita cultivar y cosechar sus matas de mariguana. También se erigió en el propio museo un altar a Jesús Malverde, el santo de los narcotraficantes, cuya leyenda lo sitúa como una especie de benefactor de los pobres. Nacido en Sinaloa, Malverde, según reza la cédula, fue ahorcado en 1909

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En exhibición también es posible ver una enorme puerta de madera maciza –hallada en Mazatlán, en casa de los Lizárraga– y tallada con la silueta de un “narco” que porta una AK47. Una ambientación muestra el cultivo de mariguana en invernaderos. Los promotores de este sistema –costoso, aunque al parecer muy eficiente– se dice fueron los Arellano Félix. Las semillas, procedentes de Holanda o Colombia, se siembran en un ambiente propicio y se riegan con un sistema de origen israelí por computadora. El secado, por medio de lámparas, sirve para acelerar el proceso.

En un pasillo enorme se exhiben los distintos aparatos –tanto prensas como precursores químicos – y los diferentes métodos para procesar la droga: mariguana, amapola (que a su vez se convierte en goma de opio, luego en morfina, hasta llegar a la heroína a través de procedimientos muy depurados). Los granos de amapola mexicanos son marrones, como los del café, mientras que los colombianos son blancos.

(%=Image(3990857,»R»)%) En una estantería bastante rústica se puede observar la tecnología –cara y sofisticada– usada por los narcos para sus operaciones, desde celulares con distintas frecuencias hasta radares y radios de onda corta. Una serie de vitrinas en forma piramidal con un fondo de fieltro verde aloja las distintas armas que se han encontrado en poder de los narcotraficantes: Ak47 o cuernos de chivo, de fabricación rusa, israelí o norteamericana, las atesoradas Lin hua, armas de edición limitada, que en ocasiones son decoradas por sus dueños, armas de fabricación casera, pistolas Colt AR15, fusiles automáticos barret. También es posible ver, en una de las vitrinas, una Colt realizada en oro y esmeraldas, que perteneció al Güero Palma. El maniquí de un niño sosteniendo una bicicleta, sirve para advertirnos, por medio de una cédula explicativa, que algunos de ellos son utilizados para transportar la droga de un lado a otro de la frontera en las llantas o en calcomanías con ácido licérgico. Una serie de fotografías muestra cómo la droga es introducida al organismo –nalgas, senos o estómago– por medio de una operación quirúrgica, y cómo para llegar a su destinatario es necesario una nueva intervención. La mayor parte de estas iniciativas comportan un alto riesgo y acaban siendo infructuosas. Las fotos de una mujer que traía la droga en su cuerpo narran cómo murió de una sobredósis. El bisturí abre la piel y la droga es extraída en bolsas de plástico. En Colombia también se utilizan mulas a las que les ponen la droga dentro y así es transportada. Otra vitrina más muestra las distintas formas que adquieren los estupefacientes en la vida cotidiana: donas con semilla de amapola (en lugar de azúcar), quesadillas y pasteles. También se exhiben unas piezas de alfarería, de reciente adquisición, que son fabricadas especialmente para esconder la droga. Por último, nos detuvimos frente a una imagen sorprendente que muestra doce millones de dólares en efectivo. Al parecer los billetes verdes fueron encontrados en un plantío y supuestamente servirían de soborno para evitar que los militares lo destruyeran.

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Redadas, operativos y capturas hacen que el museo crezca día a día, incluso se nos mostraron planos de lo que sería el nuevo proyecto de este “museo del narco” que tiene como fin último cumplir con una tarea didáctica e informativa para los cadetes y militares. Sin duda, esta inolvidable visita nos dejó marcados, nos sensibilizamos mucho más hacia los problemas del narcotráfico y sus luchas, hacia la incansable labor del ejercito y me preguntó si estos objetos y dioramas causaron visibles efectos en nosotros ¿qué no harían por el grueso de la población de este país, si el recinto no estuviera abierto al público?
Publicado en la revista Luna Córnea número 23 (Ciudad de México)

Cine de Narcos
Marcos Gonzalez

«Dicen que venían del Sur
en un carro colorado
traían cien kilos de coca
iban con rumbo a Chicago»
«La Banda del Carro Rojo»,
Paulino Vargas

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No hay duda que el surgimiento del cine de narcos en México data de 1976, lo cual no quiere decir que no existieran antecedentes. El simple hecho de que la frontera entre México y Estados Unidos señale el límite entre dos países con niveles económicos y tradiciones culturales tan diferentes se han prestado para que el cine popular haya tomado a esta región como tema para ser explotado desde hace ya varias décadas.

Uno de los primeros ejemplos es Frontera Norte (Vicente Oroná, 1953) donde se hacían alusiones al narcotráfico pero que no pasaba de ser un melodrama tradicional con elementos de thriller.

Más importante es un par de películas del estimable director Alberto Mariscal: División Narcóticos y El Mundo de las Drogas, ambas de 1963. Mariscal sería más conocido por sus westerns, pero ya en estas películas mostraba cierto interés por hacer una obra más ambiciosa de lo que correspondía a la producción de los Estudios América.

A raíz de una disputa sindical entre el STPC (Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica) y el STIC (Sindicato de Trabajadores de la Industria
Cinematográfica) se decretó que el STPC era el único sindicato con el derecho de filmar largometrajes. Por su parte, el STIC podía filmar noticieros y cortometrajes.

Por otra parte, la sección de Directores del STPC tenía reglas muy estrictas para admitir nuevos miembros por lo que quienes aspiraban a ser directores de cine y los productores que optaban por temas populacheros recurrieron a un truco: filmaban 3 «cortometrajes» de media hora cada uno en los Estudios América y los exhibían en «series» de 3 episodios, con lo que realizaban largometrajes sin violar el decreto.

Una consecuencia de esto es que las producciones filmadas en Estudios América eran netamente populares. Se trataba en su mayoría de películas de luchadores, vaqueros, aventuras y acción. Las cintas de Alberto Mariscal sobre detectives que combatían a traficantes de drogas formaban parte de esta producción y se apegaban a la fórmula del cine policiaco de otros países. La intención no era retratar las condiciones del narcotráfico en México sino imitar el cine estadounidense.

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Tuvieron que pasar 13 años para el surgimiento del cine de narcotráfico como un género independiente. Mientras esto sucedía hubo intentos por abordar el tema de la psicodelia popularizada por los hippies, pero estas cintas pueden considerarse algo alejado del cine de narcos como tal. El mejor ejemplo de este subgénero es Las Puertas del Paraíso (Salomón Láiter, 1970) que narraba las experiencias con las drogas de varios jóvenes de clase media.

Es en 1976 cuando Arturo Martínez filma, en los Estudios América, un par de películas basándose en los corridos de Los Tigres del Norte. Se trata de Contrabando y Traición y Mataron a Camelia La Texana, donde se narraban los amores tormentosos entre Emilio Varela y Camelia, que casualmente se dedicaban al contrabando.

Fue tal el éxito de estas dos películas que durante varios años el género fue conocido como «contrabando y traición» más que cine de frontera o de narcos. Además la serie se extendió a otras 3 cintas: La Hija del Contrabando (Fernando Osés, 1977) en donde a falta de los personajes originales le corresponde a la hija de Camelia (Chayito Valdez) tomar el papel principal y tratar de limpiar la memoria de su madre, La Mafia de la Frontera (Jaime Fernández, 1979) donde un agente de la policía (interpretado por Mario Almada, actor arquetípico del género) obtiene una agenda que incluye todos los datos de la red de narcos y la usa para reivindicar la memoria de la Hija de Camelia, y finalmente, Emilio Varela vs. Camelia la Texana (Rafael Portillo, 1979), donde a falta de más descendencia o agentes de la ley deseosos de honrar la memoria de criminales, la mismísima Camelia revive (ahora interpretada por Silvia Manríquez) para derrotar a un competidor (Mario Almada, otra vez) en el negocio de la falsificación de billetes.

Un factor importante para la aparición de este género fue la decisión del Estado de abandonar el cine popular a su suerte. Tradicionalmente las películas de melodrama, comedia, aventuras habían contado con el apoyo del gobierno, pero con la llegada del «nuevo cine mexicano» se empezaron a financiar películas más «artísticas», es decir, basadas en el neorrealismo italiano y la nouvelle vague.

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A falta de apoyo por parte del Estado, y teniendo que enfrentar la competencia de la televisión y del cine extranjero, las compañías productoras mexicanas buscaron temas que no fueran abordados por sus competidores y que pudieran realizarse de forma económica. Uno de sus temas predilectos fue el de los albures, con cómicos y actrices desnudas, y el otro pilar de la industria fue precisamente el cine de «frontera», que incluía melodramas, pero que cada vez más recurría al narcotráfico para llamar la atención.

Esto se debía en parte al creciente poder de las organizaciones criminales pero si hay que señalar a una persona como responsable del surgimiento del cine de narcos ésta tendría que ser nada menos que Ronald Reagan. Al declarar la guerra al narcotráfico, Reagan, con ayuda de su embajador en México, John Gavin, fue el principal publicista de los narcos y como los productores siempre buscaban un gancho para atraer al público era lógico que recurrieran a un tema que se mencionaba constantemente en las noticias.

«Puro maicito sembraba
en una tierra rentada
los dueños de los terrenos
todo el maíz se llevaban»
«Patrón de la Hierba»,
Teodoro Bello

Para los intelectuales y los críticos de cine en México este nuevo género no aportaba nada al arte cinematográfico y era ejemplo de entretenimiento vacío.

Tal vez haya sido mejor así. El abandono de la crítica y del gobierno le permitió a los productores de este cine concentrarse exclusivamente en darle gusto a su público. Como le decía el actor y productor Valentín Trujillo a su guionista Jorge Manrique cada vez que éste sugería intentar algo diferente, había que respetar los gustos del público aunque esto significara usar fórmulas y limitarse a historias sencillas.

Aunque es cierto que en muchas ocasiones las películas de narcos eran bastante primitivas e incoherentes, como el díptico Pistoleros Famosos 1 y 2 (José Loza Martínez, 1980-1981) donde Mario Almada interpretaba a una especie de narco mítico que contaba con una flotilla de camiones, era imposible de rastrear tanto para sus esbirros como para sus enemigos, sufría una decepción amorosa y se enfrentaba a balazos con sus malquerientes cada 10 minutos, también se hicieron películas valiosas por ser entretenidas y por presentar situaciones con las que el público podía identificarse, al menos en parte.

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Uno de los mejores ejemplos es La Banda del Carro Rojo (Rubén Galindo, 1976). La película contaba con los mismos actores que otras de su género y con apariciones especiales de Los Tigres del Norte, que así continuaban una de las tradiciones más curiosas del cine mexicano: presentar números musicales de intérpretes famosos que servían como un atractivo extra para el público y que también servían para establecer el tono de la cinta. Además de esto, La Banda del Carro Rojo es un valioso thriller que cuenta la forma en que un par de hombres honestos, interpretados por Mario y Fernando Almada, se ven obligados a prestar sus servicios a una banda de traficantes tras atravesar dificultades
económicas.

También la forma en que se retrataba a los narcotraficantes solía corresponder a la imagen del bandido generoso. No se puede negar que las aportaciones de narcotraficantes como Rafael Caro Quintero en inversiones y en oportunidades de empleo para agricultores que se vieron afectados por la situación del campo mexicano justificaba esta fama. Por otra parte, el honorable comportamiento de los narcos en las películas mexicanas, donde nunca atacaban a sus enemigos por la espalda y se esforzaban en defender a los desvalidos, tampoco correspondía a la realidad.

No todas las películas de narcos presentaban a los criminales como héroes. También era muy común encontrar a policías heroicos e incorruptibles interpretados por Hugo Stiglitz, Jorge Luke, Miguel Angel Rodríguez y los ya mencionados Trujillo y Almada que arriesgaban su vida y la de sus familias
al intentar acabar para siempre con las bandas de criminales. Por supuesto que esto tampoco se ajustaba a la verdad.

De cualquier manera, el público no parecía preocuparse demasiado por el realismo de estas producciones. Mientras tuvieran una buena ración de balazos y corridos, las producciones del género podían explotar el mercado del norte del país y, sobre todo, el del sur de Estados Unidos, que por razones que tienen que ver con la emigración y los sueldos en dólares muy pronto se transformó en el más importante para este tipo de cine. Incluso se fundaron compañías de distribución y exhibición destinadas exclusivamente a satisfacer la demanda de los millones de mexicanos que vivían y trabajaban en el otro lado.

Había otra razón para que el cine de narcotráfico no se apegara demasiado a la realidad. La censura ejercida por el gobierno impedía que ciertos temas fueran tocados en los medios de comunicación al alcance del pueblo. Mientras que los columnistas en los periódicos y revistas podían denunciar la corrupción de las autoridades y la relación entre las organizaciones criminales y las instituciones del gobierno encargadas de combatirlas, en la televisión y en el cine cualquier mención de estos temas, por inocua que fuera, era eficazmente suprimida.

Existen varios ejemplos de esto. Uno de los más sonados fue el de Masacre en el Río Tula (Ismael Rodríguez hijo, 1985), cinta que por retratar con demasiada fidelidad la participación de la policía en la tortura y ejecución de una banda de narcotraficantes colombianos fue prácticamente prohibida. Cuando finalmente se le otorgó el permiso para ser exhibida sólo se autorizó para funciones de media noche, con lo que la película pasó desapercibida por el público.

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Otro caso importante es El Secuestro de Camarena (Alfredo B. Crevenna, 1985) que aspiraba sólo a ser una película de acción que intentaba sacar provecho del caso de Enrique Camarena, agente de la DEA asesinado en Guadalajara por la organización de Félix Rincón Gallardo, también fue censurada cuando el asunto se convirtió en un problema político para el gobierno mexicano. El caso Camarena fue el motivo del proceso de certificación que a partir de entonces realiza el gobierno de Estados Unidos, determinando qué países han colaborado con ellos en la lucha contra el narcotráfico y sancionando a los que se han mostrado poco entusiastas.

A lo largo de los 80, el género siguió siendo popular pero el deterioro de la industria terminó por afectarlo. La venta de las empresas estatales de exhibición y distribución de cine, que eran de gran importancia para las producciones nacionales, trajo consigo el fin de las películas de narcotraficantes que se exhibían en los cines. Por fortuna, la aparición del mercado del video vino a salvar la situación.

«Los gringos me la han peinado
cada vez que me torean
cuando me miran mi escuadra
les juro que hasta se mean.»
«El Chingón de Durango»,
Los Capos de México

El mercado del video representó una opción para los productores que siguieron con este género. Se llegaron a producir 400 películas en un año, cifra sin precedentes en la historia del cine mexicano, aunque las condiciones en las que se filmaban para muchos representaban un paso atrás.

Normalmente, un videohome (como se conocían a las películas destinadas al mercado del video) se filmaba en 16mm, en dos semanas y con un presupuesto de 20,000 o 30,000 dólares. En tales condiciones muchas de estas cintas dejaban que desear aunque también se llegaron a hacer obras valiosas o al menos interesantes.

La aportación más importante del videohome fue continuar la historia del cine popular mexicano. Los temas tradicionales de comedia y acción se siguieron produciendo, muchas veces con los mismos actores, y el narcotráfico siguió siendo el tema predilecto.

En este sentido, algunos productores se han quejado que resulta imposible intentar filmar algo que no incluya narcos porque el público sencillamente lo rechaza.

No resulta muy exagerado decir que el videhome es «narcodependiente». Aparte de los videos que explotan directamente el tema del narcotráfico (con títulos como Narcos y Perros) un alto porcentaje de los videohomes que pertenecen a otros géneros incluyen el tema de alguna manera. En la comedia Goya Goya Salinas Almoloya (Lázaro Morales George, 1996) José Natera interpreta a Keko Jones, un pistolero del Viejo Oeste que corrompe a todo un pueblo con un cargamento de polvo blanco. En Espejo Retrovisor (Héctor Molinar, 2002), drama juvenil que toca el tema de las Muertas de Juárez, uno de los personajes es hijo de un narcotraficante. Incluso en cintas de terror como La Texana Maldita (José Luis Vera, 2000) aparecen los narcos como víctimas de maldiciones sobrenaturales.

Otras características del cine de narcos de los 70 y 80 también se encuentran en el videohome. Una de las más importantes es la presencia de grupos musicales
actuando en las películas y hasta prestando los títulos de sus canciones para atraer al respetable, como se puede ver en videohomes con títulos como La Fiesta de los Perrones, Acábame de Matar o Era Cabrón el Viejo, que corresponden a temas populares.

Otra constante es que los protagonistas son personas honestas que por diversas circunstancias tienen que colaborar con los criminales, como en Las Viejas del Patrón (Alejandro Todd, 2002), donde Fabiola Reyes interpreta a una chica que se prostituye y vende cocaína para ayudar a su padre, un ganadero afectado por una plaga.

La clandestinidad del videohome, que ha sido ignorado por los especialistas en la materia y por las autoridades, ha dado pie a que se especule sobre la presencia de narcotraficantes reales en el financiamiento de estas cintas. Los productores que aceptan hablar sobre el tema mencionan que hay razones para pensar que esto es cierto, pero se cuidan de no dar nombres.

Se dice que el cártel de Tijuana en sus mejores épocas brindaba facilidades para los productores interesados en realizar videohomes en la zona que ellos controlaban. Los productores no sólo podían aprovechar las locaciones de Ensenada y otras ciudades, bajo el control de los Arellano, sino que también podían contar con el apoyo de autoridades, negocios y familias del lugar, que le debían muchos favores al cártel. Debido a lo exiguo de los presupuestos, los realizadores de videohomes con frecuencia deben solicitar la ayuda de las autoridades locales para filmar escenas donde deban aparecer helicópteros o integrantes de la policía local. Incluso algunas compañías productoras trasladaron sus oficinas a esa región del país con la intención de aprovechar estas facilidades.

Por supuesto que esta ayuda no era desinteresada. A cambio los narcos podían requerir que sus «novias» fuesen contratadas como actrices protagónicas, aunque con trabajos pudieran hablar, o aparecer ellos mismos a cuadro, de preferencia en las escenas de acción.

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Hubo casos en los que el productor a cargo de algún videohome aceptó que un narcotraficante real saliera en algunas secuencias donde se enfrentaba a balazos a la policía o a otros criminales, pensando que se trataba de un simple pistolero, sólo para enterarse de que el espontáneo era uno de los capos más buscados por las autoridades.

La relación entre los realizadores de videohomes y los narcos no siempre es tan cordial. En diversas ocasiones las filmaciones han sido interrumpidas por tipos armados hasta los dientes que exigen hablar con el director. Al presentarse éste le informan que como siga filmando ese tipo de películas puede aparecer muerto.

Algunos especialistas han señalado que la “guerra contra las drogas” es una causa perdida debido a los grandes recursos con los que cuentan los narcotraficantes. Señalan que de ser cierto que el negocio de las drogas genera ganancias por 300 mil millones de dólares anuales los gobiernos a lo más que pueden aspirar es a limitar su crecimiento e impedir que la adicción se extienda entre la población. Una de las consecuencias menos dramáticas de esto es que el cine de narcotráfico parece tener una larga vida por delante, no sólo por la existencia de estas organizaciones criminales sino por la aceptación del público, que le sigue siendo fiel a este género a pesar de las condiciones en que se filma y el rechazo de los críticos de cine “serios”.

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NARCOCHIC-NARCOCHOC
Marco Granados

Pocas veces como hoy la riqueza cultural del México se encuentra tan en los ojos del mundo, de Nueva York a Berlín y de Londres a París, pasando por otros puntos nodales en la vida del planeta han ubicado sus miradas en la cotidianidad mexicana, en la contemporánea; aquella que trasciende su problemática político-social. De esta forma es posible reconocer que la aportación de nuestra cultura a la aldea global no se limita ya a sus coloridas celebraciones, ni a sus tradiciones y folklore que cuando se revisan no pocas veces caen en el clisé.

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NARCOCHIC- NARCOCHOC se genera hoy, cuando por un lado vemos que sin lugar a dudas México posee (como todas esos espacios fractales) características y motivos que lo hacen interesante y sobretodo valioso en más de un sentido. Y que el país es tan basto que posee escenarios regionales que le dan un matiz de mayor diversidad. Del norte árido y bárbaro al sur remoto y mágico, pasando por otros tantos espacios de indefinición, de pobreza extrema o de riqueza obscena que configuran la totalidad de eso que aún y con todo aquí seguimos llamando patria.

Desafortunadamente son pocos los casos de eventos que hayan logrado insertarse fuertemente en el tejido social, uniformarlo y modificarlo sensiblemente. Y la mayor parte de estos se encuentran en el terreno de la marginalidad o de lo ilegal. La corrupción, la delincuencia organizada, el caos y la sozobra son ya parte del entorno al que cada uno de nosotros nos enfrentamos diariamente y que sin temor a equivocarme se han vuelto unos incómodos compañeros permanentes. Como siempre sucede, el círculo se repite infinitamente pues el génesis de todo es la realidad a la que estamos sujetos. La polarización de las condiciones de vida, la pérdida del poder adquisitivo de la población, etcétera. Como pocas veces antes, la violación al estado de derecho se ha vuelto casi un deporte nacional.

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Así la perspectiva generada por esta conformación de la cotidianidad de una sociedad -hoy casi disfuncional- y cosas como la violencia y pongamos por ejemplo, el narcotráfico, se ha transformado sustancialmente y no sólo en términos económicos. Es un hecho que el narcotráfico, el secuestro u otros hechos delictivos, han logrado modificar rumbos y acciones, lo mismo de los encargados de su atención o combate, que de la sociedad civil. Estas acciones van del mero procedimiento burocrático, hasta el elaborar la radiografía más compleja y completa de la sociedad contemporánea en nuestro país.

Ahora bien, en NARCOCHIC- NARCOCHOC no se trata de generar una apología de esas actividades ni de cuestionar valores que se escapan al presente texto, si en cambio, de terminar relacionándola con el funcionamiento de todo un aparato económico, político y social. No es gratuito que específicamente el asunto del narcotráfico esté siempre presente en las agendas bilaterales de México y Estados Unidos, como uno de los muchos y principales motivos de ambos gobiernos para defender su ineficiencia. México argumentando que el éxodo de su gente se debe a una multifactorialidad y no al empobrecimiento al que el país se encuentra sometido desde hace ya mucho tiempo y Estados Unidos empeñándose en certificar una lucha anti-narcóticos con cada país que se le ponga enfrente, sin querer aceptar ya de una vez que es desde su interior donde en base a la enorme demanda y consumo se genera y de nutre gran parte de dicho fenómeno.

Sin caer en la historicidad en la exposición se presentan datos, hechos y elementos que se signifiquen y propongan líneas de comprensión, es decir, si bien en 1914 se da la prohibición en el consumo de estupefacientes en Estados Unidos y esto repercute y se traslada a México en 1926, a quien diablos le importa eso ahora? pues es de esa bizarra relación que años después se regenera el vínculo y propicia el inicio del tráfico de drogas tal como lo conocemos hoy. Entender todo esto requiere una mirada lo más integral posible de los elementos que configuran el problema. Su relación directa con otras esferas de la vida política y económica y sus posibles aportaciones a la dinámica urbana como una respuesta a la triste realidad rural.

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Por otra parte, si algo queda claro es que el Narcotráfico mexicano posee una «identidad» específica, una serie de elementos que consciente o inconscientemente transmite al paso del tiempo y que por ende se van volviendo referenciales y causa de atención. Una buena parte de ellos se acercan al espacio cotidiano. Como una de tantas posibilidades en la muestra interesa revisar el fenómeno a partir de sus esquemas y de sus resultantes visuales pues da la pauta para una nueva lectura o al menos otra donde el tono moralino o de política vulgar este ausente.

Como resultado de estudios, de análisis pero sobretodo de la cotidianidad se ha llegado a acuñar el término “narcocultura” para todo aquello que se encuentra directamente relacionado con la circunstancia del tráfico de drogas. La idea de la exposición es revisitar la iconografía, el costumbrismo, la imaginería, la jerga, la tradición y las leyendas que rodean al núcleo general o bien a las especificidades y actores del medio pues cada uno posee y se dimensiona a partir de su trascendencia.

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No obstante, la dinámica que implica llega a ser de lo más compleja, funcionando así como otra realidad. Una que posee entonces sus propios personajes, de acciones, de codificaciones y crea a sus heróes y hasta a sus mártires sin la menor pena. Sin una pretensión exhaustiva y petulante este proyecto, busca resumir la «narcocultura», tamizarla en las producciones artísticas y la mirada del artista contemporáneo pero predominantemente en las manifestaciones más populares..

NARCOCHIC-NARCOCHOC incluye artes plásticas sí, pero también canciones (“narcocorridos”) hoy absurdamente prohibidos en lo medios radiales y televisivos del país . Su cinematografía, oficios, su indumentaria, arquitectura y su imaginería cuasi religiosa por mencionar solo algunos. Narcocultura es tabú, pero también es uso y costumbre para cientos de miles en México y en el orbe. La muestra pretende hacer un análisis en dos rutas, abrir un debarte a partir de una cierta festividad pero dejar en claro que el asunto es mucho más complicado que la mayoría de los que ocupan los intereses y las agendas de quienes tienen a bien legislarnos y llevarnos por el buen camino.

Entrar a la exposición significa entrar a la capilla de Jesús Malverde, santo sacrílego. Ahí además de las veladoras, flores y agradecimientos, María Romero nos da su interpretación y aplicación en objetos, en indumentaria y demás elementos que componen el rito de adoración a Malverde, el santo patrono de los narcotraficantes y los desposeídos. Eso mientras Luis Romero (Watchavato) nos hace ser partícipes de su visualidad, la diseñística, con sus iconos y su lenguaje.

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Luego vemos en las fotografías del Museo de los Enervantes de Carlos Ranc la particularización de sus sistemas de comunicación, de transporte y claro, de armamento. Vemos también sus joyas, ostentosos collares, pulseras y dijes y sus objetos, los detalles inverosímiles de sus caprichosos proyectos arquitectónicos así como los de su indumentaria. Todo desde una especie de butaca virtual que nos hace suponernos lejos del fenómeno, ajenos totalmente, aunque sabemos que no es así.

Hay ropa bordada, estampada. Más fotografías como las de Ferando Arias que nos vuelve a hablar de una parte poco grata como son las adicciones. O en Alfredo Salazar que lo hace ver más bien cercano a la moda y la fiesta nocturna. Teresa Margolles que en sus fotos repite la dosis de crudeza o de Francisco Larios y Eduardo Sarabia que con sus gráficas digitales, su escultura y video insisten en la figura del bandido generoso.

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Hay fragmentos de cine, hay video y propuestas como la de Octavio Castellanos que en su primaria interactividad se mofa de la excesiva tecnologización en la que hemos caído. Mientras las esculturas de Jamex y Einar de la Torre nos devuelven a la imaginería de México y sus artes y oficios, eso sí, de una forma cáustica y desenfadada. Mientras Fred Tomaselli se regodea en lo atractivo que puede llegar a ser presentada cualquier cosa, en este caso, los estupefacientes.

Este acercamiento, esa lectura aún fragmentada de la narcocultura puede, como bien lo diferenciara alguna vez Federico Campbell –así a la usanza antigua- generar una serie de «pistas» para la comprensión del fenómeno y no como a la usanza gringa adoptada por los cuerpos policiacos tercermundistas, querer plantear «líneas de investigación». Es obvio que en estos casos hay que dejar la pedantería para otros momentos. NARCOCHIC-NARCOCHOC es un todo que ya más, o ya menos involucra nuestra sensibilidad. Artistas contemporáneos y otros más outsiders. Personajes, hechos y leyendas que al final del día y cuando el recorrido se agota nos dejan ver las extensas y muchas veces inescrutables fronteras del arte modesto.

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«El mito negro de Tijuana»
Eric Biétry Rivierre
Le Figaro

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Existe en Culiacan, en el noreste de Mexico, un santuario dedicado a Jesus Malverde, bandolero con un gran corazon, que sin ninguna duda jamas existio y que seria la sintesis de muchos que hayan vivido al final del siglo XIX y a principios del XX. Pero buscariamos en vano una fotografia del Robin Hood
de los tropicos en el Museo de Artes Modestas en Sète (Francia), que
presenta actualmente una exposicion sobre la narcocultura.

En revancha, las representaciones de Malverde estan por todas partes de la
exposicion. Una iconografia popular lo muestra con un sincretismo
cristiano-hollywoodense, bigotes a la Clark Gable, pagnuelo de cowboy
rebelde y una camisa blanca de martir.

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Este santo laico, es hoy, uno de los traficantes y dealers del pais de los
Aztecas y sus conquistadores. El es tan popular como el dia de muertos, su
capilla registra mas visitas que la catedral vecina. El mismo obispo podria
venir a dar misa. El ambiente de la capilla de Malverde rico en colores,
saturado de milagritos, retablos y ex votos pintorescos ademas de cinturones
nacarados, cadenas y carrilleras de balas western, esta representado a la
entrada del museo y sirve de introduccion a la exposicion
Narcochic/Narcochoc, pequegna pero rica evocacion sognada por el artista
Herve di Rosa.

Un inmenso mapa representa las rutas de la droga en America Central; y ha
sido el critico de arte Marco Granados que junto con di Rosa han invitado a
diez jovenes artistas mexicanos y una francesa ˆJeanne Susplugas, cuyas
fotografias juegan entre la ambiguedad de los medicamentos y las drogas y
representan sus reflexiones sobre el mercado ilegal (300 000 millones de
dolares anuales) generado al pie de la Sierra Madre y que es todo un estilo
de vida, casi una cultura, una mitologia. Tambien se exponen las esculturas
antropomorfas de Einar y Jamex de la Torre, constituidas de objetos de
recuperacion incluido el vidrio soplado o de partes hechas con fusiles.

Alfredo Salazar imprime sobre papel sus cliches del extasis.

« Cuidado, no se trata de hacer una apologia a la droga, previene Hervé di
Rosa, No se trata tampoco de una exposicion sobre la consumacion de los
estupefacientes y el arte. Para esto, necesitariamos una gran maquina como
el Centro Pompidou. Nosotros solo queremos mostrar una estetica no
apreciada, tabu y al mismo tiempo popular en Mexico, nacida de la produccion
y el mercado de la droga ».

La exposicion hace reflexionar ya que Hervé di Rosa no quiso ocultar las
ambivalencias expresadas por los artistas, horrorizados y a la vez
fascinados por la violencia y la muerte. En este punto de vista, el colage
titulado Muerte en Tijuana de Octavio Castellanos es el mas elocuente. El
hace una silueta de una metralleta a partir de una centena de fotos de
identificacion de personas muertas a balazos. « Una broma pero de mal
gusto, confia el autor. Yo mismo soy dealer. Dificil dejarse escapar del
mito negro de Tijuana.

ARTISTAS

Fernando Arias
1963, Armenia, Colombia.
Su serie Sin Titulo realizada en el 2003 aborda sin miedos la toxicomanía y
su dependencia a través del retrato de sus victimas. Sus fotos son cerrados
acercamientos a las manos en acción en el consumo de drogas, las cicatrices
que dejan en el rostro, etc. Su trabajo tiene una presentación seductora y
asegura una obra sin concesiones y alejada de falsos montajes.

Octavio Castellanos
1973, Tijuana, México.
video artista y „video jockey y como al el le gusta presentarse, Octavio
Castellanos muestra en su instalación Muerte en Tijuana un mosaico de
imágenes exuberantes: por una parte, fotos de victimas del narco, por la
otra, una video proyección en alto contraste y haciendo múltiples
referencias al universo barroco y teatral del cine narco.

Einar y Jamex de la Torre
1963 y 1960, Guadalajara, México.
Formados en escultura en la Universidad Long Beach en California, los
hermanos de la Torre hacen desde los 90 una obra provocativa a través de
montajes que inventan y de historias que ellos mismos crean. Sus esculturas
son irónicas y fantasiosas y con un gran humor infantil. Están constituidas
de objetos de recuperación.

Francisco Larios Osuna
1960, Guaymas, México
Después de su debut en la pintura, este artista se vuelca en la imagen
digital y el mundo de la creación virtual 3D. Sus composiciones digitales
forman parte del bello universo de los narcos, sus figuras míticas y sus
imágenes de veneración popular como los exvotos.

Teresa Margolles

1966, Culiacan, México
Ella realiza instalaciones, performances y videos abordando temáticas
crudas, temas tabú y escenas denigrantes. Desde hace varios años, su obra
fotográfica hace alusiones a la violencia, las drogas y la muerte.

Carlos Ranc

1968, Paris, France
Vive en México.
Carlos Ranc estudio pintura y escultura para después dedicarse a la
fotografía. Su serie presentada en esta exposición nos invita a conocer el
oscuro Museo de los Enervantes, de la ciudad de México. Creado a finales de
los 80, a manera de museo didáctico, este muestra un gran numero de objetos
e informaciones relativas al trafico de drogas.

Luis Romero (Watchavato)
1973, Culiacan , México
Grafista, en el 2000 inaugura su estudio de investigaciones que se llama «
Mi Loco Watcha y Actua », donde elabora toda clase de proyectos : vestuario,
impresiones textiles, posters, films. No importa sobre que material o
soporte, sus creaciones portan la misma estética que el llama “coolichi” y
que es además su firma de artista.

Maria Romero Salas
1963, Santiago de los Caballeros, México
Formada en la escuela La Esmeralda de la ciudad de México, Maria practica la
pintura, la escultura y el video-arte separados de su actividad de artista
instaladora. Ella esta muy marcada por la narcocultura y ha hecho de la
Capilla Malverde en Culiacan el principal sujeto de su temática artística.

Alfredo Salazar
1970, Jalapa, Veracruz, México
Sus fotos evocan las relaciones sulfurosas entre la moda y el mundo de las
drogas, principalmente el éxtasis. Con un juego formal y elegante mezcla los
píxeles de la fotografía con secuencias de pastillas de éxtasis suscitando
así un irreprensible estado de tensión.

Eduardo Sarabia
1976, Los Ángeles, USA
Sus pinturas e instalaciones ponen en escena a los autores de la
narcocultura (campesinos, soldados, traficantes de todo orden) dentro de una estética muy próxima al arte popular.

Con I want it all, video donde el se graba y dialoga con Jesus Malverde, y con su instalación compuesta de bustos en porcelana de narcotraficantes, Sarabia hace un retrato de las regiones de México donde se dan las
manifestaciones mas explicitas de la cultura ligada al trafico de drogas.

Jeanne Susplugas
1974, Montpellier, France
Sensible desde la infancia al universo farmacéutico, Jeanne Susplugas
articula su reflexión alrededor de los medicamentos, droga de los tiempos
modernos. Ella se presenta como testigo de nuestra sociedad hipocondríaca y
evoca en sus fotografías un mundo donde lo cotidiano esta muchas veces
regido por las dosis, los tratamientos y los complementos alimenticios, un
mundo sumergido en las adicciones y siempre ávido de sustancias y
sensaciones efímeras. Su obra juega entre la ambigüedad de los medicamentos
y las drogas; dos nociones para las cuales la lengua inglesa tiene solo un
termino « drugs ».

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