Literalia: La herencia de la tribu
El libro del cual vamos a tratar La herencia de la tribu.(Caracas: Alfa, 2009. 298 p.) de nuestra escritora Ana Teresa Torres ha sido uno de los libros más leídos este año, para el momento en que cerramos estas notas ya han aparecido tres ediciones. Significa esta obra un nuevo desarrollo de la parte ensayística del escribir de su autora. En La herencia de la tribu el cual pese al tema que toca “Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana” es en verdad un vasto ensayo sobre Venezuela, sin duda uno de los mejores concebidos a lo largo de estos años, posiblemente en el último cuarto de siglo. De allí su singularidad.
Este es un libro que forma familia con aquellos surgidos a lo largo del vivir republicano de Venezuela en las grandes coyunturas y en las grandes crisis. Tales como los de los de: Manual político del venezolano(Caracas: Imp. de Valentín Espinal, 1839. 251 p.) de Francisco Javier Yanes(1777-1842), Mosaico de política y literatura(Prólogo: José Gil Fortoul. Bruselas: Alfredo Vramant & Cia.,¿1890?. XII, 388 p.) de Luis Lopez Mendez(1863-1891), El Presidente(Madrid: Imprenta y Tipografía de F.Terceño, 1891. 141 p.) de Rafael Fernando Seijas(c1845-1902), El personalismo y el legalismo(Nueva York: E.A.Hernández, 1890. 204 p.) de Jesús Muñoz Tebar(1847-1909), Hacia la democracia(México: Editorial Morelos, 1939. 238 p.) de Carlos Irazabal(1907-1991), La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana(Caracas: Cooperativa de Artes Gráficas, 1938. 83 p.) de Augusto Mijares(1897-1979), Navegación de altura(Caracas: Editorial Condor, ¿1941?. 111 p.) de Andrés Eloy Blanco(1897-1955), 1941, cinco discursos sobre el pasado y presente de la nación venezolana(Caracas: Editorial La Torre, 1940. 142 p.) de Mariano Picón Salas(1901-1965), De una a otra Venezuela(Caracas: Mesa Redonda, ¿1949?. 171 p.) de Arturo Uslar Pietri(1906-2001), Mensaje sin destino(Caracas: Ediciones Bitácora, 1951. 90 p.) de Mario Briceño Iragorry(1897-1958), Los viajeros de Indias(Caracas:Imprenta Nacional, 1961. 536 p.) de Francisco Herrera Luque(1927-1991), Venezuela violenta(Caracas: Ediciones Hesperides,1968. 186 p.) de Orlando Araujo(1928-1987), El culto a Bolívar(Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1969. 303 p.) de Germán Carrera Damas(1930), Golpe y Estado en Venezuela(Bogotá: Norma, 1992. 191 p.) de Arturo Uslar Pietri, La épica del desencanto(Caracas: Alfa, 2009. 254 p.) de Tomás Straka(1972) o El libro rojo del resentimiento(Caracas: Mondadori/Debate, 2008. 120 p.) de Ruth Capriles y también sin duda Del buen salvaje al buen revolucionario(Caracas: Monte Ávila Editores, 1976. 257 p.) de Carlos Rangel(1929-1988), incluso su libro El tercermundismo(Caracas: Monte Ávila Editores, 1982. 286 p.), de tanta actualidad hoy, urge su reedición porque es de alguna forma la mejor respuesta a la falacias de Las venas abiertas de América Latina(1971) del uruguayo Eduardo Galeano(1940), esta obra ha sido considerada, por los mil errores que contiene, incluso históricos, el libro de cabecera del “idiota latinoamericano”. A todos estos grandes libros venezolanos debemos unir ahora La herencia de la tribu.
En La herencia de la tribu Ana Teresa Torres nos ofrece una investigación hecha a partir de la historia, escrito en bello e impecable estilo, donde se reúnen las preguntas del venezolano angustiado, siempre con sus mil interrogantes, que hallamos a todo lo largo de la historia de nuestras ideas, desde Francisco de Miranda(1750-1816) hasta Luis Castro Leiva(1943-1998), ciudadanos perturbados además hoy por las vivencias dolorosas de estos últimos once años, que nosotros hemos denominado trágicos, a falta de otra palabra, creemos que es la “mot juste”, la palabra justa, de la que hablaba Gustavo Flaubert(1821-1880).
Ha logrado la autora de La herencia de la tribu, por su mensura, entregarnos un libro de historia y no una obra en que esta se usa como arma contra el gobierno actual, así ha sido utilizado incluso el Libertador por lo que hemos denominado el “bolivarianismo escuálido”. Con esa posición se desvirtúa la historia. Tampoco deja de entregarnos Ana Teresa Torres una obra que si bien se espiga desde la historia es un libro político, pero escrita esta palabra con mayúscula.
El hecho de que la autora sea además de escritora de distinción psicóloga clínica le permite llegar a puntos en los cuales los historiadores o los analistas políticos no penetran: tal la melancolía venezolana, la “nostalgia por la gesta emancipadora”(p.15,35,36), ”el complejo paterno de la sociedad venezolana”(p.124): somos un país sin padres, solo tenemos madres, somos matricentristas, ¿buscamos angustiosamente al padre?¿es, incluso, preguntamos nosotros, el culto al Libertador un intento de recuperar el padre perdido y ausente siempre entre nosotros?
Ana Teresa Torres se plantea, a partir de la denomina construcción imaginaria de nuestro pasado, “abordar estos temas y sus relaciones con los mitos creados por el imaginario y la memoria de los venezolanos”(p.17). Pero lo hace “Para acercarnos a la comprensión de cómo la patria mítica construida en el siglo XIX fue reconvertida en propuesta política del siglo XXI”(p.113).
Todo esto nos lo ofrece Ana Teresa Torres a través de tres nutridísimos capítulos, todos ellos divididos en varias partes, el primero sobre lo que denomina el “fundamentalismo heroico”, el siguiente sobre las “fracturas de la modernidad” y uno último dedicado al régimen que vivimos visto como “alegoría nostálgica de la Independencia”, nos negamos a llamarlo revolución porque no lo es, este gobierno, creemos que tampoco se puede denominar así a una administración que nunca ha gobernado ni en la cual hay gobernabilidad, tanto que hace poco el César puso a uno de sus corifeos, un dinosaurio de la izquierda platense, a explicar por el Canal Sur que la gobernabilidad es un valor capitalista.
El centro de La herencia de la tribu es Bolívar pero más que su figura histórica la de su culto oficial, creado por el Estado venezolano, bajo el paecismo en 1842. De allí en que su tercera página se pregunte: “¿Qué destino hubiera tenido Venezuela si pudiera pensarse fuera de Bolívar?”(p.13). Es, creemos, una interrogante imposible.
Es esta una obra en la cual él desea desentrañar de nuevo los rasgos del culto venezolano a Simón Bolívar(1783-1830) y tratar de explorar las interacciones y entrelazamientos entre experiencia histórica, bolivarianismo y política entre nosotros. Se requieren a nuestro entender para ello unos presupuestos básicos porque siempre se nos presenta a los venezolanos que a la hora de estudiar al Libertador que nos encontramos con este hecho decisivo: es, como escribió Germán Carrera Damas(1930), “Imposible dar un paso por la vida venezolana sin tropezar con la presencia de Bolívar”(El Culto a Bolívar. 2ª.ed. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1973,p.21) o el maestro Pedro Grases(1909-2004): “Es difícil, si no imposible, dedicarse en Venezuela a temas de índole histórico cultural, sin tropezarse con la personalidad de Simón Bolívar, el Libertador”(Obras. Barcelona: Seix Barral, 1981-2002. 21 vols. La cita aquí es del t. IV,p. XVII).
Pero hay un solo camino para interpretarlo bien. Así lo señaló Grases al anotar “Hay que leer directamente los textos. A Bolívar no hay que defenderlo; Bolívar se defiende solo, lo que hay que hacer es estudiarlo, asimilarlo, comprenderlo, como hombre. Entenderlo en su grandeza, sin bajarlo a nuestra mediocridad. No hay que apearlo de su caballo. Está muy bien en su caballo en tanto que la devoción sea un magisterio y no simple admiración. A Bolívar hay que interpretarlo en el drama de la acción que quiso realizar, entonces es una de las piezas esenciales de la civilización universal”(“Reflexiones personales” en Obras, t.XVIII,p.365). Y ello sin olvidar la insinuación de Augusto Mijares(1897-1979), en la primera línea de su biografía del Caraqueño: “Exigir a un autor que sea objetivo al narrar una vida apasionante, es un contrasentido”(El Libertador. Caracas: Editorial Arte,1964,p.1).
ESENCIA DE ESTAS PÁGINAS
La esencia de La herencia de la tribu la encontramos en los pasajes que vamos a citar y comentar. Dice su autora, es para nosotros su punto de partida,“El pensamiento bolivariano como filosofía política, como origen y destino de la patria, es una suerte sellada. Un horizonte melancólico que nos obliga a dar testimonio del mártir de la Independencia como al creyente de su fe”(p.13). Ello comenzó a nuestro entender en los mismos días de Bolívar en los cuales además de rendirle tributos, escritos en los medios de la época, el primero está en la Gaceta de Caracas(Agosto 26,1813,p.4), a poco de haber entrado victorioso a Caracas tras la Campaña Admirable(Agosto 6,1813). Y ello era natural no solo por ser él quien los encabeza sino también por sus especiales cualidades. Eso seguirá, tiene, a nuestro entender, momentos particulares en un escrito de Valentín Espinal(1803-1866) en 1827 y en los serie de escritos publicados en medios de Caracas por Juan Vicente González(1810-1866) ambos deben ser considerados los primeros pero cuando todavía los elogios y estudios, que pronto se empezaron a concebir, eran los propios del culto del pueblo, el ordenado por el Estado, que luego se transformó, desde 1842, en culto para el pueblo, la distinción, hecha por Germán Carrera Damas en El culto a Bolívar, no es pequeña. Pero siempre, creemos, desde que Bolívar encabezó la lucha, desde 1813, se convirtió en el héroe por antonomasia de la nación y ¡pobre país el que no lo tenga! Pero, y es lo que Ana Teresa Torres, explora aquí, no se convierte el Libertador tras su deceso en la primera figura de una nación sino que se crea un mito alrededor de él, figuración que no se queda en el pasado ni que se traslada al presente desde muy atrás, con hitos bajo Páez, Guzmán Blanco, Gómez y Hugo Chávez quien lo lleva a extremos tales que hasta la historia es distorsionada para justificar sus apetitos de poder. Y, claro está, nuestros grandes dirigentes, como todo venezolano, fueron bolivarianos raigales, tal Eleazar López Contreras(1883-1973), Rómulo Betancourt(1908-1981) y Rafael Caldera(1916-2009) autores cada uno de un libro sobre el Caraqueño. Y apelar a la historia tiene sentido, ella puede servir, si es bien interrogada, de acicate a la acción política.
Ana Teresa Torres parte en su análisis de los días de la Independencia(1810-1830). Por ello indica: “No hubo otra nación que quedara desvastada, a consecuencia de la guerra, como lo fue Venezuela…perdió su población, sus recursos productivos y sus elites”(p.14). Los venezolanos, se puede decir, nos dimos la Independencia y se la dimos a las otras naciones limítrofes y no sólo porque Bolívar no se pudiera detener sino porque, además de ser la emancipación un proyecto generacional, no hubiéramos podido ser libres si a nuestro lado estuvieran países gobernados por España. Por ello el proceso militar continuó y llegó hasta el sur del continente, al lado de Bolivia estaban Chile y Argentina independientes, Uruguay no existía entonces como nación. Y además pronto Panamá se adhirió a la Gran Colombia, Santo Domingo quiso hacer lo mismo sin suerte, Centro América y México se separaron de España. Y el Libertador incluso, después de Ayacucho, tuvo la idea de independizar a Cuba y Puerto Rico, cosa que no se realizó por haberlo impedido las grandes potencias imperiales de la época y por existir ya la Doctrina Monroe, “America para los americanos” que con el tiempo, en tiempos de los caudillos fue salvadora, en 1902, de la integridad de Venezuela. El Libertador incluso pensó hasta en ir a libertar a España del régimen absolutista de Fernando VII(1784-1833) y facilitar el desarrollo de un régimen liberal, el bienio liberal en la península(1821-1823), fue el que le facilitó el triunfo en Carabobo al impedir sus protagonistas la organización de una nueva expedición realista a América. No hay que olvidar que liberales eran los dirigentes en los dos lados del océano Atlántico, en España y en América Latina.
Pero tal arrebato libertario dejó sus huellas hondas en el ser venezolano. Dice Ana Teresa Torres: “La nostalgia por la gesta emancipadora acompañara la historia de Venezuela, pero de la nostalgia a la utopía no hay más que un paso. El imaginario venezolano se mueve entre ambos extremos. Se sitúa en un tiempo oscilante entre la catástrofe y la resurrección: una temporalidad subjetiva que se mece entre el paraíso destruido y el advenimiento de un nuevo mundo”(p.15). Así hemos vivido, como dentro de un pathos, una enfermedad, no proyectando los días del presente sino mirando siempre hacia el pasado, lo cual es grave error. Así “Nuestra historia es una celebración de los triunfos épicos que deja pocas páginas para los seres anónimos y la construcción ciudadana, con frecuencia silenciada, por no decir despreciada”(p.15) y así “No que los historiadores y críticos culturales haya dejado de arrojar luces sobre la producción de civilidad a lo largo del tiempo, sobran los ejemplos, pero, sin duda, es el relato heroico el que ha prevalecido, con poca atención a la construcción social y cultural que los ciudadanos, a pesar de las vicisitudes políticas y sociales, llevaron y llevan a cabo”(p.15), “De ese modo los venezolanos, como colectivo, no se sienten orgullosos de la gestación de su civilidad”(p.15), pese a que el primero en definir a la sociedad civil fue el propio Libertador en la Carta de Jamaica(Agosto 6,1815) cuando escribió: “Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad civil”(Escritos del Libertador. Caracas: Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1964-2009. 32 vols. La cita aquí es del t.VIII,p.232). Fue también Bolívar el primero, el año anterior, al señalar los caracteres de la sociedad creada por España en Venezuela al anotar en una proclama(Abril 13,1814), “Una devastación universal ejercida con el último rigor ha hecho desaparecer del suelo de Venezuela la obra de tres siglos de cultura, de ilustración, y de industria”(Escritos del Libertador,t.VI,p.241) o cuando escribió(Enero 24,1821) a Fernando VII(1784-1833), nada menos que a su mayor contrincante, “Es nuestra ambición ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, pero no abrumada de cadenas. Vendrán los españoles a reconocer los dulces tributos de la virtud del saber, de la industria; no vendrán arrancar los de la fuerza”(Escritos del Libertador,t. XIX,p.115). En ese momento hacía ya meses que el diplomático Francisco Antonio Zea(1776-1822), como embajador de la Gran Colombia en Londres, había propuesto a la corona(Octubre 7,1820), a través del ministro de España en Londres, Duque de Frías(1783-1851), en la capilla de cuyo palacio en Madrid se había casado el Libertador en 1802, la formación de la Comunidad Hispánica de Naciones, antecedente de lo que fue con el tiempo commonwealth británico y sería la integración latinoamericana, proceso aun en camino porque esta no se crea por decreto sino que es siempre lento proceso, basta ver la evolución de la Comunidad Europea actual para comprenderlo.
Y esa visión de nuestra historia, como lo épico vivido en el pasado, es lo que ha hecho que “La atención pública siempre ha estado por la clase política…por los profesionales del poder”(p.15) que por encima de todo haya estado la política, el suceder político y no los hechos constructivos de una nación. Incluso existe la observación de Rafael María Baralt(1810-1860) según la cual los “trabajos de la paz no dan materia para la historia”. Se puede leer en su Resumen de la historia de Venezuela(4ª.ed.Brujas: Desclee de Brouwer, 1939, t.III,p.144) obra que fue el primer recuento de nuestro pasado publicado tras la guerra emancipadora(1841).
El no detenerse en los trabajos de la paz y en lo hecho por los civiles es por lo cual podemos leer en La herencia de la tribu: “La constante derogación y crítica abusiva de todo lo anterior, el desconocimiento de los logros alcanzados, responde a una lógica nihilista vorazmente devoradora, que tiene su origen en la nostalgia por una gloria pasada y perdida, y en una constante utopía reencarnada”(p.15). Es por ello que anota pensando en que siempre se apela a los “forjadores de la patria”: “¿Quiénes son, entonces, todos los demás?¿Apéndices de la historia?¿Meros paseantes del paisaje?¿A qué pertenecemos los venezolanos que no hemos muerto(ni queremos morir) en una guerra, que no hemos sufrido(ni queremos sufrir) prisión, que no hemos sido(ni queremos ser) heroicos resistentes de un dictador o valerosos guerreros de una gesta?¿Somos quizá, seres fuera de la patria, admiradores que presenciamos la Historia con mayúscula desde bastidores?¿Qué nos incluye, pues, si la historia pareciera ser sin nosotros?(p.16). Así como lo vemos la expresión los venezolanos fuera de la historia tiene un sentido.
La Independencia que fue un movimiento coherentemente pensando como un proyecto y logrado realizar, pero sólo en lo político, como advirtió el propio Bolívar(Enero 20,1830), “Me ruborizo en decirlo: la Independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás”(Proclamas y discursos del Libertador.2ª.ed.Los Teques: Biblioteca de Autores y Temas Mirandinos, 1983, p.398), pero fue forjado en Venezuela y por un venezolano. Por ello Ana Teresa Torres discurre: “el hecho de que el precursor del movimiento independentista fuese un venezolano[Francisco de Miranda]; que se iniciara el proceso con la rebelión de Caracas; que su máximo conductor también era un venezolano; y, por último, que Venezuela pagó el precio más alto en las consecuencias de la contienda. La Independencia es para Venezuela mucho más que un hecho histórico trascendente”(p.22).
Así la Independencia ha sido considerada hecho tan alto, a veces más de lo que en esencia fue porque como todo suceso humano tuvo también sus errores, a veces muy grandes. Pero hay que saberlo mirar con equilibrio sin la obsesión en que se ha vuelto para los venezolanos tanto que hay a veces manifestaciones escritas sobre él que son risibles y a veces de atribuyen al Libertador y sus compañeros cosas que no hicieron, ideas que no tuvieron: tal Bolívar sociólogo antes de la sociología y Bolívar ecologista, en el primer caso sólo fue un observador del discurrir de la vida social, en el segundo un conservador de la naturaleza a la que vio devastada después de la guerra, fue una de sus consecuencias, tal algunos de los hechos sin sentido que se le atribuyen. Y no digamos lo que es la catajarra de ridículos adjetivos y epítetos que se le endilgan, los cuales lo deshumanizan.
Dentro de ese contextos, que hace olvidar muchas veces, sobre todo cuando se habla de la Independencia desde el poder, lo investigado y aclarado por los verdaderos estudiosos de ese proceso, lo comprendido y todo lo corregido. Conocerlo tal cual es la única forma de comprenderlo. Pero así, como dice la autora de La herencia de la tribu,“reencontrarlo es imposible, nada de lo que aparezca será suficiente. Nada será equiparable a la edad de oro perdida”(p.34). Y más que edad de oro fue un momento, luminoso de madurez, pero un suceder del pasado que solo por la historia puede ser entendido. Entre otras cosas porque tanto Miranda, el Libertador, Andrés Bello(1781-1865) o Simón Rodríguez(1769-1854) los cuatro grandes de la acción y el pensamiento no tienen respuestas para la sociedad de hoy, pese a haber sido don Francisco quien creó el proyecto de la emancipación, Bolívar quien entre la espada y el libro creó la sociedad libertada e hizo verdad lo propuesto por el Precursor, Bello como creador de la institucionalidad chilena o el maestro Rodríguez al hacernos ver que no podía haber república sin republicanos. Pero de ellos, a pesar de ser fundadores cumplieron con sus días y con su tiempo y dejaron puestas las bases para el ulterior desenvolvimiento de las sociedades. Cumplieron con su hora y fecha como deben hacerlo todos los seres humanos. Y de ellos nos quedaron su historia, sus huellas éticas y su contribuciones, de muy diversas índole, a la historia de la ideas en América Latina. Pero no tuvieron ideas ni siquiera para el desarrollo de la sociedad industrial para fines del siglo XIX y mucho menos para el suceder del siglo XX cuando los problemas del desarrollo, la globalización y la sociedad del bienestar son los acuciantes. Y era imposible que en ellos, hombres de otros días y de otras horas, encontráramos respuestas para hoy. Los que lo hacen son seres anacrónicos quienes ni siquiera ha estudiado la historia. Y por ello no se han dado cuenta que con los hechos cumplidos por otros, en otros días, para cumplir con los instantes de su vivir, no podemos actuar nosotros. Si nos consideramos incapacitados para la acción, si atribuimos a los que vivieron antes sus logros, si consideramos que nosotros fracasamos porque ellos triunfaron no lograremos encaminarnos como debemos. No somos por lo que otros hicieron sino por lo que somos nosotros, por lo que hacemos, por lo que forjamos.
Y sobre la obsesión por el pasado, ese consolarnos por nuestras desgracias y vez en enfrentarlas mirar pasado con nostalgia, creyendo a aquellos, a los héroes, mejores que nosotros, Ana Teresa Torres indica que mientras estemos “En busca permanente del pasado, de la resurrección del cadáver de la Independencia, Venezuela corre siempre sin una dirección definida, porque tan pronto la encuentra, debe cambiar el rumbo. Freudianamente hablando es un caso de duelo irresoluto”(p.34-35). ¿O es la nuestra la “historia detenida” de la que habló Francisco Herrera Luque(1927-1991)?¿Detenidos, incapaces de ponernos a andar?¿Por eso estamos como anestesiados ahora, no podemos entrar en acción, ni vertebrar el futuro?. Para crearlo ni hay que tener miedo al presente, ni hay que pensar en el pasado, hay que crear un nuevo modo de ver sin inspirarnos en nada conocido como aconsejó a los jóvenes de los sesenta el novelista José Antonio Rial(1912-2009) en su Jezabel(Buenos Aires: Losada,1965,p.9).
Por ello Ana Teresa Torres tratando de hallar la verdad, algo ante lo cual no habían penetrado nuestros pensadores, señala “adelantemos esta hipótesis: la madre perdida, la patria en su grandeza y la gloria de la Independencia, no será reparada hasta que un nuevo héroe la restituya en su esplendor”(p.35), “la Independencia es así percibida desde una perspectiva melancólica ya que todo lo grande ocurrió y está perdido en el tiempo. Nunca los venezolanos podremos demostrar nuestro valor como pueblo, puesto que ya hicieron nuestros antepasados”(p.25). Es ello lo que nos llevado a ver la Independencia, un hecho que es historia, como un suceso del presente, casi como una obsesión: “No podemos decir que la Independencia pertenece al pasado, ya que es, por el contrario, el constante futuro radicado en un presente perpetuo”(p.35).
Y esa pervivencia es que nos impuso lo que ella denomina la “tradición heroica-guerra-militar-caudillista”(p.37). Esta tradición militarista en un sentido que no hemos visto, o nos hemos querido ver, nos venía de la Colonia. En ella quien mandaba era el Gobernador en los aspectos civiles, él mismo era el Capitán General en lo militar: lo primero fue la base de nuestro presidencialismo, lo segundo de nuestro militarismo. Gobernadores y Capitanes Generales tuvimos desde el 27 de Marzo 1528, cuando Carlos V(1500-1558) estableció la Provincia de Venezuela, después denominada también de Caracas, porque desde esta ciudad se gobernaba. Fíjese que siempre se decía el Capitán General así ejerciera funciones civiles o fuera presidente de la Real Audiencia, como sucedió desde el 6 de Julio de 1786, que era una función jurídica y no militar. En este punto conviene repasar el interesante libro de Guillermo Morón: Gobernadores y Capitanes Generales de las Provincias venezolanas,1498-1810(Caracas: Planeta,2003.180 p.).
Así ya en plena guerra el militarismo ya estaba presente, incluso hubo momentos en que el propio Libertador defendió el ejército por encima de los políticos, como se puede ver en su correspondencia del año 1821 con el general Francisco de Paula Santander(1792-1840), casi toda redactada en tierra venezolana, en el viaje que hizo de Caracas a Cúcuta, deteniéndose en Barquisimeto, Coro, Maracaibo y tierras de Trujillo y Táchira. Y la tradición caudillista, detectada por Bolívar, quien siempre fue el primero en observarlo todo, nos venía de muy lejos: nuestro señor Mio Cid había sido un caudillo. Y el conquistador Juan Rodríguez de Suarez, dice la leyenda, ya muerto, en 1561, ganó una batalla contra los indios venezolanos cuando lo pusieron como si estuviera vivo en medio del campo de batalla, al igual con don Rodrigo Díaz Vivar(1043-1099) el Cid, y el enemigo sintió miedo allá y aquí. Todo esto tiene muchas connotaciones, entre otras que nuestro caudillismo es muy antiguo y ni siquiera la República, ni el propio Libertador, pudo conjurarlo pese a no haber sido nunca un caudillo personalista como ahora ha querido ser presentado sin tener ante sí quien lo hizo toda la documentación suya pertinente. Pero este es un asunto amplio que merece ser tratado aparte. Pero cuando el Libertador, un mes antes exacto de Carabobo, dijo que los llaneros vendrían a “cobrar el precio de sus lanzas” y que temía “mas a la paz que a la guerra” estaba avizorando todo lo que debió vivir, desde 1826, en los cuatro últimos años de su vida, el “tiempo de llorar” para él, como lo llamó Uslar Pietri(Letras y hombres de Venezuela. 2ª.ed.aum. Caracas:Edime,1958,p.60).
Y ya en la República pronto, José Antonio Páez(1790-1873) y Carlos Soublette(1789-1870), dos muy buenos presidentes, pero militares, gobernaron la mayoría del tiempo después de 1830, claro siempre respetando la constitución, la prohibición de la reelección y escogidos en limpios comicios, porque la única presidencia civil, la de José María Vargas(1786-1854), fue abortada por el militarismo, precisamente por los Héroes que se consideraban la única norma que había en él país, como se consideraría el ejército en adelante. Por ello apunta Ana Teresa Torres: “Todo este recuento…tiene un solo objetivo…poner en evidencia el absoluto predominio militar, o de la política armada, durante el siglo XIX y su pertinaz presencia en el siglo XX. En esa tradición…Chávez ha insistido innumerables veces que la suya es una ‘revolución pacífica pero armada’”(p.41).
El “caudillismo surge de la Independencia, y constituye el verdadero sistema de gobierno latinoamericano; un fenómeno que no logró resolver los temas de la legitimidad y de la sucesión”(p.42), “en el régimen caudillista la sucesión se realiza por el golpe de Estado o la muerte del caudillo. El caudillismo, concebido como el remedio heroico contra la inestabilidad, es el gran productor de inestabilidad en el continente. La inestabilidad es consecuencia de la ilegitimidad” dice el mexicano Octavio Paz(1914-1998) a quien Ana Teresa Torres sigue aquí. Pero el punto entre nosotros lo han analizado numerosos autores que examinó Virgilio Tosta(1922-2009) en El caudillismo según once autores venezolanos(Caracas: Tipografía Garrido,1954. 96 p.), José Luis Salcedo Bastardo en su Historia fundamental de Venezuela(Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1970. 779 p.) y antes Augusto Mijares en su sagacísimo estudio sobre Páez en La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana(Caracas: Monte Ávila Editores,1998,p.129-155) y ello llevó al maestro Uslar Pietri a precisar:”hasta ahora la más original y acaso la única creación política del mundo hispanoamericano ha sido ciertamente el caudillo”(Viva voz. Caracas: Italgráfica,1975,p.171); sobre el mismo punto volvió a sus Godos, insurgentes y visionarios(Barcelona: Seix Barral,1985,p.83-95) en donde los llama “legión de malditos”(p.83).
Tras la guerra “Comienza a fraguarse la construcción heroica de la República, en tanto los héroes representan el patriotismo y el alma de la nación. Son hijos idolatrados de la patria, y al mismo tiempo, sus padres. Son los hijos que han tomado el lugar del padre”(p.47).
Y como del padre se trata examina el llamado por ella “mito bolivariano” en varias instancias: como mito ilustrado(ser reverentes ante Bolívar), marxista(Carrera Damas), cristiano(Pino Iturrieta), pagano(Yolanda Salas), filosófico(Castro Leiva), psicoanalítico(ella misma, es su contribución), socialista(el artículo de Marx sobre Bolívar), el de un relativo foráneo pues ha dedicado sus tareas al estudio de Venezuela, el norteamericano John Lombardi.
Fue con el culto a Bolívar que se creó de una “patria mítica”, creada en medio de la situación desesperada que vivía el país tras la guerra por lo que se inventó el culto oficial a Bolívar en 1842 cuando se trasladaron sus restos a Caracas, aunque ya entonces la devoción natural a Bolívar, el “culto del pueblo” que dice Carrera Damas, existía entre la gente, y se había expresado desde fines de los años veinte en la primera recopilación de sus escritos, hecha por los próceres Cristóbal Mendoza(1772-1829) y Francisco Javier Yanes(1777-1842), impresa esta obra en Caracas entre 1826 y 1833, en veinte y dos tomos. Y por su parte por parte de algunos venezolanos se habían expresado, incluso con belleza literaria sobre él, primero el editor Valentín Espinal(1803-1866) en su Sucinta descripción de la entrada del Libertador Presidente en Caracas, el 10 de Enero de 1827(Caracas: Imprenta de Valentín Espinal, 1827 29 p.) o Juan Vicente Gonzalez quien desde 1831 escribió anualmente los textos de reunió en Mis exequias a Bolívar.(Caracas: Imprenta de El Venezolano, 1842. 104 p.). Hubo también en aquel momento tanto la reforma de los Estatutos de la Universidad de Caracas, convertida entonces en una universidad republicana, obra del Libertador y del sabio José María Vargas con la presencia constante del secretario del Libertador su ministro José Rafael Revenga(1786-1852) que fue quien trajo a Vargas para que conociera a Bolívar, se formó entonces aquella relación entre aquellos dos espíritus afines. En aquellos días se celebró un acto en homenaje de la universidad al Libertador(Enero 28,1827) en el que tomó la palabra, en elogio de Bolívar, el profesor Tomas José Sanabria(1796-1850). Fue en ese evento que el estudiante Juan Vicente González vio a Bolívar cara a cara y prendió allí la devoción al grande hombre a quien González debió también la posibilidad de graduarse, consecuencia de la reforma universitaria, porque en nuestro claustro colonial los hijos naturales, o expósitos, como lo era González no se podían graduar. González recibió las borlas académicas gracias a los cambios introducidos por el Libertador ese mismo año.
Ahora bien, y esto es una observación nuestra producto de muchos años de estudio de este período que es uno de los luminosos por sus realizaciones de nuestra historia. En este tiempo si se analiza la política y la vida institucional y administrativa de Venezuela del período 1830-1847 se verá que no era tan desesperada la situación, que quizá el culto a Bolívar surgió por la dificultad que se tenía de hacer convivir una república como había sido diseñada, con cuidado en todos sus puntos, como régimen liberal y la presencia del caudillismo la guiaba por distintos senderos. Además el culto surgió de la mala conciencia que tenía el general Páez responsable del anti-bolivarianismo de la Cosiata(1826), del congreso de Valencia en 1830, de la expulsión de Bolívar de Venezuela por obra de aquel parlamento de iracundos y quizá también por la incapacidad que tenía la elite paecista de aceptar la presencia de un partido opositor aparecido dos años antes al fundarse el partido Liberal(1840) que lideró Antonio Leocadio Guzmán(1801-1884), a quien incluso lanzaron a la oposición los propios errores de los paecistas, en especial los del ministro Ángel Quintero(1802-1866), contra él. Y además porque un movimiento opositor era necesario dentro de un país democrático. Pero la elite política que no quería perder el poder, como sucedió en 1992, no vio con buenos ojos las opiniones discrepantes. Y eso porque los sucesos y las pasiones personales siempre influyen en el sucederse político. Tanto que llegar a dominar las pasiones es imposibles: tanto que hay que recordar que aquí hubo gobierno en el siglo XX que hizo quebrar un banco porque el presidente y el director de esa entidad estaban enamorados de la misma muchacha. La frase del torvo ministro de Páez “donde se sienta Ángel Quintero no se puede sentar Antonio Leocadio Guzmán” creó todo ese turbión que llevó a aquel régimen a lugares que nunca habían sospechado, perdieron toda ponderación, necesaria en política como la prudencia. Esto sucede siempre por aquellos que creen que el poder no se pierde nunca. En verdad este se acaba un día: los lectores de historia lo sabemos, los políticos nunca lo han querido entender, pero es así, miren sino el caso reciente de Ariel Sharon(1928) en Israel, inhabitado por un ataque a las puertas del poder o el más trágico del Betico Croes(1938-1986) muerto en un accidente cuando se dirigía a juramentarse como primer ministro de Aruba, logro que fue consecuencia de larga lucha.
Para parar aquella crisis se inventó entre nosotros el culto, esbozado por la pluma de don Fermin Toro(1806-1865) en la romántica prosa de su Descripción de los honores fúnebres consagrados a los restos del Libertador Simón Bolívar(Caracas: Imprenta de Valentín Espinal, 1843. 53, XLVII p.). Así surgió la “patria mítica” que dice Ana Teresa Torres: “la integración de las ideas de patria, nacionalidad, libertad, igualdad, República, es en esencia, el núcleo textual del mito de la patria”(p.100). Y la “patria mítica” creó su deidad: la historia, según el mexicano Carlos Monsiváis(1938-2010), asunto recalcado entre nosotros por Carrerra Damas(Historia de la historiografía venezolana. Caracas: Universidad Central de Venezuela,1961,p.X). Tanto que lo que necesitábamos era “Tener historia, así sea trágica, y sobre todo si es trágica, es señal de identidad”(p.101) como anota Monsivais.
Así, dice Ana Teresa Torres, “Bolívar se constituye en el héroe del éxodo que lleva a su pueblo a la redención, pero además, al hacerlo construye su origen(es el hijo amado que salva a la nación de su pasado) y su destino(es el padre providente que conduce al futuro)”(p.101).
El país, sobre todo en los días del Gobierno Deliberativo(1830-1847) no encontró un senda precisa para transitar porque era imposible, a nuestro entender, aclimatar caudillismo con republicanismo, que era la esencia la llamada “ideología de la Revolución Emancipadora”(Augusto Mijares). Así “una suerte de apuro histórico que lleva a la ruptura antes de haber alcanzado la consolidación”(p.128). Y de allí la pregunta de Ana Teresa Torres: ¿somos sólo un “puerto y encrucijada”?(p.128). Esto fue lo que sucedió con los guerrilleros de los años sesenta: no estudiaron al país, no se dieron cuenta que lo que se deseaba era la democracia recién recuperada en 1958 y aun más fundaron una guerrilla rural en un país urbano. Y todo por no saber esperar el desarrollo de la democracia y por la incapacidad de pensar solo copiaron el modelo cubano de toma del poder que era ajeno a nosotros, a nuestra experiencia colectiva e incluso a nuestra situación geográfica: Cuba es una isla, aislada en medio del mar, nosotros estamos en tierra firme, América del Sur empieza en nuestras costas, pese a que nuestra vocación geopolítica es norteña: con el Caribe, Centro América, México y los Estados Unidos. Estamos atados por razones de la historia con los Andes: Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Y desde luego con los países del continente. Pero nuestra zona de influencia es el Caribe, incluso en el caso de México que tiene tierras en esa región y no solo el puerto de Veracruz, con vieja data en sus relaciones comerciales con Venezuela, desde la Colonia. Hasta Simón Bolívar en su primer viaje a España, a la edad de 15 años, se detuvo en Veracruz y observó, lo dice en una carta que escribió desde allí, en el comercio que había entre ese puerto y el de Maracaibo.
Pero a vez que hemos sido un país que es solo un clima, como en la pieza de Isaac Chocrón, que quizá seamos el “puerto y encrucijada”(p.128) que dice Ana Teresa Torres, hemos vivido la “constante vivencia de perdida y confusión”(p.129) por ello no hemos logrado trazar un camino y la nuestra es la “historia detenida” que dijo Herrera Luque.
Un paréntesis para aclarar lo relativo al concepto de “historia detenida” usado por Herrera Luque y al cual nos hemos referido ya dos veces. La consideración de que la de Venezuela lo es, fue una concepción fundamental en Herrera Luque, elaborada por él en su esfuerzo de estudiar, con los instrumentos de la psiquiatría y de la herencia, la Historia de Venezuela desde Los viajeros de Indias(1961). Su análisis fue polémico por haber sido el primero en intentarlo. Su concepción de la “historia detenida” sin embargo la desarrolló plenamente, con los instrumentos de la ficción, en su novela Los amos del valle(Barcelona: Pomaire,1979. 2 vols). Se debe leer sobre el punto el programa radial de Herrera Luque: “La historia detenida”(en La historia fabulada. Tercera serie. Caracas: Pomaire 1983,p.184-194) donde está definida como “Esa fijación injustificada a situaciones pretéritas es lo que en mi opinión hace sufrir tanto a Venezuela. Es lo que alguna vez llamé “La historia detenida”(p.194). No hay que olvidar cuando se examina este punto fundamental de Los viajeros de Indias(Caracas: Alfaguara,2009. 660 p.) lo que se lee en este libro, en p.312, nota 11, de esta edición, “La proyección cultural e histórica de los Viajeros de Indias es analizada en la segunda parte de este Ensayo de interpretación de la Sociología Venezolana, o sea La historia detenida”, obra que él no llegó a publicar pese a estar totalmente redactada en 1970, solo se ha conservado las citas de diversos pasajes de esta obra que hace Juan Liscano(1915-2001) en el prólogo a la edición de Los viajeros de Indias que aquí utilizamos.
Sigue Ana Teresa Torres en su densa exploración de la experiencia colectiva venezolana al escribir que el pueblo venezolano es “frágil, inconsistente, sin unidad y continuidad”(p.131), cada día estamos empezando de nuevo lo que es conducta enferma, siempre pensamos que “somos un país rico destruido por el mal. Los poderosos nos han engañado”(p.137) porque nunca no ponemos ante nosotros mismos para darnos cuenta que si alguna culpa hay es nuestra, de todos nosotros. Así “Venezuela es un país enigmático, quizá uno de los más misteriosos e inquietantes de América Latina” según Fernando Yurman o aunque también se ha dicho de nosotros por Tomás Eloy Martínez(1932-2010): “No conozco en toda América Latina un pueblo más valiente, más orgulloso de sus valores y con mayor capacidad de acción que el venezolano”, escrito en 1992.
Somos un país “volcado hacia el futuro” y solo “pendiente del porvenir”(p.149) que dice Rafael Tomás Caldera Pietri. Acota Ana Teresa Torres: “supone el descuido del presente, la atención incompleta a lo que ocurre”(p.149).
Estamos en “un pasado que no concluye, se instala en un porvenir que nunca llega. Bolívar y su satélite se hacen contemporáneos”(p.129). Y Bolívar es un cadáver y un espectro, no puede ser revivido ni siquiera en esas operaciones de necrofilia histórica que tanto gusta al gobierno actual. Y su satélite, que dice la autora que glosamos, hoy es Chávez que pretende revivirlo porque para nada gusta de sus días. Y no amar el tiempo en que vivimos, el nuestro, es grave pecado, fue el que cometió el realista caraqueño José Domingo Díaz(1772-c1834) quien no percibió que la brújula de los tiempos caminaba entre aquellos que buscaban la Independencia, prefirió ser el corifeo de las banderas del rey y erró, este fue quizá su mayor dislate humano, lastimoso un hombre que nunca puede ser considerado por una persona del montón, sobre todo en el campo de la medicina, de hecho fue, entre otras cosas, el fundador de nuestra estadística médica. En el campo político fue el anti-Bolívar y el jefe ideológico del partido realista de Caracas.
Así la ciudad, base de nuestra modernidad, es “un espacio ausente de unidad y orden, donde lo provisional, mero proyecto sin permanencia, ‘hecha de huellas, de vestigios y ruinas, de fragmentos dejados por la historia y el olvido”(p.131) según Silverio González Tellez.
Y las graves interrogantes que hallamos en La herencia de la tribu, que van más allá del Bolívar de Chávez, se profundizan a partir de la p.113, “Patria o paisaje”: ¿Qué nos sucede a los venezolanos?¿Por qué somos así?. Allí examina “la huella de la historia trágica” en Picón Salas; “la desconfianza hacia un pueblo devoto de lo mágico” en Uslar Pietri, “los bajos instintos orgiásticos” desatados por el petróleo en Briceño Iragorry y en todos ellos la angustia por “la ausencia de elites y grupos cohesionados y virtuosos”(p.114). En todo esto, en esta generación de pensadores, todos contemporáneos están las raíces del pesimismo que el único que discutió y refutó fue otro de ellos, Augusto Mijares. Fueron todos ellos los que vieron surgir el petróleo y crearse la menecracia que somos. ¿Quién meditó hondo después, más allá del angustioso pesimismo de estos maestros?. El país petrolero marchó, viviendo las altas y las bajas de los precios, que es una constante que hay que analizar la examinar nuestra vida contemporánea. El país petrolero se detuvo en verdad al sacarse las cuentas del año fiscal 1977, el primero en que aquella nación que recibió los mas altos recursos no tuvo por vez primera superavit económico desde la muerte del general Juan Vicente Gómez, poco vieron esto, menos Manuel Caballero(La gestación de Hugo Chávez. Madrid: Catarata, 2000,p.78-79) . Esto sucedió en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez(1922). Todo eclosionó más tarde por la falta de prudencia, y preparación económica, del presidente Luis Herrera Campins(1925-2007) el día del “viernes negro”(Febrero 18,1983) que fue un hecho fiscal de graves consecuencias políticas porque las crisis económicas son las que engendran las políticas. Seis años después fue el “estallido de Febrero”(Febrero 27,1989) y más tarde la insurrección(Febrero 4,1992): mandaba en 1989 el mismo presidente cuya incapacidad de manejar los grandes recursos nos llevó a la crisis iniciada en 1977: en sus manos cayó la democracia de 1958. Por ello señala Ana Teresa Torres que la devaluación de 1983 “no era solamente un término monetario; incluía devaluación ética, devaluación de propósitos, devaluación del sistema democrático”(p.136).
Y la crisis fue más allá. Por ello se pregunta Ana Teresa Torres:”¿Qué ocurre cuando un conglomerado humano pierde su imaginario, es decir, el conjunto de ideas, creencias, juicios y prejuicios, sentimientos, valoraciones, expectativas, percepciones u autopercepciones, que le confieren una identidad y un destino? Tienen que sustituirlo. No puede quedar en el vacío, o no por mucho tiempo. Pero un imaginario colectivo no se construye de un día para otro. ¿Dónde podía encontrarse la sustitución de lo que no existía en el presente?¿Dónde buscó refugio un país sin norte”(p.138). Fue entonces cuando aparecieron: los “liderazgos carismáticos…la poderosa reserva de irracionalidad…una sociedad ansiosa de mitos, y persuadida de su derecho al instantáneo bienestar material”(p.138) que dijo el politólogo Aníbal Romero.
Y volvimos a ver reaparecer el militarismo y las respuestas de la anti-política. No nos dimos cuenta de que éramos una sociedad compleja que necesitábamos respuestas que generan “unidad y sentido de permanencia”(p.138). Preferimos irnos, por analfabetismo político, al baúl de los recuerdos: el hombre fuerte, el militar que suponíamos pondría orden, cosa imposible porque si alguien está incapacitado para el gobierno civil es todo militar. Y los oficiales reaparecieron con Chávez. Y, junto con él, el mesianismo, el culto revolucionario, el nihilismo, el personalismo: Chávez en un neo-caudillo, igual a los del siglo XIX, muchas de sus ejecutorias, como mandar a hacer una nueva Constitución es la propia de todos nuestros caudillos, el impulso anárquico, el autoritarismo, el igualitarismo y el resentimiento.
Y Ana Teresa Torres por lógica estudia lo que nosotros hemos denominado las falacias históricas del chavismo. Y sugiere como síntesis: “el discurso de la Revolución bolivariana puede concebirse como una alegoría cuya función es tejer una narrativa que confiera un cierto grado de cohesión y dirección a un imaginario que, por causas demasiado conocidas, se había vaciado. Su ocurrencia tuvo lugar en un momento transicional de la historia venezolana, cuando el sistema democrático dio signos de estancamiento en su dirección progresiva y dejó abierto el espacio a las ofertas antipolíticas…Pudiera añadirse que el viraje en las políticas económicas que alteraban, o pretendían alterar el tradicional populismo de Estado, y que llevó, o pretendió llevar a cabo el presidente Pérez en su segundo mandato, fueron percibidos como la señal de esa traición al pueblo. La perdida de referencias, y la amenaza a las identidades sociales establecidas, confluyeron en ese momento transicional en el que se hizo necesario reencarnar los símbolos de la patria”(p.265-266).
LAS GRANDES PREGUNTAS
Hay a lo largo de La herencia de la tribu lo que podíamos denominar las grandes preguntas y las posibles respuestas. Nos preguntamos por qué no vemos a Bolívar como lo que es: un personaje de la historia, el gran intuitivo de Venezuela, utópico no en el sentido que le da la autora(p.15) sino como el creador de un espacio nuevo, de un plan, de un proyecto, utopía fue la suya, pero no en el sentido que aquí leemos como “deseo de restitución”(p.35), y que nos perdone la autora nuestra discrepancia, sino en el sentido que le dio Isaac Pardo(1905-2000) al escribir: “Las utopías son o han tratado de ser esquemas o proyectos para satisfacer el más profundo y persistente de los anhelos humanos: disfrutar de la mayor suma de felicidad alcanzable por el por el conjunto social”(Fuegos bajo el agua.2ª.ed.aum. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1990,p.771). Luego recalcó el mismo doctor Pardo, maestro consumado en el estudio del tema, que las utopías no son sueños delirantes sino que una vez propuestas terminan realizándose(A la caída de las hojas. Caracas: Monte Ávila Editores, 1998,p.73-93). Este es el sentido de la utopía venezolana, expresada muy bien por Bolívar en los párrafos finales del Discurso de Angostura(Febrero 15,1819) como cuando expresó en la misma oración que “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad política”(Escritos del Libertador, t.XV,p.16).
Y por qué no apela Venezuela a la otra cara de nuestra historia: la de su continuidad espiritual elaborada por nuestras grandes figuras civiles, siempre presentes a lo largo del siglo XIX, desde luego en el XX, que forman una cadena a la que hay que escuchar: en ella descansa el desarrollo de la sociedad civil. Fueron todos esos seres, casi siempre hombres a los cuales a partir del 30 de diciembre 1935, a los trece días de muerto el autocráta, se incorporaron las mujeres, todos ellos fueron los que nos inculcaron los hábitos democráticos.
Debemos dejar de pensar que “somos porque fuimos”, apelando siempre a los padres fundadores, por qué no comprender que si hemos fallado es por nuestra propia culpa porque nuestros libertadores cumplieron con su hora.
QUE HACER
Ana Teresa Torres propone la necesidad de superar el discurso oficial convertido en un “relato épico”(p.17) porque los héroes, como los de la mitología griega son inalcansables, así pintó a los nuestros, como personajes de la Ilíada, don Eduardo Blanco(1838-1912) en Venezuela heroica(Caracas: Imprenta Sanz,1881. XII, 266 p.), uno de los libros venezolanos más leídos en el siglo XIX, centuria en que nuestros libros más divulgados fueron, y no es casual, libros de historia, el Simón Bolívar(Nueva York: Eduardo O.Jenkins, 1865-66. 2 vols) de don Felipe Larrazabal(1816-1873), la Biografía de José Felix Ribas(en Revista Literaria, Tomo I,1865) de Juan Vicente Gonzalez y Venezuela heroica, que caso insólito en aquel país escasamente alfabetizado tuvo dos ediciones el mismo año de su edición príncipe, la segunda aumentada tal como la conocemos hoy(Venezuela heroica.2ª.ed.aum. Caracas:Imprenta Sanz, 1881. XII, 599 p.). Y no se crea que fueron los únicos libros que tuvimos, tuvimos otros tan buenos como aquellos, solo que entre nosotros manda la historia, incluso en el sucederse de la vida cotidiana e incluso en la personal e íntima.
No seguir construyendo a la Independencia como “una alegoría nostálgica”(p.17) sino estudiándola como uno de los pasos del país, importante y decisivo, histórico, pero del pasado, mirándola siempre con espíritu crítico.
No seguir pensando “somos porque fuimos” como dice Carrera Damas, no soslayándonos en que descendemos de un conquistador, de un prócer o de una persona que dio la mano a Bolívar en algún momento, lo que aun sucede en muchas familias. Eso no vale: solo valemos porque lo que en nuestra vida hacemos con nuestro trabajo, con nuestro talento, con nuestros empeños, con lo que construimos en nuestro día y fecha. Porque sino incluso nos puede pasar lo que a la familia del memorable cuento “El último patriota” del maestro Rómulo Gallegos(1884-1969), que es la más grande diatriba escrita nunca contra un prócer entre nosotros: un día, nos cuenta nuestro gran creador, una familia que siempre había guardado la memoria de aquel patricio se dio cuenta que lo que había sido aquél héroe era actuar como un pillo. Y que no se puede vivir de glorias ajenas, así sean “de un claro abolengo” como lo satirizó con su pluma cortante como un bisturí José Rafael Pocaterra(1889-1955) en su cuento “Familia prócer”(Cuentos grotescos.2ª.ed.aum. Madrid: Edime, 1955,p.148).
Darnos cuenta que Venezuela como “heredera de una derrota”(p.35) puede ser incluso un hecho falaz, aunque en verdad sólo logramos la independencia política, como dijo el Libertador en su último y melancólico discurso al abrir el Congreso Admirable en Bogotá el año treinta, ante el cual también renunció a la presidencia.
Pensemos siempre: toda derrota puede ser superada, pero con nuestra propia labor y con nuestra propia acción. Lo que no hemos logrado es nuestra propia culpa, aquello de Las venas abiertas de América Latina, el falaz libro de Eduardo Galeano, obra cabecera del idiota latinoamericano y biblia del chavismo, es falsa: América Latina no fue derrotada porque los Estados Unidos se desarrollaron. Si América Latina fue derrotada fue por nuestros propios errores, por culpa de nosotros los latinoamericanos. Eso que desarrolla Galeano en su libro es lo que aquel alto pensador nuestro Carlos Rangel llamó el “tercermundismo”.
Debemos aceptar nuestro pasado con todos sus errores, no seguir borrándolo y dejándolo atrás para no verlo, pero no transformarlo “en escenario maligno, del que afortunadamente, se nos dice, hemos podido escapar”(p.36).
Darnos cuenta que si el chavismo está en el poder no es por causalidad, es por nuestra propia culpa, nosotros pusimos el 6 de diciembre de 1998 a Chávez en Miraflores al votar el 56% de los electores por él. Pero en aquel momento los que no sufragaron por él, que eran el 44% de los votantes, no lograron llegar a ser la mayoría suficiente que se necesitaba para derrotarlo, pese a ser casi la mitad de los que votaron aquel día infausto. Pero aquel día hubo también, y es otra culpa nuestra, 37% de abstención, si se suman votantes en contra y abstencionistas nos da 81%: de haber sido así, de haber votado todos los que lo debían hacer, Chávez hubiera sido derrotado.
Y desde el uso de la historia del chavismo sucede que en su apelación al Libertador, pero también a Ezequiel Zamora(1817-1860) y a Pedro Pérez Delgado(1881-1924), Maisanta, incluso a Carlos Marx(1818-1883), a Francisco de Miranda, a Antonio José de Sucre(1795-1830) y a José Martí(1853-1895), incluso a Cristo, verdadero patuque ideológico como él que le escuchamos al presidente Chávez señalar el día que se declaró marxista(Enero 15,2010), está instalado en el pasado, el uso de la historia que hace es claramente de ascendencia fascista porque no es estudio sino obsesión y así la historia no le sirve para alumbrar la política con sus lecciones. Acuérdense que Benito Mussolini(1883-1945) se creía sucesor de los Cesares romanos y Adolfo Hitler(1889-1945) de los dioses germanos; Stalin(1879-1953) mandó a reescribir la historia soviética de la cual fueron expulsados los que lo llevaron al poder y luego lo adversaron, a todos los cuales hizo asesinar; Fidel Castro hizo inventar que José Martí era anti imperialista; aquí Chávez que Bolívar era socialista, una doctrina que no pudo conocer porque se divulgó después de su muerte; tampoco Zamora fue el socialista que inventó Federico Brito Figueroa(1922-2000) alterando la historia, intercalando líneas para favorcer su tesis preconcebida, como se ha descubierto ahora, en los documentos zamoristas, renglones que no estaban en los originales.
El por qué Chávez y su gente siempre están instalados en el pasado es algo que no hemos logrado comprender:¿es que tienen miedo al presente y al futuro?¿Por qué no aman sus días?
Es necesario redescubirir los cuarenta años de la democracia liberal, como Ana Teresa Torres la llama, estudiarla en sus pros y sus contras, no “como un ejercicio de represión, el pillaje y la destrucción de la riqueza petrolera”(p.17).
Todos los pueblos tienen su héroe, sus figuras egregias y sus grandes palabras escritas, pero insistimos, es necesario volver al examen de Bolívar como personaje histórico. Si eso hacemos no miraremos a Bolívar como quien nos impide, por la connotaciones políticas de su culto oficial, instalarnos en el porvenir.
No ver a Bolívar como lo que no fue “un héroe trunco. Un héroe irresoluto para sí mismo porque impuso unas metas que lo desbordaron”(p.107). Y no lo fue, y perdónese a esta nueva discrepancia, basada en el estudio del Bolívar histórico y no en el mítico, porque el Libertador cumplió con sus minutos y jornadas y tuvo altísimas miras, incluso fantasiosas, porque era un romántico, en el sentido con que lo ha descrito Augusto Mijares en su Vida romántica y romanticismo literario(Caracas: Academia Venezolana de la Lengua,1971. 84 p.). Y ese vuelo es el que nos llama a seguir adelante, pese a todo lo pesimista y lo depresivas que son sus comunicaciones de sus últimos años, cuando se dio cuenta que todo se venía al suelo, es el “insomnio de Bolívar” que ha dicho en estos días el mexicano Jorge Volpi. Pero ello también tiene que ver con lo vivido, con su real momento.
No extrapolar el pensamiento de Bolivar: sus palabras tienen que ver con la política e ideales de sus días, no pueden ser aisladas de los contextos en que las pronunció. Y su tiempo murió con él, se comenzó a edificar en los últimos meses de su vida otra realidad política, vertebrada por los caudillos. Lo que vino después, llamado con lógica por Salcedo Bastardo la “contrarrevolución”(Historia fundamental de Venezuela,p.393) o “el drama de las negaciones”(Bolívar:un continente y un destino. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República,1972,p.269) fue la antítesis de lo que él proyectó. Y eso comenzó a suceder, la república de los caudillos, en los mismos meses finales de su vida, cuando fue expulsado de Venezuela. Ecuatorianos y bolivianos no lo olvidaron en aquella aciaga hora en contra de lo que afirma la autora(p.142): en Quito lo invitaron a vivir allá y el gobierno de Bolivia lo nombró Embajador en el Vaticano, nombramiento tardío, cuando llegó a Santa Marta el Héroe ya había fallecido. Lo único que quedó entonces de él lo que no es poco: su pensamiento político, válido para ser estudiado y para explorar nuestra historia, su legado ético y sus prudentes consejos políticos, que están a lo largo de su correspondencia, que aun nos siguen iluminando con su certeza.
Sólo podemos examinarlo como una criatura de la historia, este es el punto de vista que sostenemos nosotros. Y quizá si persiste el culto oficial, siempre palabrero, que en vez examinarlo sustituye el examen crítico por adjetivos que sobran en el estudio de un personaje que fue sustantivo. Si eso continúa así deberemos cerrar su tumba en el Panteón Nacional con siete llaves, como para España lo propuso Ramiro de Maeztu(1875-1936) con el sepulcro del Cid don Rodrigo Diaz de Vivar que está en la catedral de Burgos. Será entonces cuando la nación podrá andar por si misma, buscando respuesta para nuestro hoy.
(Leído en la sede la Fundación Francisco Herrera Luque, en la sesión de “Los tertulieros se reúnen” la tarde del jueves 18 de Febrero de 2010. Además de Ana Teresa Torres intervinieron los historiadores Adolfo Rodríguez y Carlos Alarico Gómez).