Opinión Nacional

Negocios asimétricos

“Patria, socialismo o muerte” no es una consigna inocua. No es una frase más como las usadas por gobiernos anteriores para resumir sus objetivos y dar ánimo a sus seguidores. El uso de la palabra muerte indica una amenaza palpable, el recuerdo constante de la posibilidad de usar las armas contra los ciudadanos indefensos.

Haber oficializado como saludo tal eslogan en la Fuerza Armada habla de hasta dónde puede llegar la intolerancia. Es sólo una muestra del proceso de destrucción de la institución militar. Y una prueba irrefutable de su partidización.

Hacer de la FA un instrumento de la lucha partidista la aleja de su función principal, como es garantizar la defensa y la seguridad nacionales. De nada servirá el despilfarro en costosos juguetes, como submarinos y aviones, si a los militares se les ha encargado de ocuparse de tareas que no les corresponden y de adorar al caudillo.

Chávez no ha dudado al convertir a la FA en un instrumento de su proyecto de poder absoluto. Al inicio de su mandato violó de forma descarada la Constitución vigente y ascendió oficiales sin la aprobación del Congreso. Y en esa ocasión, como en tantas otras, la Corte Suprema y el mismo Congreso no actuaron para impedir tamaño desafuero.

Luego, al aprobarse la nueva Constitución de 1999 (que ya luce vieja e incómoda para el proyecto absolutista), hecha a su medida, Chávez sólo ha tenido retrocesos tácticos en su empeño de hacer de la FA su partido político medular, por encima de cualquier MVR, Comandos Maisanta o Miranda, PUS o como se llame la organización que se cree para un momento determinado.

En este contexto, el intercambio de frases entre el general de división (hoy doblemente retirado) Alberto Müller Rojas, quien ejercía la coordinación de una nueva instancia burocrática como el Estado Mayor Presidencial, y el Comandante en Jefe, teniente coronel Hugo Chávez, no viene sino a mostrar las grandes dificultades que el proyecto de hegemonía militar tiene.

Müller Rojas, a quien nadie puede negar conocimientos e inteligencia, no ha hecho otra cosa que decir una verdad: la FA está politizada. Si bien lo justifica diciendo que eso siempre ha sido así y que ve en ello algo positivo para su acción, reconoce una realidad que en este momento Chávez ha considerado que no debe hacerse tan pública.

Cuando el presidente-ministro de Pdvsa, Rafael Ramírez, hiciera popular, en plena campaña electoral, la expresión “roja-rojita” para describir la persecución interna a la disidencia democrática en la empresa petrolera y la preponderancia de la política partidista sobre la técnica y las finanzas, Chávez lo avaló y le dijo que repitiera “cien veces” tal barrabasada. Y fue más lejos: el candidato a la re-reelección de entonces afirmó que la FA era también “roja-rojita”.

Por cierto que entonces Müller Rojas ni ningún otro jerarca militar manifestó alguna queja u observación a la palabra del caudillo. Si los militares eran rojos-rojitos hace unos meses, ¿cómo se iban a desteñir después de la aceleración del socialismo del siglo XXI?

La desconsideración de Chávez para con Müller Rojas habla de su ya inveterada ingratitud con quienes lo han encumbrado. Así como una vez despachó a Luis Miquilena, quien lo alojó en su casa por cinco años, hoy no duda en desprenderse de quien fue su jefe de campaña y principal alabardero en la popularización de la tesis de la guerra asimétrica.

El punto en discusión no es la frase sobre la politización de la FA, porque ya hemos visto que Chávez lo ha reconocido antes y ha repetido que “esta es una revolución pacífica pero armada“. Y, ¿quién tiene las armas si no la FA? La verdadera diferencia se encuentra, como siempre, en la compra de armas militares. En los gastos cuantiosísimos en miles de millones de dólares en armas.

Como solía ocurrir en los tiempos idos de la democracia, los generales y vicealmirantes se pelean por las compras de nuevos equipos. Y la observación de Müller Rojas se convierte en un tiro al piso: si la hipótesis de guerra principal es la asimétrica, es decir luchar contra el supuesto invasor imperial por medios no convencionales, ¿por qué se compran submarinos y aviones de combate?. Como recordara Teodoro Petkoff, ¿acaso Vietnam –paradigma del combatiente “asimétrico”- usó submarinos o aviones de última tecnología en su lucha contra el ejército gringo?

Tal vez las comisiones por la compra de fusiles o granadas y minas, no son tan jugosas como por la adquisición de nueve submarinos.

El trasfondo de la polémica es la danza de miles de millones de dólares que llegarán a los vendedores rusos pero también a los intermediarios de siempre. En la última cadena miraflorina, Chávez nombró a Van Dam, entre los asistentes, un personaje omnipresente en los negociados militares de la llamada Cuarta República.

En este tema de las compras militares, la revolución como que no es muy original.

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