Economía

La Cumbre de los jeques

Vuelve la Opep a reunirse en Caracas como en otras ocasiones, sólo que ahora no se trata de una reunión de ministros sino de gobernantes. Si bien es cierto que el 54% de la producción del cártel no estará representada por los jefes de Estado y soberanos respectivos –no viene el rey de Arabia Saudita, ni el presidente de Irak, ni el emir de Kuwait, ni el presidente de Libia–, también lo es que la II Cumbre de mandatarios se celebra en una oportunidad destacada de la organización y del mercado petrolero internacional.

Luego de 27 años de constantes altibajos en los precios del petróleo, la Opep se sitúa en una posición singular para favorecer un equilibrio general del mercado hacia el futuro inmediato y posterior. La economía de los países industrializados se encuentra en buena forma y no existen motivos evidentes para avisorar una drástica caída de la demanda, como la generada por la crisis asiática en 1998. Además, las diferencias históricas entre países del Medio-Oriente, tampoco parecen pronosticar conflictos bélicos como la guerra de Yom Kippur (1973), la contienda Irán-Irak (1980-1984) o la invasión irakí a Kuwait y la consiguiente guerra del Golfo Pérsico (1990-1991).

Las condiciones están dadas para iniciar el camino de un consenso global en materia petrolera, que reduzca al máximo posible la volatilidad tradicional de los precios y contribuya a fortalecer la unidad de las naciones exportadoras de petróleo, dentro y fuera de la Opep, en un contexto de mayor confianza y estabilidad. Objetivos de esta naturaleza ya fueron planteados sin éxito en la década de los ochenta, cuando algunos voceros calificados de la organización intentaron formalizar negociaciones con la Agencia Internacional de Energía (AIE), suerte de anti-Opep de los consumidores más desarrollados.

El fracaso de entonces no tiene porqué repetirse hoy, aunque para ello es indispensable dejar a un lado esa concepción «gremialista», insuflada por la retórica Norte-Sur, y por los apetitios particulares de ciertos caudillos anacrónicos, tipo Saddam Husseim, Muammar Gaddafi y, más recientemente, el presidente Chávez. Con los «marcadores» alrededor de 35 dólares por barril, «la Opep habla y el mundo escucha». Es hora que el lenguaje vaya en la dirección de acuerdos globales para beneficio común de los productores y consumidores.

Como nota de interés, se hace necesario refrescar la memoria sobre el papel fundacional de Venezuela en la Opep. Es motivo de legítimo orgullo la actuación del ministro Juan Pablo Pérez-Alfonzo, a partir de 1959, en el complejo proceso que hizo posible el nacimiento oficial de la entidad en la célebre reunión de Bagdad, realizada en setiembre de 1960. Sin embargo, la primera iniciativa venezolana de acercamiento petrolero al Medio Oriente tuvo lugar diez años antes, en 1949, siendo ministro de Fomento Manuel R. Egaña, y consistió en una misión de alto nivel integrada por Eduardo Luongo Cabello, Luis Eduardo Monsanto y Ezequiel Monsalve Casado, quienes visitaron a Irán, Irak, Siria, Egipto y Kuwait.

El distinguido economista Rafael J. Crazut ha escrito que «los resultados de este primer contacto con las naciones del Medio-Oriente fueron indudablemente positivos, gracias a ellos se establecieron relaciones diplomáticas en algunos países y se intercambiaron experiencias y puntos de vista que resultaron sumamente fructíferos en la futura creación de una organización de países exportadores de petróleo».

Ojalá y la millardaria Cumbre de Caracas –13 millones de dólares, vale decir, 9.000 millones de bolívares le cuesta al erario público– tenga una utilidad verdadera y provechosa para la estabilidad económica del mercado petrolero. Que no sea un costoso show político sino el comienzo de una nueva etapa en la cuarentona Opep.

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