El extremismo de la dolarización
Aceptar la globalización no tiene por qué significar entregarse de brazos abiertos a la dolarización o a otras derivaciones de aquella. La globalización se encuentra por todas partes. Pero, en variadas naciones, desarrolladas o en desarrollo, no se observan las propensiones a asumir el dólar que algunos tienen o recomiendan para América Latina.
Tres desviaciones, en nuestra opinión, han siempre perjudicado el entendimiento económico y la elaboración de políticas en la región. La primera de ellas, consiste en pensar que lo malo siempre viene del sistema internacional -fue contundente su influencia en algunas interpretaciones sobre el desarrollo latinoamericano en los años sesenta y setenta. La segunda, que lo bueno, como una salvación -en este caso la dolarización-, también puede venir del escenario internacional. Y, la tercera, la generalización relacionada con que lo que le sucede a una, dos o tres economías, es el destino o el desempeño del resto de las naciones de la región.
En el caso de las propuestas de dolarización (líneas de interés sobre la misma pueden verse en Calcagno y Calcagno, Revista Capítulos Nº 61, enero-abril 2001, SELA; (%=Link(«http://analitica.com/va/economia/opinion/4266614.asp»,»A. Puente analitica.com»)%), 14-5-01) hay influencia de las dos últimas desviaciones. Con la segunda es directa la relación en las ideas sobre las mejoras a obtener en crecimiento, inflación y otras variables, según sus proponentes -bastante discutibles, por lo demás-. Pero, con la tercera, hay una curiosa derivación. Ella es atinente a que, tradicionalmente, eran las llamadas por organismos regionales -por ejemplo- economías grandes y medianas de la región, las que se tomaban como ilustración para generalizar, según la desviación que hemos acotado. Hoy en día, los defensores de la dolarización nos ponen como ejemplo a seguir el caso de Panamá o Ecuador. Los que conocen Panamá y sus detalles saben que es, propiamente, de los casos llenos de curiosidades -por su tamaño, su evolución y su relación con organismos internacionales, entre otros tantos elementos- en América Latina. No parece lógico recomendar políticas para Panamá partiendo de Brasil o Venezuela o, para esta últimas naciones, partiendo de la primera.
He visto a algunos patiquines de la economía en medios de información internacional o en el escenario nacional, recomendar la dolarización con la facilidad con la que se pela una mandarina. El mismo credo de los neoliberales extremistas, llevado al campo monetario y cambiario, para convencer a los agentes económicos y a los ciudadanos del camino a la felicidad que significa la dolarización.
La dolarización es, realmente, una entrega total por la vía monetaria-cambiaria a las fuerzas económicas que priman en el escenario económico internacional, abandonando todo mecanismo de supervisión y control sobre la moneda y otras variables económicas. A un viejo, respetado y muy preparado profesor le escuche alguna vez decir «la moneda lo es todo». Pero, en el caso de una moneda que no esta bajo el control nacional sino de un Estado externo y que presenta gran margen de influencia y de actuación por parte de empresas internacionales -cuyo poder es mayor que el de muchos pequeños estados- el margen de interrogación es amplio. ¿Quien con sensatez puede creer que los problemas estructurales de producción y crecimiento que presentan las naciones latinoamericanas van a obtener solución con nuevas situaciones donde los bancos centrales perderán parte de su sentido? ¿Cual entendimiento es necesario para comprender los vaivenes a los que quedarán expuestas naciones sin ningún control sobre la moneda que usarán? Es claro, por lo demás, que por el hecho de que una economía asuma el dólar esto no le va a solucionar el conjunto de restricciones que en los mercados financieros tienen naciones como las latinoamericanas parra accesar a los créditos. Igualmente es claro que quien saca la moneda al mercado se beneficiará grandemente del llamado señoreaje -o diferencia entre el costo de ponerla en circulación y los valores adquiribles con ella-.
En realidad, la oposición a la dolarización debería llevar a la oposición al uso de cualquier otra moneda con fines y sentidos similares a los que se proponen para el dólar -sin excluir, por supuesto, la posibilidad de que puedan surgir arreglos monetarios que, en el perfil más factible, adquieran dimensiones regionales-. No hay que ser antiimperialista ni antinorteamericano para esto. Lo que hay es que rescatar la autonomía -para pensar y para elaborar las políticas económicas y que algunos quieren/o no les importa que se pierda- que ya cuenta con cierta experiencia de pérdida, dadas las condicionalidades que han estado relacionadas con los planes de ajuste y estabilización-.
Un punto de interés con la dolarización, está también en lo que concierne a las políticas de integración. Algunos ven en las experiencias de la Unión Europea un proceso a imitar. Como se sabe, tal experiencia de integración ha pasado por varias etapas relacionadas con los modelos teóricos de integración. En el caso de América Latina las uniones aduaneras han tenido dificultades para llevarse a la práctica. Más aun, pasar a las formas llamadas de mercado común o unión económica requieren trabajar en lo que se denomina articulación de políticas económicas y de otro tipo. ¿Que hacer con estos proyectos al ejecutar algunos países iniciativas de dolarización?. La respuesta es obvia: más problemas en los proyectos subregionales más dificultades. Sólo un fanático o un necio podría decir que para compensar estas pérdida estaría, precisamente, (%=Link(«http://www.ftaa-alca.org/ALCA_S.ASP»,»ALCA»)%). De todas maneras, es claro que a los extremistas del libre comercio tales dificultades y problemas les tiene sin cuidado, pues, para ellos, todas las formas de integración terminarán siempre siendo una opción suboptima ante la fantasía de la eliminación de todas las formas de control, supervisión o canalización del comercio.
Realmente, la dolarización no es ni apetecible ni manipulable como una mandarina.
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