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Barack Obama a los cubanos: “Somos todos americanos”

¿Visitará Cuba Barack Obama antes de dejar la Casa Blanca, en enero de 2017? Preguntado sobre ese punto por ABC, el miércoles 17 de diciembre, después del anuncio histórico de una normalización entre los dos países, el presidente de los Estados Unidos no lo excluyó del todo, confesando que nada se había previsto al respecto por ahora. “Veamos cómo van a evolucionar las cosas” , añadió él con prudencia. Si se concreta algún día, tal desplazamiento, que sería el primero desde 1959, significaría que Obama habría ganado la apuesta más audaz hecha ante los americanos.

Ciertamente es una apuesta hecha por el presidente al revisar un expediente de más de cinco décadas que, para muchos aparecía, y después de mucho tiempo, como anacrónico. Esa toma de riesgo, por parte de un presidente con frecuencia criticado por su “esperar y ver”, no ocurre por azar. El Sr. Obama, como paradójicamente liberado después de la terrible derrota sufrida en las elecciones de medio mandato, el 4 de noviembre, resolvió en cuanto a Cuba como lo hizo al anunciar medidas de regularización para los inmigrantes clandestinos después de seis años de inmovilidad.

Ahora que la vía ya está despejada de cualquier término electoral hasta su salida de la Casa Blanca, el presidente tuvo la valentía de reconocer públicamente que la política seguida desde hace más de medio siglo por los Estados Unidos frente al régimen cubano, el “aislamiento” no había dado frutos (“Cuba sigue estando dirigida por los Castro y el partido comunista llegado al poder hace medio siglo”) y que había llegado el momento “de un nuevo enfoque”. “Todos somos americanos”, les dijo Obama en español a los cubanos, volviendo con los acentos de demiurgo que habían marcado sus primeros meses en la Casa Blanca y que un sentimiento de fatalismo frente a los desórdenes del mundo había apagado subsiguientemente.

Treinta años de darle vueltas al tornillo
Esa revisión, el mismo que entonces aún era un elegido del Senado de Illinois en campaña por una curul en el Senado de los Estados Unidos, la había evocado en el 2004 antes de haber sido atrapado por la opinión vigente en Washington.

Esa última quería que el embargo contra Cuba, que caracterizaba a esa pequeña guerra fría tropical, le dio una palanca eficaz en Washington, contra toda evidencia. Elegido a la presidencia, el Sr. Obama se había guarnecido en esa línea a la vez que adoptando medidas de moderación comparables a las que diez años antes había adoptado su predecesor Bill Clinton, en 1998, después de treinta años de dar vueltas al tornillo que habían culminado con la ley Helms-Burton votada por el Congreso en 1996.

Ese movimiento se habría acelerado sin duda sin un tartamudeo de la historia: el arresto de un ciudadano americano, Alan Gross, antiguo contratista de la Agencia federal americana para el desarrollo internacional (Usaid), presentado por la Habana como un agente a sueldo de Washington. Cinco años más tarde, es la liberación de este último lo que permitió la conclusión de negociaciones discretas y un intercambio de prisioneros: tres agentes cubanos condenados en los Estados Unidos por complot, contra un informador cubano que trabajaba para los Estados Unidos, preso en el más gran secreto desde hace veinte años. Cincuenta y tres prisioneros políticos también serán liberados en la isla.

La normalización comprometida el miércoles con Raúl Castro va a pasar por medidas altamente simbólicas y por otras más concretas. La reanudación de las relaciones diplomáticas anunciada públicamente en el mismo instante en Washington y en La Habana por los dos presidente será acompañada de la re-apertura de embajadas que reemplazarán las actuales secciones de intereses. Medidas económicas y financieras podrán aportar un poco de oxígeno a una economía cubana disfuncional que durante largo tiempo ha descansado sobre las perfusiones rusa o venezolana. El departamento de Estado debería por fin dedicarse a una revisión para retirar eventualmente a Cuba de la lista de Estados que apoyan el terrorismo. Tal como lo reconoció el Sr. Obama el miércoles, “el terrorismo ha cambiado su curso de las últimas décadas” y esa inscripción que data de 1982 que reenvía a la época de los regímenes de las guerrillas contra los regímenes suramericanos aliados de Washington ya no tiene más sentido a la hora de las amenazas representadas por “Al-Qaida y el Estado islámico”.

En La Habana, su homólogo, sin embargo pidió que Obama fuera aún más lejos: “ El bloqueo [el nombre en vigor en la isla para el embargo] económico y humano a nuestro país debe cesar”, pidió él. “A pesar de que ese bloqueo fue codificado legalmente por la ley, el presidente de los Estaos Unidos dispone de poderes ejecutivos para modificarla”, agregó Raúl Castro como contrapunto de las declaraciones del Sr. Obama, provenientes de la constatación de la primacía del Congreso en la materia, ha sido parte de su intención “de abrir un debate honesto y serio” con los elegidos para llegar al “levantamiento del embargo”.

El presidente americano no tuvo que esperar mucho para tener un disgusto. Tan sólo algunos instantes después del anuncio histórico, Marco Rubio, senador republicano de Florida, puerto de llegada de centenares de miles exilados cubanos desde la revolución de 1959, estigmatizaba las “concesiones a la tiranía” y acusaba al presidente de haber “dejado caer a los cubanos”.

El Sr. Rubio desplegó el miércoles sus objetivos: bloquear el nombramiento de un embajador americano en Cuba así como cualquier iniciativa que busque levantar el embargo del cual es no de los más fervientes defensores junto con otros elegidos de orígenes cubanos: los senadores Robert Menendez (demócrata, New Jersey) y Ted Cruz (republicano, Texas) y los representantes republicanos de Florida, Ileana Ros-Lehtinen y Mario Díaz Balard, un sobrino de la primera esposa de Fidel Castro.

Nueva generación

El debate “honesto y serio” deseado por el Sr. Obama no tiene por que seguir estrictamente las líneas de reparto políticas, ya que un elegido republicano figuraba en la delegación americana que el miércoles fue a Cuba para traerse a Alan Gross. El Partido republicano, tradicionalmente el más vehemente en este expediente, se ve por lo demás confrontado en Florida por el surgimiento de una nueva generación de cubano[americanos nacidos después del embargo (tal como el propio presidente Obama, nacido en 1961) y que aspiran relaciones menos antagonistas. En julio, jun sondeo d la Florida International University, en Miami, mostraba por lo demás que una mayoría de esa comunidad (52%) deseaba el fin de ese régimen de excepción sin por ello renunciar a su deseo de un cambio político profundo en la isla.

Ese deseo también es el del, tal como lo aseguró, Sr. Obama. Respondiendo por adelantado al Sr. Rubio, dijo que compartía “el compromiso a favor de la libertad y de la democracia” de quienes iban a verla deshonrada, pero que la cuestión tenía que ver más bien con el mejor medio de hacerlos avanzar en Cuba. El Sr. Obama espera que la apertura permitirá obtener lo que las barreras no fueron capaces de producir apostando probablemente sobre la desaparición de la hermandad en el poder en La Habana dese la revolución, que debería darle paso, en el 2016 a una generación nacida igualmente después de la imposición del embargo.

Durante diez y ocho meses, una negociación histórica pudo progresar en la remarcable comodidad de un secreto bien guardado, apenas entorpecido por el espectacular apretón de manos, con ocasión de los funerales de Nelson Mandela, de los dos presidentes, que tomaron la palabra el miércoles ante su pueblo. Siguieron reuniones particularmente discretas en Canadá y en el Vaticano, bajo el favor de la nueva energía insuflada por el papa Francisco a una diplomacia muy eficaz, valiéndose de la habilidad de la Iglesia católica en la isla. Ese proceso perfectamente conducido produjo el truenos del miércoles pero ahora es ala descubierto que Obama va a tratar de promover su ventaja.

Traducción de Carlos Armando Figueredo

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